Jueves
por la tarde y llamo a mi madre, que hoy no tenía cole, por que la profesora de informática estaba pachuccha.
—¿Qué
haces, madre? —Le preguntó, cuando descuelga.
—Leer
tú última novela. Que me han dicho en el cole que tenemos que practicar en casa para mejorar la comprensión lectora y el libro que nos han dado no me gusta nada.
—¿Y te gusta?.
—Ha empezado muy bien, pero luego…
—¿Cuántos
capítulos has leído?
—El
primero.
—¿El
primero? —Repito como un loro.
—¡Si! Y me ha
encantado.
—¡Entonces!
—Le preguntó sin entender nada.
—He ojeado el libro y he visto que salías. Y me he dicho, que hará esta pánfila en
una novela de espías.
—¡Mamá! Que soy tu hija y la novela es de ficción.
—¡Y tanto que es ficción! Con lo sosa que tú eres, como para ser espía.
—¿Seguro
que no soy adoptada? —Le preguntó a mi madre que parece querer hundirme. —Me haría
tanta ilusión.
—¡Qué
teatrera eres!
—Por
eso escribo y salgo en el libro, madre.
—¡Qué
carácter, nena! Igualita que tú padre, que no aceptaba la crítica.
—¿Critica? Si no
te lo has leído y ya me estás poniendo verde. En realidad, dudo de que hayas
terminado alguna de mis novelas.
—Pues
la verdad es que no.
—¿Enserio? Madre, esto no lo cuentes que me hundes la carrera.
«No me lee ni mi madre». Pienso mientras me hundo en lo más profundo del sofá.
—¡Ni que fueras Cervantes! —Me suelta y para arreglarlo continua diciendo. —Hija,
es que entre el cole, las clases de informática, las excursiones, la compra,
las salidas, el café con las amigas, el teatro y los libros del cole, no me da la vida. Ya podías
escribir más despacio.
A mi la
cabeza me daba vueltas, mi madre tiene más vida social que yo y encima me lo restriega.
—Entonces,
¿por qué decías que te gustaban?
—Porque
cuando leo más de la mitad, me impaciento y le echo un vistazo al final.
—¿Solo leías el final? —Le pregunto, al borde de declararme oficialmente huerfana.
—No, la primera casi la leí entera, la segunda llegue a la mitad y la tercera...
—¡Un capítulo, madre! Te has leído un capítulo. ¡A este paso, en la cuarta, te quedas en el titúlo! No
entiendo porque los coges para leer.
—Es que era el más finito. —Me suelta.
—¡Hay Dios! ¡Mamá, que me estás frustrando y esto no psicólogo que lo arregle! El próximo libro te lo doy sin final. Que te puede el cotilleo.
—Hay
que ver cómo eres, encima que te he dicho que me gusta y que le tienes que
pedir uno a mi vecina.
—No, mami, eso no
me lo habías contado.
—En
cuanto le he dicho que sale medio barrio, le ha faltado tiempo de pedirme un ejemplar.
—¿Y como sabes que sale medio barrio? —Al otro lado de la línea se hace un silencio y yo que la conozco como si fuera mi madre, pregunto: —¿Seguro
que solo le has echado una ojeada al final…?