Pasear por las calles de Kyoto, mientras la fina lluvia cae
como anuncio de que un tifón está cerca y va anunciando de forma tranquila,
pero constante que hay que aprovechar el tiempo al máximo.
Aquella
misma mañana, habíamos intentado caminar por un monumento, curioso y extenso, el
“Fushimi inari-Taisha”, pero a la mitad del camino nos rendimos, la piedra del
suelo se convertía en una pista de patinaje bajo nuestros pies y decidimos
pasar la tarde paseando por la ciudad.
Kyoto es un
lugar donde el pasado, el presente y el futuro, van unidos de la mano sin
desentonar, entre edificios impecables donde restaurantes, comercios y hoteles,
mostraban la cara más moderna y eficiente, podías encontrar pequeños barrios
donde a los lados de la calle, las casitas unifamiliares tradicionales se
extendían mostrando su forma de vida.
Mientras en
los semáforos de la calle shijo Dori respetábamos las colas, que se formaban en
perfecto orden, me daba la sensación que la gente de Kyoto, era más reservada y
silenciosa, menos cosmopolita, que la de Tokio, pero tremendamente educada.
Había que
ver esa nube a ras del suelo de paraguas blancos en movimiento, sin choques, ni
contratiempos, como si estuvieran programados.
Al llegar a las galerías de
shingyogoku Dori y Teramachi Dori, los paraguas se cerraban y dábamos paso a
nuestra curiosidad, entre cientos de tiendas, que se extendían a lo largo de
unas galerías, donde cualquier turista haría sus delicias, entre lo nuevo y lo
viejo, entre el presente y el pasado, el merchandising y el culto al te.
Callejeando entre ellas vimos como de una de
las galerías salía el “Nishiki market”, en el esta representado mejor que en
ningún otro lugar, toda la gastronomía de la que se proveen, tanto restaurantes
como habitantes. Productos de lo más variado, entre pequeños restaurantes donde
poder gustar tanta delicia. No voy a negar, que la cocina japonesa me encanta y
que todo lo que he probado a lo largo de este extenso viaje, me ha fascinado,
ya fueran productos nuevos, para mí o los clásicos, que podemos encontrar en
cualquier restaurante japonés de España.
Aprovechamos para cenar en un
pequeño restaurante, con puertas correderas de madera y sentados en la barra
mientras los cocineros hacían su trabajo, degustamos una comida exquisita y
variada, entre platos nuevos y exóticos como la raíz de loto, nos dejamos
seducir y sorprender, en una noche especial, agradablemente familiar, las risas
y la curiosidad, se unían a la agradable sensación de pertenecer a una familia,
de que tus seres queridos estén cerca de ti, compartiendo anécdotas y buenos
momentos, momentos de unión de camaradería, de felicidad, que nos acompañaran
siempre, la mejor forma de desfrutar la vida, por un momento formamos parte de
sus vidas y nos enriquecimos, con una experiencia, que jamás olvidaremos.
El tifón perdió fuerza y no llego
hasta nosotros, con el respiro de un nuevo día, viajamos hasta Osaka, ciudad
abierta y cosmopolita. Ubicada en la isla principal de Honshu, en a
desembocadura del río Yodo.
Como sólo disponíamos de horas,
nos centramos en Domtobori la parte más bulliciosa, repleta de teatros,
restaurantes, comercios y la arteria principal de la vida nocturna de Osaka. El
río que cruza tan curioso lugar, esta hecho de forma artificial, para evitar
inundaciones, aunque esta bastante contaminado y su profundidad es escasa, no
falta las anécdotas en las celebraciones deportivas, en las que en una ocasión
se tiraron un montón de seguidores y terminaron en urgencia
Una comida a base de sushi y
otras delicias varias, algunas innombrables y de nuevo a cotillear, el tiempo
pasa más deprisa cuando se disfruta, al final de la tarde nos dirigimos hasta
una noria gigante, para poder hacer panorámicas de la ciudad, estaba situada al
lado de uno de los acuarios más grandes del mundo, que no pudimos disfrutar,
por falta de tiempo. Otros lugares no los pudimos disfrutar como el castillo de
Osaka, por estar cerrado. En fin que voy a tener que volver, no me queda otro
remedio.
Salir de la isla fue otra anécdota
del viaje, entre autopistas de varias plantas de altura e islas, comunicadas
por puentes majestuosos, salir del laberinto fue algo costoso, aunque no por
ello imposible.
Es un regalo poder recorrer las calles tan lejanas de tu mano, un regalo.
ResponderEliminarUn beso
¡Que envidia!
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