ROMA
Aunque
todos los caminos conducen a Roma, a nosotros nuestra casita móvil nos llevo a Ladispoli, una pequeña población, donde había un área con vistas al mar, dejando Roma a tan sólo 30 kilómetros, y es que
cuando una está apuntito de fundirse, bajo un sol de justicia, por mucha
belleza que se encuentre en el camino, necesita un remojón y hundir los pies en
la arena, que con las caminatas que nos damos, ya ni siquiera, queda mas espacio
en la piel para ampollas, por no hablar del moreno albañil que empezaba a hacer
estragos en nuestros cuerpos y aunque sólo sea por compensar, de vez en cuando
hay que ponerse el bikini y aprovechar los rallitos de sol, en esas zonas
sensibles de enseñar.
Dicen de
roma que es la ciudad eterna, pero nuestras vacaciones no, así que un par de
baños y una noche junto al mar, era suficiente para seguir nuestro viaje.
El área de
Roma estaba a la entrada de la Vía Appia y era un lugar encantador, atendidos
por una pareja muy agradable que nos facilitó, toda la información necesaria,
para sacarle el mayor de los partidos a nuestra estancia en esta maravillosa
ciudad. Eso no significaba que nosotros no fuéramos a hacer de las nuestras.
Como no
podía ser de otra manera, para iniciar nuestra primera salida por la ciudad, en
vez de coger el autobús que había en la puerta del área, nos empeñamos en
buscar el metro, que estaba a 20 minutos (si yo soy así, hago difícil los
fácil) y todo por comprar los billetes para el transporte, que luego supimos,
se podía comprar en una oficina turística cercana o en el mismo autobús.
Embobados
con tanto arte, decidimos volver a probar suerte en la Catedral de San Pedro,
los pañuelos dieron sus frutos y por fin pudimos acceder, aunque hubo un
momento de crisis, cuando una chica alemana a la que no dejaban pasar, les puso
finos, diciéndoles que a nosotras no nos habían puesto objeciones a la falda y
que llegaba por el mismo sitio que la suya. Los hombres la terminaron por dejar
pasar, ya que la pobre llevaba razón y creo que tenía más que ver con el físico
que con el largo de la falda. Que no es que yo sea guapa, pero debo reconocer
que tanto mi nuera Marta, como mi hija Beatriz son dos preciosidades de
chiquillas. Una vez la dejaron pasar, se disculpó en ingles, su intención no
era incomodarnos si no que no la discriminaran. La tranquilizamos, por que nos
parecía que llevaba razón y seguimos nuestro camino.
Hay sitios
que no se pueden describir, tanto el museo del vaticano como la catedral, son
indescriptibles, es por ello que no lo voy ni a intentar, simplemente hay que
verlo y disfrutar cada instante, respirar hondo y sentir cuan especial es todo
aquello que nos rodea, cuanto significa para muchos y aunque no soy católica,
debo reconocer que estos sitios tienen una energía especial, tantos fieles
depositando esperanzas, anhelos, sueños y demás, termina por contagiar a
aquellos, que como yo, hace tiempo que no esperan un milagro.