15 oct 2019

VALLE DEL ZIZ (II)


A las nueve, ya estábamos todos en marcha o David nos daba la receta del brebaje que se tomaba cada mañana y que le hacía prácticamente incombustible o alguno/a moría en el intento.


 El viaje continuaba a lo largo del valle del Ziz. La visión entre aquellos acantilados formados en el jurásico era fascinante. Desde las zonas más altas, donde las montañas desafiaban al cielo, hasta las más bajas y recónditas, donde la naturaleza se mostraba en todo su esplendor, el valle quedaba dividido en dos habitas totalmente opuestos y de ahí su encanto.


Nos llevaron hasta uno de los miradores más concurridos por los turistas y curiosos. Situado en una zona privilegiada, donde las vistas se perdían en el horizonte, de norte a sur en un increíble oasis de palmeras, que simulaba una tupida y frondosa alfombra verde, llena de vida, entre aquellas montañas tan áridas.


Allí nos encontramos con el guía que nos iba a mostrar todas las caras del sorprendente oasis. Es curioso cómo la gente se vuelve loca haciendo fotos desde lo alto del mirador. Sin pararse a buscar más allá del frondoso bosque de palmeras. Profundizar en sus moradores, que son los encargados de cuidar y proteger el hábitat del que se sustentan. Es como mirar la portada de un libro sin abrirlo, puedes tener alguna noción, pero no tienes ni idea de lo que te puede hacer sentir si decides vivirlo.


Bajamos con nuestras casitas móviles, por unos caminos en los que las cabras serían la mar de felices, en nuestro caso, nos conformamos con sobrevivir y llegar enteritos al fondo de aquel corazón verde.

  

  

Veinte minutos y un kilo de polvo después, ya estábamos en el lugar correcto para aparcar y recorrer con nuestro guía, aquella prolongada y divina tierra de la que brotaban tantos frutos. Un agradable paseo entre las palmeras, árboles frutales y tierras llenas de diversos cultivos.

         

  

         

Cruzamos pequeños riachuelos, reflejo de lo que antaño fue el lecho de un gran rio. A pesar de estar prácticamente desaparecido, su cauce sigue haciendo de esta tierra, la más fértil de la zona. Una clase magistral de cómo aprovechar al máximo los recursos que la naturaleza ofrece para que los pequeños pueblos que a lo largo del valle subsisten.
                                           
                                             
 La parte más tierna vino dada por nuestro guía, que después de mostrarnos aquel paraíso amenazado por la proximidad del desierto. Nos llevó a las pequeñas poblaciones que lo bordean. En unas construcciones muy básicas de piedra y barro que se convierten en los hogares de la gente del valle. Al final de un pequeño pasillo se paró delante de una puerta de apenas un metro y medio de altura, para mostrarnos el lugar donde había nació y vivido, hasta que la familia creció tanto, como para buscar una casa más grande. Casa en la que nos recibieron después de visitar una cooperativa, donde las mujeres intentan aprovechar todas sus habilidades, con los escasos medios de los que disponen y poder conseguir un dinero extra.

Nos deleitaron con un maravilloso té, cacahuetes y una pizza berebere vegetal, auténtica y deliciosa, cocida en un horno de barro, donde además, suelen preparar diariamente el pan, que acompañado de aceite, jaleas y la mejor mantequilla que he probado en mi vida, blanca como la nata, suave ligera y untuosa, a la cual podías endulzar con las distintas mermeladas caseras que las mujeres del valle hacen de forma natural, con los productos que cultivan en estas tierras y que tienen un dulzor sublime, de las cartucheras al cielo, como poco.


Abandonamos aquella familia, tan cariñosa y agradable, que nos había abierta las puertas de su casa y nos había ofrecido aquello que pasan todo el año cuidando y cultivando, para mantenerse, con gran nostalgia. Algunos de los miembros del grupo, agasajaron con juguetes, ropa y pequeños detalles para los más pequeños, en respuesta a aquella generosidad y con el fin de que aquellos pequeños disfrutaran de lo que en occidente es tan común, pero que, en algunos lugares del mundo resulta tan complicado de hallar.


Paco, junto con su hijo, nuestros magníficos fotografos. 

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