7 dic 2015

DE MONTERIGGIONI A SIENA

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    Nuestra idea era dormir en Siena, pero terminamos en medio de los campos de labranza, entre olivos y viñedos, a los pies de la muralla de Monteriggioni. Donde el silencio invitaba al descanso, tan ansiado después de un día lleno de emociones.



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            Monteriggioni, es un pequeño pero encantador pueblo medieval, rodeado por murallas construidas en el siglo XIII por los señores de Siena para controlar la vía Cassia, que discurría a través de Val d'Elsa y Val Staggia. Con catorce torres, que ya nombró Dante en el infierno de la Divina Comedia (Canto XXXI del Infierno), comparando las catorce torres de Monteriggioni con un círculo de gigantes rodeando el abismo infernal y por las que hoy puedes pasear, por las pasarelas que las bordean

             
            Las puertas de la muralla se abren ante nosotros, mostrando una vez, como los italianos han cuidado de su patrimonio, trayendo edad media a nuestros días, a través de estas construcciones tan bien conservadas, por si esto no fuera suficiente, lo aderezan con mercadillos medievales que hacen las delicias de grandes y pequeños.

              

            Paseamos por las pequeñas calles, fuimos de norte a sur y de este a oeste. En una visita corta, pero deja muy buen sabor de boca y no me refiero sólo al café.

                  

 20 kilómetros separan Monteriggioni de Siena otra joya de esta tierra increíblemente bella y que nos tiene totalmente embelesados.

    


         

   En Siena agradecimos en el alma, las escaleras mecánicas para subir a la zona más turística de la ciudad. Donde la catedral Duomo di Santa Maria dell’Assunta cuya fachada rayada por el verde-oscuro y coloreada por el rosetón de la Última Cena, se abre desde paso desde las estrechas calles, para mostrar todo el poderío de la iglesia en esa época. Il Duomo esconde una cúpula impresionante y un campanile cuyo número de ventanas crece en función de la altura, convirtiéndose en el punto de mira de la ciudad medieval.




Resultado de imagen de siena italiaEn La Piazza del Campo, se encuentra el Palacio Público, del Siglo XIV, cuya torre (llamada del Mangia) busca el cielo con su perfecto remate almenado. Es en esta Piazza donde se celebra la famosa fiesta del Palio, que comienza con el desfile de los Mazzieri (Pregoneros), tras ellos los Centuriones, los representantes de los contrade y por último, el carro tirado por bueyes que porta el palio, premio que se entrega a la contrada vencedora. Todo con una estética medieval digna de ver. Los corredores con sus respectivos caballos toman la salida cuando suena las campanas del Mangia y caiga una soga (canapo) al suelo, dando tres vueltas a la plaza, ganando sólo uno de los diez participantes.

                     
       

Recorrer la ciudad es un placer, tanto en arquitectura, como en los detalles de gran belleza que cubren sus fachadas, uno no sabe donde mirar, cada calle, cada plaza, cada edificio conservan el sabor añejo y cautivador del ayer, pasado y presente de la mano en busca de un futuro, donde poder seguir disfrutando de tanta belleza.

                              

La Piazza de San Francesco, regida por la gran Basílica de San Francesco, construida en el Siglo XIII. La Vía dei Rosi hasta que la seccionó Via Banchi di Sopra, la avenida más importante por sus comercios, sus boutiques y los hoteles de lujo.

Recorrer Los arcos de la Loggia della Mercancía y tesoros renacentistas como La Fuente Gaia. Y algún que otro lugar que se me escapa, por algo soy Odry, desastrosa y sin remedio.
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9 nov 2015

SAN GIMIGNIANO

                                       
   Con el suave vaivén que tiene el vehículo mientras subes y bajas las pequeñas colinas, por las que surca la angosta carretera atravesando, campos de viñedos, cultivos y arboledas, surge como si de un espejismo se tratara las torres de San Gimigniano.
                        
                                                    

            La pequeña Manhattan de la época se sitúa en lo alto de una colina, desde donde rodeada de los campos más bellos de la Toscana, recibe a propios y extraños, para deslumbrarles con su belleza y señorío.                           
                                    
                       
            San Gimigniano, tiene origen etrusco (siglo III a.C) Tomo el nombre a un obispo, que le defendió en el siglo X de los Hunos de Atila. Paso de peregrinos que viajaban a Roma en la edad Media. En la actualidad, conserva 13 torres, de las 72 que llego a tener en los momentos de mayor apogeo.

                    

   Llegamos a eso del medio día, bici en mano, que el área para autocaravanas estaba a un kilómetro y medio de la entrada a la pequeña población, donde las puertas de la muralla, anuncian que vas de visita el pasado, rodeada de presente en forma de multitud.
                       

     

       Comimos en un restaurante situado a unos metros de la muralla, las vistas de los campos de Toscana, eran una postal viva, el sol inundaba de luz todos y cada uno de los rincones, haciendo que los colores se intensifiquen con fuerza, como un cuadro impresionista. Una buena comida, un café fuerte e intenso, como el carácter de los italianos y de nuevo en marcha.


           
                                                  
                               
       Como niños curiosos, nos dejamos deslumbrar ante tanta belleza, calles empedradas, edificios envejecidos, pero majestuosos a los que los poderosos de la época añadían las torres, en pos de demostrar quien la tenía más grande (la torre, por supuesto) y evidenciar su poderío económico.
 
                                     
                                                               


 
 El sabor dulce y cremoso del helado y un paseo por sus calles, hasta llegar a la Piazza de la Cisterna, rodeada de olivos, una puede ver toda la población y las vistas te dejan embobada. Recorrer La Piazza Duomo, donde está la colegiata, La Piazza Pecori, y Piazza delle Erbe y dejarte llevar por la atmósfera de alegría y bullicio que causan durante el día, cientos de turistas, van de una lado a otro, de tienda en tienda. Hasta que llega el anochecer y todo empieza a calmarse poco a poco y los vecinos del pueblo cierran sus comercios y se dirigen a sus casas, y el aroma de la albahaca cocinada se impregna en el ambiente, mientras las luces de los faroles dan paso a la noche cerrada, he iluminan sus torres, sus calles, sus plazas, sin perder la belleza de la piedra tallada.
 
          
                                            
            Y una vez más partimos con nostalgia, atrás quedan torres y murallas, nos espera la carretera, llena de subidas y bajadas, entre los campos sin fin, que nos acompañan. Mañana será otro pueblo, otro sueño, otra muralla, mucha historia y un agradable sentimiento en el alma.

  
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