
La Bretaña francesa es increíble, cada pueblo, cada ciudad llenas de maravillas
y curiosidades, rodeadas de naturaleza, ríos que les dan una belleza especial y el mar, la que no tiene una cosa, tiene otra, algunas incluso lo tienen todo.
Curiosa la sensación de felicidad, cuando uno sabe que está haciendo algo
bueno por otro. A mi, se me queda cara de tontaina (que puede que sea de serie) y me siento mejor persona (aunque mi madre dice que soy una bruja) En fin que yo lo práctico siempre que puedo, menos cuando quiero estrangular a alguien, entonces se me olvida ser buena (lo mismo mi madre lleva razón).
Llegamos a Le Faou, que ha conseguido mantener casi intactas 23 fachadas medievales
de granito y pizarra y que cuenta con la iglesia Saint Sauver, que tiene un curiosísimo campanario. Aunque el lugar era encantador, sólo le dedicamos unas horas, para así poder seguir con nuestro periplo por estas tierras.


Pasamos por Brest, pero es una ciudad muy grande y la verdad, es que el tiempo, no nos permitía una parada lo suficientemente larga, como para poder ver todo lo interesante de esta preciosa ciudad, es duro tener que elegir en los viajes que ver y que no, ya que siempre te queda el sin sabor de pensar ¡seguro que me estoy perdido algo digno de verse, de ser admirado y visitado! es el sabor agridulce de los viajes y la lucha del hombre contra el tiempo.
Otra de las cosas que uno no debe perderse en esta increible ciudad son las
casas con "pondalez", edificadas en el siglo XVI por los comerciantes de lino, sus entramados de madera sobresalen en voladizo en las callejuelas que rodean la plaza Allende. Destacan la casa de la Duquesa Ana y la de la Grand
Rue.
Para no estar muy recomendada a mi me gusto muchísimo y me sentí genial en
esta acogedora ciudad. y curiosa ciudad.
Bonito.
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