29 nov 2014

EL FIN DEL VIAJE.

                                                    

   Cuanto menos tiempo nos quedaba, más disfrutábamos nuestra experiencia en Tokio, una vez perdido el miedo a lo desconocido, a los tópicos absurdos y hasta a la mismísima vergüenza, todo fue mucho mejor.
 
            En el barrio de Shiodome, nos colamos en una ceremonia de unos monjes en el templo Zojoli, lo más curioso es que justo detrás del templo hay una despampanante torre Eiffiel de color rojo, por lo visto es una antena, además de un observatorio, a sus pies un estupendo centro comercial, como no podía ser de otra manera
                                                                                                    
    


     









   Nos moríamos por ver Tokio desde las alturas, así que nos fuimos a Shinjuku, barrio donde se encuentra Las torres que albergan el Gobierno Metropolitano de Tokio, una especie de ayuntamiento, a lo japonés, o sea impresionante, además de gratuito.

                           

  


     La vistas desde allí te hacen pensar, casi tocando el cielo, viendo la alfombra de edificios de múltiples tamaños y estructuras de lo más diverso, donde rascacielos y pequeñas casas típicas, viven en total armonía, a los pies de semejante torre, te hace sentir minúsculo, una molécula de polvo en el paraíso, donde cabe todo lo que la imaginación abarque, e incluso hasta donde la imaginación no da. Como un pequeño parque cercano, en el que había un rastro de lo más curioso, donde la gente vendía cosas de segunda mano y antigüedades de lo más variopinto, lo que viene siendo un mercadillo jipi a lo nipón.
  

            Una de las cosas que nos dejaron con la boca abierta es que buscando un acuario-delfinario que mi hijo se moría por ver, terminamos en el barrio de Ikebukuro en un precioso e impresionante hotel. Nuestra primera impresión, fue “Vaya mierda de mapa, nos han tomado el pelo”, pero vimos una flecha que indicaba el delfinario dentro del hotel y como Emilio Aragón, en sus tiempos mozos, seguimos las flechas, atravesamos un centro comercial, situado en la primera planta del hotel, subimos unas escaleras automáticas y justo en la tercera planta, una especie de mini parque de atracciones y unos pasos más, el acuario, aquí volvimos a pensar “Vaya mierda de Acuario-delfinario” Aquí los delfines brillaran por su ausencia, pues no.
 
            En la tercera planta de hotel estaba este maravilloso lugar del que prefiero veáis las imágenes.
    
            Se que me quedan muchas cosas por contar, barrios que describir, pero es imposible por mucho que resuma, las sensaciones que uno tiene, cuando se encuentra en pleno Tokio en una calle, llenas de restaurantes españoles, cuando bajas de un tren desorientada y se te acercan con toda la amabilidad del mundo, para decirte por donde salir, como si te leyeran el pensamiento, o cuando dudas si lo que tienes que coger es el metro o el tren y una estudiante de español, se desvive por hacerse entender y ayudarte.
     
Mis últimos días en Japón, fueron inolvidables e inenarrables, por que hubo tantos lugares, tantos momentos maravillosos, tantas sensaciones, que mi escasa brillantez como escritora no me lo permiten trasmitir, muy a mi pesar.
        
           Así que me despediré con Odiaba, atrás quedan Shinjuku, Shibuya, Asakusa, Ueno, Akinahabara, Ginza, Roppongi, Shinahagawa, Shiodome, Ikebukuro y Marunouchi.
 
                                                     
            En una estación de tren, por encima de los transeúntes, como suspendidos en el aire, un tren sin conductor surca la ciudad, a la altura de una quinta o sexta planta de los edificios. Nos llevaba, mientras observamos el interior de los mismos, donde la gente sentada en sus oficinas o andando por sus casas, no se si de forma consciente o no, son observadas por nosotros, el tren cruza por encima del agua y nos deposita en una Isla artificial, donde los Japoneses vienen a mojarse los pies en la playa, atravesando un pequeño parque, donde la Estatua de la Libertad te saluda y donde un enorme centro comercial te da la bienvenida.
        
            El atardecer de nuestro ultimo día en Odiaba fue otro sueño, donde los últimos destellos de sol, dan paso a una semioscuridad, entre las luces de neón y las pequeñas luces de los barquitos. Y en esos momentos te transportan a un maravilloso lugar, de el que no deseas irte y no voy a negar que me brotó alguna lagrimilla al ver la vista de la bahía, serena e impresionante como todo lo que hemos visto en este increíble y maravilloso lugar.


            Mi Lucero solo sabía decir, que pena que Japón este tan lejos.
           

           





 































9 nov 2014

DE KYOTO A TOKYO

            Con nostalgia por dejar atrás un maravilloso y sorprendente lugar, nos pusimos en marcha, esta vez rumbo a Shirawaga-go y Gokayama dos aldeas situadas en las montañas al norte de la isla y que 1995 fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

     
            Nos esperaba un día largo, expectantes por no saber donde terminaríamos, el GPS no aceptaba instrucciones que no fueran en japonés y el japonés que las metió, no hablaba en ingles, así que la cosa prometía y la experiencia una vez más sería impagable.
           


            Durante el camino pudimos disfrutar de unas vistas increíbles, a un lado la montaña, verde, exuberante, atrayente, al otro la costa, donde se intercambiaban los pueblos de pesadores con impresionantes acantilados, que terminaban al pie del mar de Japón, donde las olas chocan sin piedad. Por no hablar de lo inesperado, esos lugares que te dejan con la boca abierta. Como una estatua de 73 metros de altura, representando a la diosa de la misericordia (Kaga Kannon), esta entre las veinte más altas del mundo. Ver a esa diosa dorada, con su bebe en brazos, a lo largo de muchos kilómetros, consiguió despertar nuevos sentimientos, creía que sabía lo que tenía que ver, aquellos monumentos que se da por echo que tienen que ser admirados, pero están esos otros de los que nadie hablar y que son auténticos regalos, por inesperados, por la belleza que muestran

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   Cada momento de este viaje era un pequeño sueño y como tal, allí en el corazón de la montaña encontramos las dos tranquilas aldeas, atravesadas por un río, rodeadas de campos de arroz y pequeñas huertas, que daban paso a las casas construidas según el estilo gasso-zukuri, casas de madera con techos de paja en forma muy puntiaguda, representando la posición de las manos a la hora de rezar, para que las lluvias y la nieve no las dañen. Con ellas se intenta enseñar como era la vida de los aldeanos, sus costumbres y sus artes tradicionales. Una vista atrás para no olvidar, en un pequeño remanso de paz, donde uno se reconcilia con la naturaleza y se disfruta con añoranza de un tiempo pasado, que no mejor, por lo duro, pero mucho más romántico que este ir y venir, sin tiempo para nada, donde la tecnología mueve nuestras vidas y terminaos perdiendo parte de la sensibilidad, para programarnos como robots, olvidándonos de lo importante, de la maravilla de vivir y disfrutar de los nuestros y de lo que la vida nos puede dar.
    
            Cuanta más belleza se observa, más cuesta dejarla atrás, pero el viaje de regreso a Tokio era largo y todavía quedaban muchos kilómetros.
                        
            Os parecerá raro, pero en cuanto llegamos a Asakusa (barrio donde nos alojábamos) me sentí en casa, todo me era familiar, fascinada como la primera vez, con la diferencia de no sentirme una extraña y pensar que hubo un momento en el que dude, si este lugar me llegaría a gustar. Ahora después de 12 días en Japón, me sentía más atrapada de lo que jamás me hubiera imaginado, en un país donde las luces de neón, los edificios que tocan el cielo y las pequeñas casas de madera, santuarios, pagodas y  multitud de rincones llenos de magia y energía que emana de un pueblo con unas raíces tan profundas en la tierra, como los árboles a los que tanto cariño y tiempo dedican.
    













En los siguientes días, seguimos descubriendo cantidad de lugares increíbles. Desde Asakusa hicimos un pequeño tour por el río, hasta que llegamos a los jardines de Hama Rikyu, donde una casita de Té situada en el medio del lago de agua salada, que hay en los jardines, hacen las maravillas de propios y extraños. La salida del parque nos devuelve al bullicio, los coches y la impresionante ciudad que nos queda por descubrir, comenzamos desde el barrio de Shiodome, entre increíbles rascacielos modernos, a metros del suelo, como colgado del cielo aparece un tren sin conductor que nos llevaría a la isla de Odiaba una tarde lluviosa.


           






































LA SINCERIDAD ESTÁ SOBREVALORADA

Jueves por la tarde y llamo a mi madre, que hoy no tenía cole, por que la profesora de informática estaba pachuccha. —¿Qué haces, madre? —...