9 ago 2019

CHEFCHAOUEN Y EL DÍA QUE NUNCA ACABA






Mi hermana dice que mis historias, no la trasladan a los lugares que he visitado, para lo poco que me lee, el coñazo que me da “la jodia”. Que ya le he dicho yo “Nena, mira las fotos como todo el mundo, que Paco y Borja se han arriñonao, cargando con el equipo todo el viaje, para algo y no le pidas más peras al olmo, que lo mío son los desastres y de eso este blog va sobrao.”



 

Abduslam (El guía), nos encandilo con sus historias, hombre culto y sensible consiguió trasmitirnos su amor por aquel lugar, recorriendo sus laberínticas calles, plazas llenas de color y esos rincones que sólo conocen unos pocos y que hacen las delicias de los visitantes. Hasta que llegamos al lugar donde vivió su infancia y la nostalgia brotó, aplacada con la mejor de sus sonrisas.





Serían las dos y media cuando llegamos al restaurante elegido por David y Sole. En Marruecos nada es lo que parece, por fuera sencillo, humilde, austero, pero al cruzar la puerta, lejos de lo que una espera encontrar, te sorprende la magia de su interior, un gran comedor con una zona central que va hasta el mismo cielo y que deja pasar la luz a todas las salas. Pues, la comida marroquí sigue estás directrices, en apariencia sencilla y humilde, pero llena de matices y sabores adictivos, que una vez que se prueban, ya no se quieren olvidar.

 




Una vez terminada la deliciosa comida, nos entregamos de nuevo a Abdusalan.

Nos mostró como aquella ciudad había cambiado, comenzaron limpiando una plaza diecinueve personas y la terminaron más de doscientas. Como siempre he pensado, cuando uno muestra lo que es capaz de hacer por los demás, la gente se anima y se ilusiona, siguiendo un camino que nos hace crecer y sentirnos mejores.


         


Cinco de la tarde, unos 38 grados a la sombra y a pesar del madrugón, estábamos felices, (iba a escribir “tan frescos” pero no me lo creo ni yo). Cual Dora la exploradora y su panda andábamos pueblo para arriba, pueblo para abajo, de vez en cuando nos sorprendían con alguna curiosidad. Así llegamos a un horno de leña. La idea era buena, pero el horno estaba a pleno rendimiento, así que fue la más rápidita. 
Nos quería mostrar lo importante que es para este país el pan, que se utiliza a modo de cubiertos. Además de mostrar las distintas pastas y dulces típicos del lugar. A mi me sorprendió que yo estuviera a punto de fundirme cual mantequilla y el panadero, estuviera como si no hicieran 60 grados como poco. Aquí la gente es de otra pasta, para mí que no tienen glándulas sudoríparas. Mientras a mí, no me quedaba líquido que perder, dejándome la axila en carne viva con las toallitas desodorantes, mientras ellos, por mucho que te acercaras, no manifestaban olor alguno y mira que de narices voy bien servida, no se me escapa uno.

 

Nos repartió algunos dulces, de sabor maravilloso, pero de masa compacta, era como meterse un polvorón, que son mi debilidad, pero sin un líquido para pasar puede ser una deliciosa forma de morir y apuntito estuve con un ataque de risa, por culpa de Marisa, elocuente como ninguno, hace que cualquier circunstancia termine en carcajada.

Marisa salía del lugar agarrada a Ángeles a la que le mostraba lo que le había dado el panadero, en plan niñas que acaban de hacer una trastada.


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  ¿Pero a ti cuántos te ha dado enchufa? – Le dije yo al verlas tan contentas.
-          Dos o tres.
-          ¿Y eso?
-          Me habrá visto desnutrida. - Lo decía con ironía, porque piensa que le sobran un par de kilitos, pero la verdad es que la rubia de ojos azules, no le había pasado inadvertida al panadero
-          Lo que te ha visto, es muy guapa, que a mí me ha dado uno y me ha dicho que lo compartiera.

Por fin a eso de las seis y pico, se apiadaron de nosotros y nos tomamos un té, sentados en una preciosa plaza, Aunque, si en vez de agua, se le añade ron y unos cúbitos de hielo, hubiera sido un mojito espectacular, por la cantidad de hierbabuena que llevaba. Pero en un país musulmán y su coctelera se basa en increíbles tés y cafés aromatizados, poniendo el punto de color con unos zumos naturales, que no necesitan azúcar porque la fruta es pura miel. Lo mismo debieron pensar las abejas de la plaza, que no me dejaron vivir, ni poniendo encima de la mesa azucarillos.



No me como una rosca con el panadero, pero atraigo a todo bicho viviente, humano o no. Por si la presión de aquellos insectos no fuera suficiente, un autóctono muy cansino en pos de conseguir propina decidió cantarme, disfrazado con unas gafas rosas y una pandereta que golpeaba con mucho malaje, arrítmico y desafinado, no le faltaba detalle. En un proyecto de canción, que intentaba hacer pasar por el “Baila morena” de la cual, sólo conocía el estribillo que cantaba a bocinazos. Yo no quería ni mirar, por muy fuerte que fuera el dolor de cabeza, ya que se había empeñado en que tenía que bailar.









El ratito en que mis tímpanos tuvieron que sufrir tan ingrato concierto, no voy a negar, se me hizo largo. Mientras yo no sabía dónde esconderme, me había convertido en el pitorreo de “mis ex-amigos, los autocaravanistas”, que no dejaban de reírse de mí, que no conmigo, he incluso sugerir, que me animara a bailar. Como no había poca guasa a mi costa, estuvieron hurgando en mi amor propio. Quizás, les hice una discreta peineta y les mande allí por donde amargan los pepinos, pero el ratito, dio para mucho y el cachondeo nos acompañó a lo largo de toda la tarde.

¡Y qué tarde! Que me decía yo para mis adentros ¡Qué viajecito me espera…!



FOTOGRAFÍAS REALIZADAS POR PACO MORENO VAZQUEZ Y BORJA MORENO




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