24 ene 2016

BRACCIANO Y CIVITA DI BAGNOREGIO

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Los días pasan muy rápido cuando una disfruta de todo aquello por lo que vive, amor, familia, amigos y los pequeños placeres en lugares increíbles.

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Dejamos atrás los días de relax en las playas cercanas a Roma, pero como atraídos por el azul del infinito que se refleja en el agua, terminamos en Bracciano, un pueblo precioso, con un castillo de cuento, al pie de un lago de ensueño que lleva el mismo nombre, lago al cual se asoman otros dos pequeños pueblos. Postal de la que disfrutamos, después de un paseo corto, pero intenso por el pueblo, para terminar en la orilla del lago, dando de comer a los patos y disfrutando de un merecido chapuzón.

Resultado de imagen de civita di bagnoregio ENTRE NUBES

Con el atardecer, nos ponemos en marcha esta vez rumbo a Civita di Bagnoregio (la ciudad que no muere)

            

                   
            

Como describir un lugar, que en los días de niebla queda suspendido en el cielo, en la cúspide de la pequeña montaña que lo alberga, unido tan solo por un puente, donde los cascabeles se mecen al son del viento, anunciando que el cielo está cerca.

             

                        

            

Los culpables de está joya una vez más fueron los etruscos, construyeron una fortaleza inexpugnable, que sobrevivió a los ataques de ejércitos, pero hoy en día lucha contra su peor enemigo “el tiempo”. Construida sobre terreno arcilloso está condenada a la lenta muerte de la erosión. 

   
          
                 
            

            Mientras recorríamos el largo puente peatonal que da acceso a este pintoresco lugar, no dejaba de admirar toda la belleza que lo envuelve, los valles que lo rodean, las murallas que lo proteger.

                 

                             

                

            Una vez pasado el pequeño arco que da acceso al pueblo una siente algo especial, no hay rincón en el que la belleza más añeja no resurja para llamar la atención, la madera vieja en tonos grises, las bisagras oxidadas, la piedra de los muros de las casas y las verjas de hierro forjado retorciéndose en la lenta agonía del tiempo.

               

                                 
        
             

            A veces nos empeñamos en contar lo bello que es un lugar, pero en este caso más que en cualquier otro, “una imagen vale más que mil palabras”.

     

            Cenamos en un restaurante del pueblo y ya de noche con la luz de los farolillos nos despedimos de uno de los sitios más increíbles que he visto en este viaje, no se si el más hermoso, por que elegir entre el abanico de ciudades y pueblos que hemos recorrido hasta el momento es muy difícil, lo único evidente es lo diferente que es, quizás sea esto, lo que lo hace tan especial.

           

                                 

                

            Embebidos de tanta belleza, nos echamos a la carretera, la noche estrellada invitaba a recorrer unos kilómetros más, para adelantar la marcha y llegar a Arezzo.

           
                                      
                       

              

Quien nos iba a decir que nos íbamos a recorrer cerca de cien kilómetros de más, y es que cada vez que decidíamos coger el peaje para adelantar, en Italia, resultaba nefasto, la salida de Arezzo estaba cerrada, nos dimos la vuelta con la esperanza que sólo fuera la ida, pero que va, la de vuelta también, y sin indicación alguna, terminamos en la carreteras comárcales, que son las únicas fiables, pero después de un día perfecto, quien me mandaría a mí querer seguir disfrutando, olvidando por completo quien soy. “Odry desastrosa y sin remedio”

                      













20 ene 2016

MI ULTIMO DÍA EN ROMA

          
                    
            Después de las desventuras del día anterior, para llegar al área de autocaravanas, nos dejamos de exploraciones y nos fuimos derechitos al centro turístico para la Vía Appia, situado a cien escasos metros del área, en el cual sacamos los billetes para el autobús, que estaba justo enfrentito del mismo área y que nos dejo en la mismísima Piazza Venecia, desde, donde a través de la Via del Fori Imperial accedimos a toda la zona turística.
                       
                                             
                     

            En vez de ir directamente al Coliseum, donde las filas para sacar entradas son eternas, nos fuimos al palatino. Donde sacamos las entradas para todo, Coliseum, Palatino y Foro romano, sin colas, ni esperas, no todo iban a ser desventuras, bastante pardillos habíamos sido el día anterior.
                       
                      
                                                
                       
            Intentar contaros lo que sentí o lo que vi, sería más que temerario por mi parte, por no decir, imposible, cada uno se imagina y ve las cosas desde su propia perspectiva y este lugar merece ser visto por los ojos de uno y no a través de las palabras de nadie a no ser que tengas la sensibilidad de Alberti, la imaginación de Cervantes y la fuerza de Lorca. Obviamente no es mi caso.
                      
                                                      
                      
            Encontramos un restaurante increíble en precio y calidad, sólo hay que salir un poco de las zonas más turísticas, para encontrar este tipo de sitios y ver a los italianos en su salsa, alegres, gritones y con una energía envidiable.
                     
                                              
                     
           
            Al atardecer nos dirigimos a la boca de la Veritad, llegamos justo al cierre, lo bueno es que no había colas, después cruzamos unos de los puentes del Río Tiber y visitamos la Isla Tiberina, donde nos deleitamos con un cremoso helado de frutas.
                    
                                                     
                    
            La noche nos envolvía, mientras paseábamos por el Tratevere, donde gente disfrutar de terrazas y bares en buena compañía.
                                             
                                              
                    
Nosotros agotados decidimos volver a nuestra casitamovil. Con el dulzor de un día perfecto y la pena de tener que despedirnos de una ciudad eterna que enamora a propios y extraños, con la frescura de sus gentes y las mil y una historias de cada uno de sus monumentos.
                       

                                                       
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            Sólo nos quedaba una visita a la que no podíamos faltar. Así que nos levantamos con la fresca para poder visitar algo de La Via Appia Antica y sus catacumbas, yo ya las había visitado en anteriores ocasiones, pero mis hijos y Marta las veían por primera vez, nos les dejo indiferentes, quizás por que no tenía nada que ver con todo lo anterior y por que el buen grado de conservación, hace muy fácil que te puedas trasladar a la época en la que los cristianos, convivían con sus muertos en pos de no seguir sus pasos.
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El frío en su interior no sólo refresca nuestros cuerpos, en algunos momentos mientras escuchábamos las historias entre interminables pasadizos, llenos de huecos en las paredes, en otro momento lugar donde reposaran los cuerpos, también se nos helaba la sangre, no se si por el roce de las almas sin consuelo o por la energía de cientos de aquellos que tanto luchando por sobrevivir.
                                 Resultado de imagen de MONUMENTOS VIA APPIA ANTICA
            Nos faltaban cosas por ver, lugares por visitar, pero la ola de calor que nos acompañó todo el viaje, hizo que cambiáramos parte del itinerario en pos de no morir en el intento. Retrocedimos nuestros pasos, para volver a Ladispolis. Al fin y al cabo estábamos de vacaciones y nos merecíamos un descanso junto al mar al frescor del anochecer, mientras arrullados por el sonido de las olas, disfrutamos de un buen vino a la luz de las estrellas.
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LA SINCERIDAD ESTÁ SOBREVALORADA

Jueves por la tarde y llamo a mi madre, que hoy no tenía cole, por que la profesora de informática estaba pachuccha. —¿Qué haces, madre? —...