27 ago 2014

TOKYO EN ESTADO PURO

                                 
Con cada amanecer, una nueva sensación, nuevos olores que una es capaz de ir distinguiendo, poco a poco. En los primeros días se mezclaban sin sentido, ahora tenían significado, el olor a humedad, cuando el monzón reanimaba, el de la comida del restaurante de enfrente, etc.

Nos reuníamos a planear cual sería nuestro próximo destino, disfrutando de un delicioso desayuno occidental, el pescado y el arroz lo dejaríamos para más tarde.

El culto y respeto a la naturaleza nos llevó a varios parques, el de Ueno tan cercano a Asakusa, alberga museos, zoo, y estatuas. Un remanso de paz donde la gente pasea a sus perritos en cochecitos de bebe, contrastando con la zona donde los sin techo tienen su pequeño cobijo entre cartones y arbustos, con un techo estrellado y la luz intermitente, que los deja a oscuras con cada luna nueva, como la vida misma, pero que espero y deseo que con cada luna llena, se ilumine, no solo sus noches, también sus sueños. Estas personas no piden limosna, no tienen letreros que cuenten su situación, es más se avergüenzan tanto de ella, que a veces ni siquiera sus familiares la llegan a conocer, eso para ellos sería deshonrar a su familia.
                                    
El honor, el respeto y la tolerancia se repite a lo largo de mi viaje, todos y cada uno de los días, con gestos, con situaciones, con todas las personas con las que me cruzo en el camino.




Entre torres y edificios inmaculados, limpios y brillantes como espejos, desafiando al cielo que en ellos se refleja, (la tortícolis está garantizada, ante tanto lujo y perfección) se encuentran los jardines del palacio imperial, edificio que se alza rodeado de imponentes murallas de piedra gris y fosos de agua. Y una se traslada a la edad medieval, y espera que los Samuráis aparezcan en cualquier momento, montando caballos engalanados, mientras se abren las puertas del Palacio, pero no, es imposible visitarlo, ya que el emperador tiene allí su residencia.
     


                                  

De vuelta a la ciudad y a la realidad, con sólo cruzar una calle, recorremos Ginza, aquí como en todo Tokio, no encontramos una sola papelera, ni un contenedor de basura o reciclaje, tan sólo al lado de las máquinas expendedoras de refrescos, había pequeñas papeleras para reciclar. Aún así, no encontramos por la calle ni un papelillo, ni un chicle pegado al suelo, ni una hoja de árbol caída en ninguno de los barrios, de obreros o banqueros. La limpieza, la pulcritud comienza cuando bajas del avión y te acompaña en cualquier lugar, por muy perdido o lejano que este.


En Ginza el lujo y el glamour se respira en el aire, mujeres espectaculares que balancea sus caderas al ritmo del movimiento de su bolso de firma carísimo y autentico, coches de lujo a manos de sus chóferes, esperando a la puerta de las grandes firmas, con enormes escaparates que albergan diseños exclusivos y como no, nuestras mujeres vestidas con sus impresionantes kimonos de seda, y sus geta (chancla de madera) que es la mejor forma de distinguir una Geisha de una Maiko, que calzan unas okobo, aunque la cosa se complica ya que ambas puedes calzar las zori, entonces habría que observar su maquillaje, los adornos de su cabello, el obi(cinturón con lazo) y la calidad de sus prendas. Y mientras observas embobada sus andares a base de pequeños pasos vuelves a caer en una especie de ensueño maravilloso, donde quieres quedarte a vivir.
                                 
Unos pasos más y el lujo da la mano a las luces de neón donde todo se anuncia, con colores vivos y llamativos, el gentío aumenta, y al igual que en un hormiguero los obreros y obreras trajeados como si de un uniforme se tratara, pantalones o faldas grises o negros y camisas blancas, con corbatas negras, van de un lado para otro, entrando y saliendo de las estaciones de tren y metro, en busca de su merecido descanso.
                              

Una noche más y un millón de sensaciones difícil de olvidar, hay algo más maravilloso que poder sentir días después lo mismo que la primera vez.

19 ago 2014

TOKYO

            Nuestra primera comida, fue al lado de la estación de Ueno, como el preludio de muchos momentos divertidos, sobre todo cuando elegimos los restaurantes por lo típicos que pueden ser, o parecer, sin tener ni idea de que íbamos a comer y a que demonios iba a saber, algo que me hacía disfrutar como a una enana, en una tienda de chuches. Si, soy una zampona y quería probarlo todo, incluidas aquellos platos que pudieran parecer repugnantes a la vista, que una nunca sabe donde puede encontrar un placer oculto.



            Ramen, sobas y Udones aparte, aquello no era serio, 
los platos andaban como la falsa moneda, que de mano en mano va y ninguno se la queda, eso por no hablar de un refresco, por lo visto riquísimo, que se hacía con sake y que había probado algún amigo viajero de mi Lucero. Pero del cual no recordaba el nombre. En algún momento, vio pasar a la camarera con un baso de liquido verdoso y decidió que era aquello. La camarera nos miraba raro. No hablaba Ingles y mi sobrino se dio cuenta de que era china, por un gesto que nos hizo, para indicarnos un número, así que la hablo en chino, pero ni aún así, terminaron por levantarse y preguntar al matrimonio japonés que había recibido el líquido verdoso. Con la amabilidad que les caracteriza, se lo dijeron y pidieron uno. Había que ver como rulaba el dichoso refresco, cual litrona en horas bajas por calentorra, aquello estaba malo de narices y todos, excepto mi Lucero llegamos a la conclusión de que era sal de frutas japonesa.




            Y de vuelta al metro, ese del que nos habían hablado, bueno mejor dicho acojonado por complicado, no lo resultó, todas las estaciones tenían letreros en japonés e ingles, con lo cual era sencillo, otra cosa era a la hora de entrar en alguna de las estaciones donde el metro, el tren o el mono rail concluyen a la vez. Esas si que son para echarse a temblar. Entre miles de personas que van de acá para allá uno se queda atontao, intenta averiguar, cual de todos los pasillos, si arriba o abajo, donde empieza el tren y donde el metro, pero incluso en estas, siempre había alguien, trabajador, viajero o curioso que nos echaba un cable, con una maravillosa sonrisa en los labios y esforzándose en hacerlo lo más fácil posible, e incluso intentando practicar español, por lo visto les atrae nuestra cultura, tanto como a nosotros la suya y hay más gente de lo que yo pudiera imaginar, que intenta aprenderla, sobre todo en Tokio.

          

  Los japoneses personas tranquilas y poco habladoras en los trasportes públicos, nos miraban atónitos, y es que 8 españoles venidos arriba por la emoción y disfrutando debía de ser todo un espectáculo para esta gente, sólo espero que no perturbáramos su paz o sus sueños, ya que parece ser este lugar el sustituto ideal a sus maravillosos futones, durmiendo esnucaitos, más que a pierna suelta, pero descansando como angelitos.



            El contraste lo podías ver en el cruce de Shibuya, es aquí donde los fines de semana, los japoneses más jóvenes, dan rienda suelta a su imaginación, y cuando cae la noche, aquellas personas tan serias y correctas, pasan a ser divertidos personajes de comics, manga, o lolitas aniñadas de rostros angelicales, sin miedo al ridículo o el que dirán, tribus de lo más variopintas se mezclan en una especie de desfile interminable, donde los fashion victime, pasean junto a las mujeres vestidas con los kimonos más clásicos, en un cruce ya famoso, y que por mucha gente que haya, no hay ni choques, ni contacto, como si todos estuvieran programados para ello, eso sí, siempre sin perder la sonrisa y sin mirar a los ojos en señal de respeto.
                                      

            Cuando el pasado es capaz de convivir con el futuro, dejando que los avances, no hagan olvidar de donde venimos, resulta una mezcla tan deliciosa, que una se plantea, por que el ser humano no es lo suficientemente inteligente, como para ir recogiendo a lo largo del camino aquello que nos hace mejores personas, por que la modernidad nos hace olvidar lo verdaderamente importante, y nos conformamos con vienes materiales, que lejos de saciarnos, nos hacen desear más.


                                                       

15 ago 2014

VIAJE A JAPÓN II

            Una vez en la estación de Ueno, bajo una lluvia fina, y viendo correr a la gente de aquí para allá, los cinco nos mirábamos como si hubiéramos llegado a la luna. Sin mapas, ni GPS. Decidimos andar, siguiendo a mí cuñado y su intuición, después de memorizar una pantalla informativa del metro, aunque la verdad no teníamos ni idea de si nos llevaría a nuestro destino.
                                     
            El camino se nos hizo eterno, no llegábamos a tiempo, no sabíamos si habría alguien esperando y de vez en cuando nos parábamos en las pantallas informativas, para ver si nos acercábamos a nuestro destino, en una de ellas, se nos acercó un chico, que nos había oído hablar, nos pregunto de donde éramos e incluso intento decir alguna que otra palabra en español. Por lo visto había estado en nuestro país, y a pesar de ello, le habíamos caído simpáticos. Nos acompaño un rato, luego se detuvo y nosotros seguimos nuestro camino, al cabo de un minuto nos alcanzaba, para guiarnos con un mapa a través de su tablet, al lugar de destino, le dimos mil millones de gracias y fue justo en eses momento, cuando pensé, “No sé si me gustará Japón, lo que sí se, es que su gente merece la pena”.

            Llegamos al Khaosan World Asakusa RYOKAN y a pesar de estar cerrado, nos atendieron con una sonrisa.
                                  

            Con las habitaciones asignadas, esperamos a los tres que faltaban, que no tardaron en llegar. Besos, abrazos y mucha alegría de estar las dos familias reunidas al completo. Así que había que celebrarlo y que mejor manera que con nuestra primera cena japonesa, mi sobrino Javi y yo fuimos al primer puesto que encontramos y compramos todo lo que pillamos, luego al súper, allí no cierran en toda la noche, y compramos bebidas. En esa cena me di cuenta, de lo mucho que iba a comer, no sólo por que me encanta la comida japonesa, si no por que a mis acompañantes no les gustaba nada.

            Dormir sobre el shikibuton (futón) fue agradable, después de 24 horas de avión, no dejaba de ser una cama, donde poder estirarte y descansar.
                                     
            Con la luz del día nos dispusimos a recorrer la ciudad de Tokio, comenzando por Asakusa barrio modesto pero céntrico, donde nos encontrábamos. Con los ojos muy abiertos, como si se nos fuera a escapar algo, no había lugar curioso por el que pasáramos al que no quisiéramos inmortalizar fotografiándolo, como si nos diera miedo que pasado ese instante, todas las sensaciones que nos recorrían fueran a desaparecer, el tiempo pasa tan rápido, y lo bueno parece que dura tan poco, que una instantánea es suficiente para que el recuerdo no muera, o cuando menos para aferrarte a él.
                      


Las Tiendas de Nakamise, el Templo sensoji. Donde mi cuñada, me explicaba todos los rituales a seguir e imitábamos a todos los que se acercaban, como no podía ser de otra manera, con el mayor de los respetos. Calles y calles llenas de gente haciendo su vida cotidiana, cualquiera diría que podrían estar tan estresados como nosotros, pero lo curioso es que los coches, no tocaban sus claxon, aunque estuvieran cruzando mirando al lado contrario, por que ellos van por la izquierda y una tarda en acostumbrarse, la verdad es que no pitaban, ni aunque te saltaras un semáforo y la gente se paraba silenciosa, hasta que los dejabas pasar, ya fueran andando o en bici, nadie se choca con nadie, nadie reprocha nada a nadie y nosotros nos mirábamos incrédulos, ante tanto respeto y tolerancia.



Si dijera que en mis primeros días fue donde me enamore de Japón, mentiría, Japón me fue ganando muy poco a poco, y no se el momento exacto o el lugar concreto donde me encontraba, sólo sé que me atrapó.

LAS FOTOS NO PERTENECEN AL VIAJE, YA QUE EN ELLAS FIGURAN MIEMBROS DE MI FAMILIA QUE DESEAN MANTENERSE AL MARGEN.

12 ago 2014

VIAJE A JAPÓN


            Hay muchas formas de describir un viaje, se puede contar desde fuera, simplemente relatando lo que se ve, como y cuando, y se puede contar desde los sentidos, yo como mujer pasional y visceral que soy, no podría hacerlo de otra manera, aunque eso no quiere decir, que no os de la lata con los detalles.

                           
            El simple echo de montar en un avión ya hace que se despierten en mi una multitud de sensaciones, felicidad por compartir con los míos unos días en los cuales solo nosotros somos importantes, dejando atrás trabajo, rutinas y demás. Incertidumbre, lo desconocido siempre me produce algo de angustia que podría estar entre el gustirrinin y el pánico, igual que al lanzarte por una montaña rusa. Y miedos, miedo a que salga algo mal, esta parte la dejo a vuestra imaginación.
                           
            Todo empieza en el momento en que el avión comienza a dejar el suelo atrás y te sientes suspendida en el aire, no hay cables, ni raíles, sólo cielo, un cielo que a medida que asciende, es más azul y limpio, es en esos momentos, cuando entiendes que haya gente que dedique su vida a volar o a soñar con que vuelan, esa sensación de libertad, es un sentimiento que termina enganchando. Mantengo los sentidos en alerta, cualquier cosa por insignificante que sea, merece mi atención, con lo cual por muy largo que sea el viaje, no consigo pegar ojo. Tal es el estado que llego a saborear la comida del avión, tan denostada por muchos.
                               
El primer vuelo duró cuatro horas, al ir con retraso, al estrés de al escala, había que sumarle la incertidumbre de si llegaríamos a tiempo, o nos tocaría dormir en Estambul, que dicho sea de paso, tampoco hubiera estado mal.

            Corrimos de un sitio para otro, pasaporte en mano y billetes listos, ya montados en el autobús que nos llevaría a las escalerillas del avión, el estrés dejo paso al cachondeo, la obsesión de mi sobrino por conseguir un amigo nipón que nos facilitara información sobre posibles destinos, lo convirtió en una anécdota surrealista.

- ¡Primo!, mira ese chico, esta sólo, dile algo.
- ¿Y qué le digo?
- Lo que sea, pero que te entienda.
- ¡Claro! como manejo el japo con soltura.
- Pues no se nos puede escapar, que no hay otro.
- ¡Javi! ¿Qué no hay más?- Le dijo su madre, a la vez que un gesto de su mano nos indicaba el centro del autobús, al darnos todos la vuelta, pudimos comprobar que éramos los únicos occidentales.
                             
- Mira el lado positivo primo, muy mal se nos tiene que dar, para no conseguir un par de coleguitas de aquí a Japón.

            Entre risas e intento de acoplamiento, para poder soportar en turista las diez horas de vuelo hasta Narita, en una noche larga que continuaría a nuestra llegada, trascurrió el viaje, con el que no daré el coñazo, describiéndolo.
           
            Y por fin el avión tomaba tierra, la tarde se cerraba sobre nosotros con una lluvia suave, pero continua (Chirimiri, que dirían los del norte), Es en ese momento cuando todos miramos a mi Lucero, después de darnos la lata toda la mañana mandando fotos de los chubasqueros que pensaba llevar, resultaba que se los había dejado encima del sofá, junto con mi brújula, no me importaba la mofa de los días anteriores, con el apodo de “Dora la exploradora”, una siempre tiene que estar preparada y una brújula es esencial, sobre todo si no queríamos perder el Norte (cualquiera de ellos).
                                      
            Ya en Narita todo iba sobre ruedas, nos pasamos de una terminal a otra en un autobús que encontramos a la primera, para esperar a mi otro sobrino que venia de China, con algo de retraso. Así que decidimos dividir el grupo, unos iríamos con las maletas al hotel, y los chicos esperarían a mi sobrino.
                                      
            La paciencia, consideración y respeto con el que éramos tratados por todos y cada uno de las personas con las que tuvimos que tratar en el aeropuerto. Nos llevo hasta el tren con dirección a Tokio y que por cierto nos salió mucho más barato de lo que suelen decir, 1200 yenes, unos 9 €, aunque esto depende del cambio ¡Claro!

            Y montamos en nuestro tren rumbo a la aventura…




           



LA SINCERIDAD ESTÁ SOBREVALORADA

Jueves por la tarde y llamo a mi madre, que hoy no tenía cole, por que la profesora de informática estaba pachuccha. —¿Qué haces, madre? —...