Después de pasar la tarde con Mibsan, María, siguió con su objetivo, era la hora de Qasid y tenía muy claro que llegaría hasta donde hiciera falta para conseguirlo.
Quería sorprenderle y para ello no le llamó por teléfono, si no que averiguo donde cenaría esa noche, tampoco es que fuera muy difícil, ya que Qasid era un hombre costumbres.
Se vistió y arregló concienzudamente no quería que la historia terminara por no estar a la altura, el vestido era sugerente en color negro ajustado hasta la rodilla y el escote cuello barco, dejaba ver sus hombros.
La verdad es que al entrar en el restaurante no paso desapercibida tal es así que mientras ella lo buscaba entre la gente que estaba sentada a cenar, el se la acercó.
- ¡María! ¿No te has marchado?
- En principio si iba a hacerlo, pero luego me arrepentí.
- ¿Qué es lo que te hizo cambiar de idea?
- La conclusión de que te necesito y quiero aceptar tú petición.
- ¿Te casarás con migo?- Le preguntó sorprendido.
- ¡Sí!
Aquella misma noche abandonó el hotel, para trasladarse a la casa de Qasid, donde tenía que hacer todos lo preparativos para la boda.
Sólo necesitó una semana para averiguar lo que necesitaba saber y cuando iba a suceder, lo complicado era hacer llegar esta noticia a sus colaboradores en la operación, ya que todo lo que entraba y salía de aquella casa era escrupulosamente manipulado, estaba claro que alguien no se fiaba de ella y ella era consciente de ello.
Un día se levanto muy temprano el dolor de estomago no la dejaba dormir, apenas comía, sólo lo que ella misma se preparaba en la cocina o lo que se presentaba en grandes bandejas para servir, cuando ella veía comer a los demás y no pasar absolutamente nada, era cuando empezaba a ingerir alimentos, pero nunca de manera individual, por eso en más de una ocasión se levantaba durante la noche y bajaba a la cocina en busca de algo para llevarse a la boca, pero a la hora de volver, a María le dio la sensación de que no estaba sola, comenzó a oír como crujían los peldaños de la escalera de servicio, la madera delataba cada uno de los pasos que daba ella y que daba alguien, se volvía una y otra vez, pero no conseguía ver a nadie en determinado momento llego a sentir pánico y echo a correr en dirección a su habitación, como alma que lleva el diablo.
Todos sus pasos eran vigilados, sentía ojos fijos en ella, pero cuando buscaba quien era la persona que la miraba, nunca había nadie, llego a pensar que estaba sugestionada por la situación de miedo, ya que era sabedora del peligro que corría, de cualquiera de las maneras nunca estaba demás tomar algunas medidas de precaución. Ahora más que nunca la casa de Qasid era una trampa mortal, los pasillos de aquella preciosa mansión se le hacían infinitos, por eso solía recorrerlos apoyando su espalda contra la pared, como si eso pudiera salvarla, era absurdo pero María prefería saber por parte de quien iba a venir el golpe mortal.
En una ocasión mientras ella estaba intentando escuchar los ruidos que venían de la escalera se quedo tan pegada a la puerta que al abrirla una de las criadas que estaban dentro, ella cayó al suelo, con el corazón a punto de explotar en su pecho por el susto.
Su piel empezó a palidecer, entre la falta de comida y la poca luz que la daba por miedo a pisar los jardines y convertirse así en un blanco perfecto, había echo que su habitación se convirtiera en el único lugar donde ella podía sentirse algo más segura, aunque tampoco cantaba victoria, no era un blanco fuerte, más bien era débil y sus enemigos la tenían por una mujer atolondra y algo boba metiéndose en la boca del lobo. O al menos eran esas las informaciones que la llegaban del exterior la entrada y salida constante de objetos e invitaciones, no hacía que ninguna sospecha se cerniera sobre ella, al menos de forma aparente y eso lo aprovechaba muy bien a Maria para poner al día a sus compañeros del exterior, más bien para que supieran que seguía viva, para ser exactos.
Qasid tenía que pasar una noche fuera de casa, María quiso acompañarle pero el le puso mil excusas, ella no quería pasar la noche sola en aquella casa, la misión estaba a punto de llegar a su fin y no quería morir antes de completarla.
Fue una noche larga, se mantuvo en la cama sentada de frente a la puerta, con el arma preparada en las manos que no la dejaban de temblar y sudar, era una situación absurda en el hipotético caso de que quisieran deshacerse de ella, no tendrían que insistir mucho, una sola pistola no era algo que pudiera parar al pequeño ejercito que vigilaba la casa de Qasid, siempre intentando estar con la espalda apoyada en la pared, apenas había cenado, el dolor de estomago la ayudaría a que no pudiera conciliar el sueño. De repente algo sucedió que no la dejo indiferente, más bien confirmaba sus teorías, a eso de las de la madrugada, oyó unos pasos sigilosos, aunque no estaba segura, agudizó el oído todo lo que pudo, en algunos momentos llegaba a pensar que se estaba volviendo loca, volvió aquel espeluznante crujido se acercaban a la puerta despacio. María contenía la respiración y rezaba para que los pasos volvieran a alejarse, según el peligro se acercaba ella sentía que su idea del arma era una autentica tontería, a ¿quien pretendía engañar? Si ella era incapaz de matar. Los pasos se detuvieron, aquellos segundo llenaron de angustia a María que no sabía que demonios podía hacer para librarse de ellos, aunque en su lucha interna también tenía lugar la duda de estar viviendo una paranoia irreal, durante un tiempo que a María se le hizo eterno no oyó absolutamente nada, si había alguien al otro lado de la puerta estaba actuando igual que ella, los segundos se hacen siglos cuando el miedo es el que manda, pero cuando comenzó a girar lentamente el pomo de la puerta. María tubo constancia, no era una paranoia, era su asesino y si el fallaba, vendrían otros, hasta conseguir verla muerta, tal y como les habían ordenado.
La habitación estaba sumida en la oscuridad absoluta, María la conocía como la palma de su mano. Su corazón estaba al borde de salirse de su pecho, no podía evitar el latido sonoro y fuerte, pensó que en el silencio de la noche su asesino lo oiría convirtiéndola en un blanco fácil, debía ser más rápida, se aferraba al arma como un naufrago a un salvavidas, pero era consciente no tenía escapatoria ninguna, apenas pudo ver quien se acercaba con lentitud para colocarse frente a la cama y levanto la mano sin decir nada, realizo 3 disparos con un pulso firme en tres puntos concretos, sabía lo que se hacía y sin decir una sola palabra, retrocedió con tranquilidad y cerró la puerta a su espalada. María pudo haberlo matado, pero no tuvo valor, aún sabiendo que era para defender su propia vida.