Que los robos están aumentando no es un
secreto, están a la orden del día y todos los estamos sufriendo en mayor o
menor medida. Cosa distinta es lo quieran reflejar en las estadísticas y como
no les viene bien…
Teléfono que suena y madre que está al
otro lado de la línea.
—¡Hija, me han
robado el monedero!
—¡No me fastidies!
¿Estás bien? ¿Te han hecho algo?
—No, si no me he
enterado, además solo llevaba veinte euros y el DNI. Lo único, el trastorno de tener
que renovarlo.
—Sí, a mí me pasó
lo mismo, pero antes de renovarlo tienes que poner la denuncia.
—¿Y para qué?
—¿Para qué va a
ser? Para evitarte problemas si alguien lo utiliza de forma fraudulenta. He
escuchado en la tele que hay toda una mafia que hace virguerías con nuestros
DNI.
Una hora más tarde, me llama.
—Hija, que ya he llegado a la comisaría. He preguntado a una señora muy maja y me ha acompañado…
Madre que de carrerilla me lo cuenta todo con pelos y señales. Hay momentos en los que me preguntó; ¿en qué momento respira? Y cuando termina, sin darme opción a decir a nada, tampoco lo haría porque la condenada va siempre con el teléfono en manos libres.Me suelta:
—¡Te dejo que hablas
mucho! No vaya a ser que me llamen. Luego te llamo.
No os lo voy a negar. Me da mucho coraje,
pero es mi madre y me aguanto porque la quiero.
Un par de horas más tarde, teléfono que
suena y al otro lado mi madre:
—Hija que estoy con
el policía y que me pregunta; ¿qué dónde me han robado?
—Madre, si yo no
iba contigo.
—Ya, pero, ¿cómo se
llama la calle esa?
—¿Qué calle? Dame
más pistas que Vallecas es muy grande.
—¡La del médico, que
hay que explicártelo todo!
—Fuentidueña. —Respondo mirando
al cielo en busca de ayuda divina. ¿Algo más?
—Sí y la calle esa
que va a Congosto.
—¿Cuál de todas
ellas?
—¡Hija, por la que
voy todos los días! Que hoy estás espesita y no te enteras.
— ¿Lo ha oído usted?
—Le oigo a mi madre
decirle al policía.
Qué pienso para mis adentros. ¿Cómo no te
va a oír, si tienes puesto el manos libres? Te ha oído él y toda la comisaría.
Se despide y un minuto más tarde me vuelve
a llamar.
—¡Hija! ¿Tú no
sabrás mi número de teléfono?
¡Hay mi madre! Que estará pensando el
pobre agente que le está tomando declaración, pagaría solo por saberlo.
—¿Cómo no lo iba a
saber si ahora mismito me ha aparecido en la pantalla?
—¡Qué casualidad! —Me dice
entusiasmada. —Pues dímelo que este hombre me lo pide.
—¿Algo más? —Le digo con resignación.
Y la oigo repetirlo. El policía dijo que
no con cierto pesar y mi madre por fin, firmó su denuncia y me dejó tranquila
hasta que llego a casa para avisarme de que ya lo había hecho y contarme con todo lujo de detalles, lo que le había pasado. ¡Cómo si yo no hubiera participado
de aquel memorable momento!