30 ago 2017

ESTRASBURGO

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No me extraña que Estrasburgo sea una sede oficial de la Unión Europa ¡Menudos listos! ¡Anda que se lo montan mal, esta gente! Aunque mejor no hablamos de políticos, que se me pone una mala leche y no se me ocurre nada bueno. Así pues, corramos un tupido velo y vayamos a lo nuestro, que es pasar ratos agradables.



La ciudad es un pequeño sueño. Con un rio sereno que la llena de vida, cruzándolo unos puentes, adornado con flores, como punto de unión con sus calles. La parte antigua, tiene como epicentro una catedral increíblemente bella, no le falta detalle, en un color marrón rojizo, se erige directa al cielo, mostrándose como un edificio único y majestuoso, desde el cual, comenzamos a patear la ciudad, embelesados, con todos los detalles que aparecían a nuestro alrededor. Pequeños rincones de calles estrechas, preciosas avenidas transitadas por cientos de turistas que andaban de un lado para otro, llenando las calles, por largas que estas fueran, calles adornadas con millones de flores, que cuidan como a las niñas de sus ojos y embellecen una ciudad ya de por si preciosa, junto a edificios que te cuentan historias, sólo con echarles una mirada, fantasías que vienen y van, fijes donde fijes la mirada y por supuesto el culto a la comida y al buen beber, quesos añejos y vinos deliciosos que hacen que esta haya sido una de las ciudades que más me ha gustado en este viaje.





Disfrutamos en un Bistró de una buena comida, que no del servicio, fue decirles que no hablábamos francés y el chiquillo que nos atendía, salió pitando y no se volvió acercar, vino otro compañero, que tampoco le puso entusiasmo ninguno y nosotros, comimos al pinto, pinto gorgorito. Pero así son los franceses que se le va hacer. Menos mal que la comida estaba deliciosa, estos franceses siguen teniendo ese culto a la comida, lo que hace que uno disfrute de una cocina endiabladamente buena.


Algo que he podido comprobar en este viaje es que, al contrario de los alemanes, los franceses parecen más enfadados que en años anteriores, en las pequeñas tiendas, el trato es más cordial y agradable, pero en algunos restaurantes y grandes superficies, el trato llega a ser degradante, no te saludan cuando llegas, ni te miran y llegan a mostrarse tan indiferentes, que terminas por sentirte incómodo. Imagino que como en otros muchos sitios, están cansados de tanto turista loco, pero a veces no cuesta nada, mirar a la persona a la que atiendes, o simplemente tratarla con un mínimo de respeto, por muy desencantado que te muestres, no vas a conseguir que la gente desaparezca, con lo cual ¿Qué sentido tiene ser antipático o mostrarte despectivo?



La belleza de un país, no sólo se ve en sus monumentos, también en las gentes que lo habitan y que forman parte de su encanto y cultura, los franceses son buena gente y a lo largo de más de 9 años que llevo visitando su país, aunque sea de paso, me han parecido un pueblo increíble y muy luchador, a la par, que saben disfrutar la vida, con todo lo bueno que está ofrece, a veces son muy suyos, pero nunca había tenido está de sensación, es como si estuvieran cansados, lo mejor es que no es general y siempre te encuentras más cosas buenas que malas y gente más amable, que antipática.




A pesar de todo disfrutamos de un maravilloso día, eso sí a 40 grados que me puse roja, hasta debajo de la camiseta, y os aseguro que esto, sí que no lo había vivido yo en Francia nunca. Tienen un clima agradable en verano, pero no como para churrascar a una.

 

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