9 nov 2015

SAN GIMIGNIANO

                                       
   Con el suave vaivén que tiene el vehículo mientras subes y bajas las pequeñas colinas, por las que surca la angosta carretera atravesando, campos de viñedos, cultivos y arboledas, surge como si de un espejismo se tratara las torres de San Gimigniano.
                        
                                                    

            La pequeña Manhattan de la época se sitúa en lo alto de una colina, desde donde rodeada de los campos más bellos de la Toscana, recibe a propios y extraños, para deslumbrarles con su belleza y señorío.                           
                                    
                       
            San Gimigniano, tiene origen etrusco (siglo III a.C) Tomo el nombre a un obispo, que le defendió en el siglo X de los Hunos de Atila. Paso de peregrinos que viajaban a Roma en la edad Media. En la actualidad, conserva 13 torres, de las 72 que llego a tener en los momentos de mayor apogeo.

                    

   Llegamos a eso del medio día, bici en mano, que el área para autocaravanas estaba a un kilómetro y medio de la entrada a la pequeña población, donde las puertas de la muralla, anuncian que vas de visita el pasado, rodeada de presente en forma de multitud.
                       

     

       Comimos en un restaurante situado a unos metros de la muralla, las vistas de los campos de Toscana, eran una postal viva, el sol inundaba de luz todos y cada uno de los rincones, haciendo que los colores se intensifiquen con fuerza, como un cuadro impresionista. Una buena comida, un café fuerte e intenso, como el carácter de los italianos y de nuevo en marcha.


           
                                                  
                               
       Como niños curiosos, nos dejamos deslumbrar ante tanta belleza, calles empedradas, edificios envejecidos, pero majestuosos a los que los poderosos de la época añadían las torres, en pos de demostrar quien la tenía más grande (la torre, por supuesto) y evidenciar su poderío económico.
 
                                     
                                                               


 
 El sabor dulce y cremoso del helado y un paseo por sus calles, hasta llegar a la Piazza de la Cisterna, rodeada de olivos, una puede ver toda la población y las vistas te dejan embobada. Recorrer La Piazza Duomo, donde está la colegiata, La Piazza Pecori, y Piazza delle Erbe y dejarte llevar por la atmósfera de alegría y bullicio que causan durante el día, cientos de turistas, van de una lado a otro, de tienda en tienda. Hasta que llega el anochecer y todo empieza a calmarse poco a poco y los vecinos del pueblo cierran sus comercios y se dirigen a sus casas, y el aroma de la albahaca cocinada se impregna en el ambiente, mientras las luces de los faroles dan paso a la noche cerrada, he iluminan sus torres, sus calles, sus plazas, sin perder la belleza de la piedra tallada.
 
          
                                            
            Y una vez más partimos con nostalgia, atrás quedan torres y murallas, nos espera la carretera, llena de subidas y bajadas, entre los campos sin fin, que nos acompañan. Mañana será otro pueblo, otro sueño, otra muralla, mucha historia y un agradable sentimiento en el alma.

  
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