Una vez en la estación de Ueno, bajo una lluvia fina, y
viendo correr a la gente de aquí para allá, los cinco nos mirábamos como si hubiéramos
llegado a la luna. Sin mapas, ni GPS. Decidimos andar, siguiendo a mí cuñado y
su intuición, después de memorizar una pantalla informativa del metro, aunque
la verdad no teníamos ni idea de si nos llevaría a nuestro destino.
El camino
se nos hizo eterno, no llegábamos a tiempo, no sabíamos si habría alguien
esperando y de vez en cuando nos parábamos en las pantallas informativas, para
ver si nos acercábamos a nuestro destino, en una de ellas, se nos acercó un
chico, que nos había oído hablar, nos pregunto de donde éramos e incluso
intento decir alguna que otra palabra en español. Por lo visto había estado en
nuestro país, y a pesar de ello, le habíamos caído simpáticos. Nos acompaño un
rato, luego se detuvo y nosotros seguimos nuestro camino, al cabo de un minuto
nos alcanzaba, para guiarnos con un mapa a través de su tablet, al lugar de
destino, le dimos mil millones de gracias y fue justo en eses momento, cuando
pensé, “No sé si me gustará Japón, lo que sí se, es que su gente merece la
pena”.
Llegamos al
Khaosan
World Asakusa RYOKAN y a pesar de estar cerrado, nos atendieron con una
sonrisa.
Con las
habitaciones asignadas, esperamos a los tres que faltaban, que no tardaron en
llegar. Besos, abrazos y mucha alegría de estar las dos familias reunidas al
completo. Así que había que celebrarlo y que mejor manera que con nuestra
primera cena japonesa, mi sobrino Javi y yo fuimos al primer puesto que
encontramos y compramos todo lo que pillamos, luego al súper, allí no cierran
en toda la noche, y compramos bebidas. En esa cena me di cuenta, de lo mucho
que iba a comer, no sólo por que me encanta la comida japonesa, si no por que a
mis acompañantes no les gustaba nada.
Dormir
sobre el shikibuton (futón) fue agradable, después de 24 horas de avión, no
dejaba de ser una cama, donde poder estirarte y descansar.
Con la luz
del día nos dispusimos a recorrer la ciudad de Tokio, comenzando por Asakusa
barrio modesto pero céntrico, donde nos encontrábamos. Con los ojos muy
abiertos, como si se nos fuera a escapar algo, no había lugar curioso por el
que pasáramos al que no quisiéramos inmortalizar fotografiándolo, como si nos
diera miedo que pasado ese instante, todas las sensaciones que nos recorrían
fueran a desaparecer, el tiempo pasa tan rápido, y lo bueno parece que dura tan
poco, que una instantánea es suficiente para que el recuerdo no muera, o cuando
menos para aferrarte a él.
Las Tiendas de Nakamise, el
Templo sensoji. Donde mi cuñada, me explicaba todos los rituales a seguir e imitábamos
a todos los que se acercaban, como no podía ser de otra manera, con el mayor de
los respetos. Calles y calles llenas de gente haciendo su vida cotidiana,
cualquiera diría que podrían estar tan estresados como nosotros, pero lo
curioso es que los coches, no tocaban sus claxon, aunque estuvieran cruzando
mirando al lado contrario, por que ellos van por la izquierda y una tarda en
acostumbrarse, la verdad es que no pitaban, ni aunque te saltaras un semáforo y
la gente se paraba silenciosa, hasta que los dejabas pasar, ya fueran andando o
en bici, nadie se choca con nadie, nadie reprocha nada a nadie y nosotros nos mirábamos
incrédulos, ante tanto respeto y tolerancia.
Si dijera que en mis primeros
días fue donde me enamore de Japón, mentiría, Japón me fue ganando muy poco a
poco, y no se el momento exacto o el lugar concreto donde me encontraba, sólo
sé que me atrapó.
LAS FOTOS NO PERTENECEN AL VIAJE, YA QUE EN ELLAS FIGURAN MIEMBROS DE MI FAMILIA QUE DESEAN MANTENERSE AL MARGEN.
No hay comentarios:
Publicar un comentario