Lo prometido es deuda.
Maria va caminando por la calle con la mirada perdida, creía
estar preparada para esté momento, después de seis meses, sabía que no había
vuelta atrás, pero tras firmar su divorcio, se queda vacía.
Quince años de matrimonio, tirados por la borda, todavía
siente que le ama, pero los sentimientos cuando no son correspondidos, no
tienen ningún valor, son como los decimos de lotería sin premiar.
Unas lagrimas aparecen en su rostro, con un gesto lleno de
rabia las retina, mientras se pregunta ¿Por qué, le sigue amando?
Los dos últimos años, han sido un infierno, llenos de
infidelidades, he infelicidad, ella lo había intentado todo hasta el último
momento, pero no podía competir con una mujer diez años más joven de rasgos raciales
y con un cuerpo lleno de curvas perfectas, además de una gran personalidad.
Una mueca de sorpresa aparece en su cara, al imaginarla, se
da cuenta que físicamente le gusta ella más que su marido, un hombre medio
calvo, con barriga y 48 años, no muy bien llevados.
-Lo que me faltaba- se dice así misma, -lo mismo me he
vuelto lesbiana- llega a la puerta de su portal y observa la marquesina del autobús,
situada al otro lado de la calle, la fotografía de un hombre sin camisa,
luciendo sus abdominales, le hacen soltar un suspiro,- lesbiana va a ser que
no, lo dejaré en bisexual, que con el día que llevo lo mejor es ir paso a paso.
Entra en casa, vuelven a brotar lagrimas de sus ojos, en
esta casa no hay recuerdos, se mudo después de la separación y después de seis
meses, todavía no la siente suya, no ha tenido tiempo de deshacer la mayoría de
las cajas, y el salón está prácticamente vació, se dirige hacia su habitación,
una simple cama y un gran armario con puerta de espejo, que ya estaba, cuando
se mudo, son los únicos muebles.
Se quita el abrigo, mientras se mira al espejo, tiene
ojeras, por no haber dormido la noche anterior, pero aún así, se puede ver que es una mujer bonita, alguna pata de gallo y un rictus algo marcado delatan
sus 40 años, en los últimos tiempos no se había cuidado nada, la tristeza se
había implantado en su rostro, volviendolo casi gris, se desabrocha la camisa, dejándola caer al
suelo, observa el sujetar de silicona que prometía aumentar 2 tallas, -¿para qué,
se pregunta?. El ni siquiera me ha mirado.
Desabrocha la falda y se sienta en la cama para quitarse las
medias, lo hace despacio, esta agotada.
Vuelve a mirar el espejo, mientras se
quita el sujetador, su pecho aunque pequeño es hermoso, tiene un toque aniñado,
su pezón sonrosado se endurece al roce de sus dedos, lo aprieta con fuerza y
siente como aun se mantiene firme. Se estremece, hace tanto tiempo que no
siente el calor de unas manos que la acaricien, su mano no se queda ahí, sigue
acariciando su vientre y llega al pubis, pasando los dedos por dentro de sus
braguitas, sus dedos comienzan a acariciarla, su corazón comienza a latir más
fuerte, bombeando sangre a su sexo, poco a poco sus movimientos se hacen mucho
más rápidos y precisos, sus manos buscan caricias deseadas, mientras recorren
todo su cuerpo, la pasión se apodera de ella de tal manera que ya no puede
frenar, sus dedos se introducen en lo más profundo de su ser, quiere más,
necesita más, se retuerce de placer, mientras deja soltar pequeños gemidos,
como si alguien pudiera oirla, ella nunca se había atrevido, una férrea educación
católica, le hacía pensar que aquello no estaba bien, pero, ahora todo le daba
igual, las sensaciones se agolpaban de tal manera, que no podía parar, no quería parar, quería sentirlo, lo
necesitaba,
Tumbada boca arriba, en la cama sentía como palpitaba su
sexo, mientras sus manos eran prisioneras entre sus piernas, en sus ojos un
brillo especial y una mueca en sus labios carnosos, pero despellejados, que
termina convirtiéndose en una preciosa sonrisa.