Tan sólo tres días después emprendíamos
el camino a Kyoto, la gente suele elegir el tren como trasporte, pero nosotros
al ser ocho, decidimos alquilar un coche, haciendo números salía mucho más
barato, previamente mi Lucero y cuñado, solicitaron en trafico el carné
internacional. Es así como comenzó nuestra aventura motorizada por la
izquierda.
Nada más salir descubrimos que el
GPS del coche, aunque daba las indicaciones en inglés, había que meterle las
direcciones en japonés, este escollo lo salvamos con la paciencia de algunos
japoneses requeridos a traición y con momentos gloriosos de incertidumbre sobre
todo en las autopistas sobrealzadas, las cuales pueden sumar dos carreteras, una
encima de la otra y cada una con un destino, pero al final siempre conseguimos
llegar a nuestro destino.
Al entrar en un baño japonés, una
vive una experiencia única, los he visto de todos tipos, vanguardistas,
humildes, clásicos, súper lujo, minimalista, etc., pero en todos, absolutamente
en todos, había papel higiénico, parece que no es importante, pero leí que
fuera preparada y después de cargar con un paquete de papel higiénico sin abrir
por todo Japón, tenía que desmitificar la historia. Es en China donde no
encuentras papel en muchos sitios. Aclarada la cuestión, seguiré alabando los
baños japoneses. No sólo están limpios, además puedes encontrar detalles de lo
más variado y curioso. Empezando por el Toto, ese vater es la novena maravilla.
Cierto es que sería conveniente antes de utilizar uno, haber realizado un
master o doctorado, para saber donde demonios estaba el botoncito de la cadena,
más que nada, por que si no, nunca sabrás que es lo que te enchufara, ni donde
y lo más importante a que temperatura. Mi hijo sin ir más lejos tuvo un pequeño
percance en el hotel. Andaba trasteando, cuando un tubito traidor le salio por
la retaguardia hasta que le rozo salvase la parte y mientras el gritaba y
saltaba al otro lado de la diminuta habitación, el chorrito traidor regaba a
diestro y siniestro, poniéndolo tibio. Había que ver a ese hijo salir de
semejante situación, chorreando y maldición al señor Toto y a toda su familia,
días más tarde ya no podía vivir sin el, sobre todo cuando descubrió el botón
del agua caliente.
Además de los botones en los
baños públicos podías encontrar, sillitas adaptadas para bebes, para que sus madres
obren con tranquilidad, adaptadores infantiles, líquido desinfectante, para la
limpieza del lugar, quizás sea esta la razón por la que están tan sumamente
limpios, e incluso en algunos te lavas las manos mientras se llena la cisterna,
a través de un grifo que sobresale en lo alto del Toto, y algún que otro
aparetejo o botón que no fuimos capaz de adivinar su fin.
En fin que me disperso, y es que
las aventuras en los urinarios públicos, fueron muchas y variadas, una vez
pasada la cajita de cartón, admirada las sillitas para bebes y flipar con la
cantidad de botones que pueden tener un simple retrete, decidimos lavarnos los
dientes, había una habitación en el centro del gran aseo, donde un dibujo parecía
indicar, que era allí, donde deberíamos realizar la operación. Cuando entramos,
las dos nos miramos con incredulidad. Era una habitación roja con espejos de
estrella de cine, con sus lucecitas y todo, unas mesas y sus correspondientes
sillas frete a los espejos, incluso tenía un secador de pelo, sin candado ni
nada y una polvera de mujer, para los retoques, debo reconocer que mi
incredulidad, me dejo atontada, es por ello, que espero confiéis en mi palabra,
ya que no se me ocurrió hacerle una foto, a semejante lugar en un área de
carretera, una vez más, la delicadeza y el detalle, nos dejaba sin palabras.
Los viajes en Japón, suelen ser
largos en lo que a tiempo se refieren y es que sus límites de velocidad son
bajos. Este pueblo es paciente, hasta para conducir, que ya tiene mérito. Llegamos
a Kyoto por la tarde, a eso de las siete de la tarde, encontramos el hotel sin
problema, y todas las dudas que habíamos tenido, por ser muchísimo más barato
que los hoteles de Tokio, desaparecieron. Un hotel de aspecto occidental, nuevo,
céntrico, limpio y muy cuco, ¿qué más podíamos pedir?
Recuerdo el Toto en mi primer viaje a Japón y cuando vi "lost in translation" sentirme muy identificada.
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