8 sept 2014

KIOTO

Como no podía ser de otra manera, lo primero que queríamos visitar, era aquellos templos que hemos visto hasta la saciedad, en cualquier guía o documental sobre esta preciosa ciudad.

En algunos, no se permiten acceder al interior del templo, así que, nos teníamos que conformar con las maravillosas fachadas de los templos y pagodas.

El templo de pabellón de oro “Kintakuji”, junto a al lago donde se refleja alargando el dorado de su fachada en una bella estampa, rodeada de jardines de ensueño, donde no hay nada fuera de su sitio, todo esta meticulosamente pensado y trabajado. Desde que el árbol es una simple vara, y los jardineros comienzan a darle forma. Lo vendan cual momia, dejando al aire sólo aquellos lugares donde desean que aparezcan los brotes, que terminaran siendo ramas, y a su vez, las ramas son moldeadas, así hasta conseguir que un sencillo pino, termine convirtiéndose en una obra de arte, sólo a base de paciencia y tesón.
                
Sólo en Japón una puede ver a tres jardineras, cortar el musgo fino con una tijeritas pequeñas, para darle la altura deseada. O recoger a mano hoja por hoja. Cada flor, cada planta, por simple e insignificante que sea, es tratada con cuidado y  con respeto, ese del que no he dejado de hablar, desde que comencé mi andadura. Veneran la naturaleza y eso se nota en todos y cada uno de los muchos jardines que hemos podido visitar, ya sean la antesala de algún otro monumento o simples parques. Incluso en las plantas que muchos ponen en las aceras de las calles con su macetita y que a nadie se le ocurre llevársela o hacerle daño alguno.        

   Además de los maravillosos santuarios sintoístas, visitamos alguna que otra Pagoda, en Kyoto se encuentra la más alta del mundo, la Pagoda To-ji con cinco plantas. Hecha de madera, como todos los santuarios y templos, su vida es efímera, por ello no escapan al fuego y otros desastres. Aquí, mas restaurar lo que queda, lo reconstruyen desde el principio siguiendo todos los pasos que dieron sus antepasados.



Dentro de algunos templos o santuarios a los que tuvimos acceso, no encontramos muebles pomposos, ni lámparas majestuosas o suelos de mármol. En el interior solo encontramos salas con tatamis vegetales o suelos de madera, con sus enormes puertas correderas, dando a los jardines. La sencillez daba paso a lo más hermoso, la naturaleza. Esa que ellos adoran y representan en sus paredes, junto con escenas de la vida de antaño cubriendo toda la sala. Escenas que muestras hombres toscos y delicadas mujeres de piel blanca, o paisajes sencillos de árboles tallados, garzas o cigüeñas en reposo, quietas, mientras que en otra de las paredes el tigre majestuoso, muestra la fiereza a través de sus ojos. Es imposible pasar por esas salas y no sentir nada. ¿Cómo es posible que con tan poco se pueda decir tanto?
En el otro lado los templos budistas, a los que si se suele tener acceso, visitamos muchos pero, hubo uno que me fascinó, el templo Kiyomizu-dera (Templo del agua pura).
                            



Para llegar a él, subimos por una de esas calles llenas de tiendecitas y casas típicas, llamada Ninen-zaka, que junto con la de Sannen-zaka cuya traducción es callejón de los dos y tres años. Referidos a la mala suerte que te puede caer, si tropiezas en alguna de ellas. Podrás entre multitud de visitantes que concluyen atraídos por el templo, sentirte como un niño chico en una tienda de juguetes, donde puedes encontrar souvenir para turistas, dulces de la zona o diferentes tés, con los aromas más variados.

                                          

En lo alto, dos leones de piedra se miran al pie de unas escaleras que te llevan a la entrada Niou del templo, donde habrá que seguir subiendo para llegar hasta el Hon-Do, edificio principal del templo. Tan al borde mismo de la montaña, que su balcón boladizo la sobrepasa, sostenida por cientos de pilares de madera. Justo allí podrás disfrutar de una vista impresionante, rodeado de un bosque frondoso, donde un millar de tonos verdes se mezclan, para mostrar una postal viviente, que cambia sus tonos, según la luz o la estación del año en que lo visites.                                                                                                                                                      

Aquí si que puedes entrar y admirar todos y cada uno de los pequeños detalles, de las figuras que no te dejarán indiferente y su figura central Okuninushinu-Mikoto de una apariencia bonachona y simpática.
Seguimos en el complejo y subiendo llegamos al otro templo, este Sintoísta dedicado al amor Jishu Jinja, en el destacan dos piedras, una enfrente de la otra, la tradición dice que si consigues bordearlas con los ojos cerrados, encontraras el amor.

Vuelta a bajar para llegar a la fuente que da nombre al complejo. Otoño no taki, donde tendremos que elegir uno de los tres chorros de agua, que significan, longevidad, sabiduría y éxito, beber de los tres está mal visto, dado que significa codicia.

Y entre templos y pagodas, se iba esfumando el día, hasta llegar la noche, con su capa negra, salpicada de luces de neón y farolillos.


           



5 comentarios:

  1. Qué ta has ido e Japón!!! joder vaya nivelazo... ahora me pongo al tanto
    Besos

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  2. Un viaje espectacular, Odry, seguro que al contarnoslo los estás disfrutando de nuevo.Un beso

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  3. ¡Que envidia!, en Kyoto no he estado.
    Por cierto ¿tu hijo el guerrero, fue?

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  4. Ando extasiada leyendo tu viaje al reves, ya sabes comence por lo último publicado y ahora te acompaño virtualmente en vuestra aventura japonesa. ¿por cierto de que chorro bebiste tu?
    Puro cotilleo para saber como has vuelto si longeva, sabia o triunfante. Que maravilla de todo, fotografias y tan cuidada descripción del viaje. Me encanta.

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