Con cada amanecer, una nueva
sensación, nuevos olores que una es capaz de ir distinguiendo, poco a poco. En
los primeros días se mezclaban sin sentido, ahora tenían significado, el olor a
humedad, cuando el monzón reanimaba, el de la comida del restaurante de
enfrente, etc.
Nos reuníamos a planear cual
sería nuestro próximo destino, disfrutando de un delicioso desayuno occidental,
el pescado y el arroz lo dejaríamos para más tarde.
El culto y respeto a la
naturaleza nos llevó a varios parques, el de Ueno tan cercano a Asakusa,
alberga museos, zoo, y estatuas. Un remanso de paz donde la gente pasea a sus
perritos en cochecitos de bebe, contrastando con la zona donde los sin techo
tienen su pequeño cobijo entre cartones y arbustos, con un techo estrellado y
la luz intermitente, que los deja a oscuras con cada luna nueva, como la vida
misma, pero que espero y deseo que con cada luna llena, se ilumine, no solo sus
noches, también sus sueños. Estas personas no piden limosna, no tienen letreros
que cuenten su situación, es más se avergüenzan tanto de ella, que a veces ni
siquiera sus familiares la llegan a conocer, eso para ellos sería deshonrar a
su familia.
El honor, el respeto y la
tolerancia se repite a lo largo de mi viaje, todos y cada uno de los días, con
gestos, con situaciones, con todas las personas con las que me cruzo en el
camino.
Entre torres y edificios inmaculados,
limpios y brillantes como espejos, desafiando al cielo que en ellos se refleja,
(la tortícolis está garantizada, ante tanto lujo y perfección) se encuentran
los jardines del palacio imperial, edificio que se alza rodeado de imponentes
murallas de piedra gris y fosos de agua. Y una se traslada a la edad medieval,
y espera que los Samuráis aparezcan en cualquier momento, montando caballos
engalanados, mientras se abren las puertas del Palacio, pero no, es imposible
visitarlo, ya que el emperador tiene allí su residencia.
De vuelta a la ciudad y a la realidad, con sólo cruzar una calle, recorremos Ginza, aquí como en todo Tokio, no encontramos una sola papelera, ni un contenedor de basura o reciclaje, tan sólo al lado de las máquinas expendedoras de refrescos, había pequeñas papeleras para reciclar. Aún así, no encontramos por la calle ni un papelillo, ni un chicle pegado al suelo, ni una hoja de árbol caída en ninguno de los barrios, de obreros o banqueros. La limpieza, la pulcritud comienza cuando bajas del avión y te acompaña en cualquier lugar, por muy perdido o lejano que este.
En Ginza el lujo y el glamour se
respira en el aire, mujeres espectaculares que balancea sus caderas al ritmo
del movimiento de su bolso de firma carísimo y autentico, coches de lujo a
manos de sus chóferes, esperando a la puerta de las grandes firmas, con enormes
escaparates que albergan diseños exclusivos y como no, nuestras mujeres
vestidas con sus impresionantes kimonos de seda, y sus geta (chancla de madera)
que es la mejor forma de distinguir una Geisha de una Maiko, que calzan unas
okobo, aunque la cosa se complica ya que ambas puedes calzar las zori, entonces
habría que observar su maquillaje, los adornos de su cabello, el obi(cinturón
con lazo) y la calidad de sus prendas. Y mientras observas embobada sus andares
a base de pequeños pasos vuelves a caer en una especie de ensueño maravilloso,
donde quieres quedarte a vivir.
Unos pasos más y el lujo da la
mano a las luces de neón donde todo se anuncia, con colores vivos y llamativos,
el gentío aumenta, y al igual que en un hormiguero los obreros y obreras
trajeados como si de un uniforme se tratara, pantalones o faldas grises o
negros y camisas blancas, con corbatas negras, van de un lado para otro,
entrando y saliendo de las estaciones de tren y metro, en busca de su merecido
descanso.
Una noche más y un millón de
sensaciones difícil de olvidar, hay algo más maravilloso que poder sentir días
después lo mismo que la primera vez.
Que pedazo de viaje Odry... me encanta!!!
ResponderEliminarLo estoy pasando genial.
ResponderEliminarMil gracias