22 sept 2015

VIAJE A ITALIA. QUINQUE-TERRE II


                             Resultado de imagen de cinque terre italia al anochecer
El tren recorre los cinco pueblos costeros y la muchedumbre, se pasan el día, de estación en estación, con sus caras rojas, despeinados y sudando la gota gorda, por que el sol descarado, penetra hasta lo más profundo del ser, lo invade todo y se venga así de la intromisión de tanto desconocido.

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            El siguiente pueblo a visitar fue Monterroso, el último pueblo de la reserva, aquí, nos encontramos un pueblo más extendido a lo largo de la playa, donde cientos de sombrillas del mismo color, anuncia que esta playa es de pago. Aunque siempre queda un recoveco por el que poder acceder al mar y disfrutar de ese Mediterráneo que acaricia las rocas y arena para hacer felices a propios y extraños.

                        

            Para mí el pueblo más decorado para la ocasión, todo se acerca a la perfección, las casas cuidadas y pintadas en tonos ocres, con trampantojos que simulan cornisas y esquinas, además de decorar puertas y ventanas con esta forma tan peculiar de simular la piedra, los rincones llenos de plantas de un verde intenso, salpicadas de flores de colores.
         

   Comimos y nos bañamos, y llegamos tarde para coger el tren que nos llevaría al otro pueblo. Menos mal que cada 15, o 20 minutos pasa otro.






Vernazza es un lugar con una mezcla de los dos anteriores, desde la plaza que da al mar, llena de terrazas, donde la algarabía y alegría alcanza todos los rincones de este pequeño pueblo, hasta la piedra de muchas de sus construcciones, que deja de ser fría he inerte, para ser calida y acogedora. Y mientras tanto el mar entra en las pequeñas calas, donde los turistas se bañan sin ningún pudor, ni prudencia, saltando desde cualquier sitio
   
            Cual Dora la Exploradora y en busca de rincones con encanto, subimos por pequeñas e insinuosas escaleras que además de llevarnos directitos a las mejores heladerías del lugar, culminaron en una plaza de cemento muy singular, en el suelo dibujadas las rayas necesarias para jugar al fútbol, una alambrada altísima y las porterías pintadas en la pared, anunciaban el lugar de juego de los niños, pero os aseguro que me sorprendió tanto, como aquel campo de fútbol en la 8 plata de Tokio, justito al lado del famosísimo cruce, por el que todos pasamos mil veces, como si fuéramos a salir en la tele. En fin que allí no gozaban de la brisa del mar y aquí no gozaban de un maravilloso césped artificial. Así es la vida siempre falta algo.

El cuarto De los pueblos, Corniglia nos destrozó, subimos por unas escaleras infinitas a eso de las 5 de la tarde, el calor sofocante y los 20 minutos de subida a punto estuvo de causar bajas entre nosotros, pero conseguimos llegar a la cima. No puedo decir que fuera el que mas me gustara, ni siquiera el que más encanto tuviera, el mar besaba suavemente las bases de las montañas, y desde el pueblo en lo alto de las mismas, se veía grandioso, majestuoso, bajo un sol de justicia, que hacia que el azul de sus aguas, brillara como una esmeralda expuesta a la luz.

                                                 
Caminamos un poco entre las pequeñas y angostas calles del pueblo donde pequeños detalles salpican sus fachadas contando historias de un pasado no muy lejano, en el que estos pueblos, aun siendo igual de hermosos, no se sometían a la tortura de tantos y tantos viajeros, ansiosos por descubrir como los años han convertido unos pequeños pueblos de pescadores o de montaña, en una autentica obra de arte, un simple marco basta para colocarlo en cualquiera de los detalles, calles o edificios, para tener el regalo más preciado.

        

El último pueblo nos esperaba, el sol ya no brillaba tan fuerte, la bajada para coger el tren, en esta ocasión era hasta agradable, disfrutamos de las vistas inigualables, entre los frutales que los lugariegos plantan en cualquier recoveco, huertos en pequeñas terrazas naturales, que hacen las delicias de sus dueños y el mar, ese mar que acompaña este recorrido tan increíblemente bello, donde lo cotidiano y lo excepcional van cogidos de la mano.


En Manarola pudimos disfrutar de uno de los mejores baños del día, el atardecer amenazaba y el gentío iba desapareciendo. A los pies de la plazoleta del pueblo, bajando una escalerilla, donde una cala de roca nacían desde el interior del mar, hasta el principio del cielo, conseguía hacer las delicias de unos jóvenes que saltaban inconscientes del peligro y disfrutando del riesgo. Sin pensar, que es lo malo de ser turista, disminuye el coeficiente intelectual de las personas y en mas de una ocasión, termina con la teoría de la evolución, volviendo a nuestros orígenes más antiquísimos y convirtiéndonos en auténticos primates (mil disculpas a los primates, se que hay cosas que ellos no harían jamás)
        


                                  
El agua calida rebajaba la temperatura de nuestros cuerpos, relajando todos los músculos de nuestro ser y haciéndonos sentir en el paraíso más absoluto, belleza por do quien, imposible de plasmas en un lienzo, aunque nos empeñemos en fotografiar todos y cada uno de esos momentos, que no deseamos olvidar, como si de alguna manera ver esas fotos pudiera trasportarnos en cualquier momento a ese lugar y hacernos sentir de nuevo libres y felices viajando por el mundo, disfrutando de todos lo que la naturaleza nos ofrece y que el hombre a veces cuida y protege y otras destruye y empobrece.
  
Mi hijo saco un par de medusas que parecían partidas por la mitad y los chicos que saltaban, unos americanos, decidieron que no eran medusas, por más que mi hijo les explicaba, y les decía que no se dejarán llevar por lo amorfo del ser, ellos decidieron jugar y se la pasaban de una a otra mano, incluso se la lanzaron a la única chica del grupo, que en menos de 30 segundo tenía en el sitio del impacto un sarpullido rojo. No os quiero contar nada, el que estuvo pasándosela de una mano a otra, mi hijo les dijo en ingles, ya os lo advertí y ellos se fueron en busca de algo para calmar el dolor.
                   
Disfrutamos de una de las mejores puestas del Sol de este viaje, y con la nostalgia de lo vivido, pero con mucho hambre, caminamos por las calles en busca de los cucuruchos de fritanga que hacen las delicias de cualquier paladar, después de un largo día de emociones, ¿qué mejor manera de despedirse del lugar?, que con el estomago lleno.
                   

La vuelta al tren fue triste, dejábamos atrás, mar, naturaleza, montaña y unos pueblecitos, con el sabor añejo de sus calles y la historia escrita en piedra y fachadas, un lugar que jamás olvidaremos, por curioso, por bello.


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LA SINCERIDAD ESTÁ SOBREVALORADA

Jueves por la tarde y llamo a mi madre, que hoy no tenía cole, por que la profesora de informática estaba pachuccha. —¿Qué haces, madre? —...