16 oct 2014

DE KYOTO A OSAKA

                                                      
Pasear por las calles de Kyoto, mientras la fina lluvia cae como anuncio de que un tifón está cerca y va anunciando de forma tranquila, pero constante que hay que aprovechar el tiempo al máximo.
     








   Aquella misma mañana, habíamos intentado caminar por un monumento, curioso y extenso, el “Fushimi inari-Taisha”, pero a la mitad del camino nos rendimos, la piedra del suelo se convertía en una pista de patinaje bajo nuestros pies y decidimos pasar la tarde paseando por la ciudad.

          

      






  Kyoto es un lugar donde el pasado, el presente y el futuro, van unidos de la mano sin desentonar, entre edificios impecables donde restaurantes, comercios y hoteles, mostraban la cara más moderna y eficiente, podías encontrar pequeños barrios donde a los lados de la calle, las casitas unifamiliares tradicionales se extendían mostrando su forma de vida.
                                       
            Mientras en los semáforos de la calle shijo Dori respetábamos las colas, que se formaban en perfecto orden, me daba la sensación que la gente de Kyoto, era más reservada y silenciosa, menos cosmopolita, que la de Tokio, pero tremendamente educada.

            Había que ver esa nube a ras del suelo de paraguas blancos en movimiento, sin choques, ni contratiempos, como si estuvieran programados.
                                       
Al llegar a las galerías de shingyogoku Dori y Teramachi Dori, los paraguas se cerraban y dábamos paso a nuestra curiosidad, entre cientos de tiendas, que se extendían a lo largo de unas galerías, donde cualquier turista haría sus delicias, entre lo nuevo y lo viejo, entre el presente y el pasado, el merchandising y el culto al te.
           
 Callejeando entre ellas vimos como de una de las galerías salía el “Nishiki market”, en el esta representado mejor que en ningún otro lugar, toda la gastronomía de la que se proveen, tanto restaurantes como habitantes. Productos de lo más variado, entre pequeños restaurantes donde poder gustar tanta delicia. No voy a negar, que la cocina japonesa me encanta y que todo lo que he probado a lo largo de este extenso viaje, me ha fascinado, ya fueran productos nuevos, para mí o los clásicos, que podemos encontrar en cualquier restaurante japonés de España.

Aprovechamos para cenar en un pequeño restaurante, con puertas correderas de madera y sentados en la barra mientras los cocineros hacían su trabajo, degustamos una comida exquisita y variada, entre platos nuevos y exóticos como la raíz de loto, nos dejamos seducir y sorprender, en una noche especial, agradablemente familiar, las risas y la curiosidad, se unían a la agradable sensación de pertenecer a una familia, de que tus seres queridos estén cerca de ti, compartiendo anécdotas y buenos momentos, momentos de unión de camaradería, de felicidad, que nos acompañaran siempre, la mejor forma de desfrutar la vida, por un momento formamos parte de sus vidas y nos enriquecimos, con una experiencia, que jamás olvidaremos.


El tifón perdió fuerza y no llego hasta nosotros, con el respiro de un nuevo día, viajamos hasta Osaka, ciudad abierta y cosmopolita. Ubicada en la isla principal de Honshu, en a desembocadura del río Yodo.
                                                          
Como sólo disponíamos de horas, nos centramos en Domtobori la parte más bulliciosa, repleta de teatros, restaurantes, comercios y la arteria principal de la vida nocturna de Osaka. El río que cruza tan curioso lugar, esta hecho de forma artificial, para evitar inundaciones, aunque esta bastante contaminado y su profundidad es escasa, no falta las anécdotas en las celebraciones deportivas, en las que en una ocasión se tiraron un montón de seguidores y terminaron en urgencia                         
Una comida a base de sushi y otras delicias varias, algunas innombrables y de nuevo a cotillear, el tiempo pasa más deprisa cuando se disfruta, al final de la tarde nos dirigimos hasta una noria gigante, para poder hacer panorámicas de la ciudad, estaba situada al lado de uno de los acuarios más grandes del mundo, que no pudimos disfrutar, por falta de tiempo. Otros lugares no los pudimos disfrutar como el castillo de Osaka, por estar cerrado. En fin que voy a tener que volver, no me queda otro remedio.
              

Salir de la isla fue otra anécdota del viaje, entre autopistas de varias plantas de altura e islas, comunicadas por puentes majestuosos, salir del laberinto fue algo costoso, aunque no por ello imposible.


                       







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