En estos momentos en el que los
virus campan a sus anchas por nuestros cuerpos y pertenencias. Encerrándonos en
nuestros hogares, cual inquisidor tirano que intenta arrebatar lo más preciado
que tenemos, que es la salud y la vida de aquellos más sensibles de perderla. No
puedo evitar la añoranza de aquellos días en los que disfrutábamos de nuestras
andanzas en Marraquet.

En nuestro camino nos encontramos
una pequeña tienda de teteras. Ángeles quería una y andaba regateando. Yo al
verlas tan brillantes y bonitas, cada vez me parezco más a una urraca. Me sume
a la operación, con el fin de conseguir el mejor precio. Según nos dijo Sole, “la
cantidad importa”.
No tardaron en echarme con cajas
destempladas. Declarándome “persona non grata” en cualquier tipo de compra, que
requiera del arte de regatear. Estas profesionales, consideraron mi actitud,
una deshonra para el turista y las prácticas milenarias de estos lares, con la
que disfrutan vendedores y compradores desde hace siglos.

El zumo tardo más en hacerse que en beberse y después como locos a por las compras, el tiempo apremiaba y habíamos visto demasiadas cosas, una ya no sabía ni por dónde empezar. La zona de los artesanos era una de las favoritas y había que apresurarse porque no tardarían en comenzar a cerrar sus puertas.
Cenamos en la plaza rodeados de
gentes que iban y venían en un organizado caos, los puestos callejeros ofrecen
multitud de productos. David se vino arriba y pensó que en vez de dieciséis,
éramos treinta y dos, pidió comida como para que comiera media plaza y de
alguna manera así ocurrió.
Se nos acercó una mujer de
avanzada edad pidiendo dinero, instintivamente, miré el plato de comida que
nadie había tocado, repleto de pescado recién hecho y se lo ofrecí, la mujer
sacó una bolsa y lo lleno de comida, dándonos las gracias y alejándose,
mientras dejaba en nosotros una sensación de semifracaso.

No tardó en extenderse la voz y
apareció otro anciano, con su bolsita para llenarla de comida, después una
mujer que nos traía a su pequeña, no aparentaba más de cinco años y la niña
pinchaba la carne, mientras la madre metía salchicha marroquí y otras viandas
en media barra de pan.
Hubo silencio, incluso alguna que
otra lágrima furtiva, conscientes de nuestra propia impotencia. Los
sentimientos quedaron a flor de piel y el pesar se hizo fuerte durante unos
segundos. Por unos instantes nos sintiéramos culpables por pasarlo bien, por
tener lo que a otros les faltaba. De la algarabía a la conciencia de la
realidad, hay un solo segundo. Miramos a nuestro alrededor con otros ojos.
Podemos tener pequeños gestos, pero somos meros trabajadores que disfrutan de
un viaje, invirtiendo sus ahorros ¿Cómo salvar al mundo?
En este pequeño grupo, cada uno a
su manera, intentaba aportar lo que pudiera o consideraba oportuno, por
desgracia las limitaciones existen. Pero es en pequeños gestos, donde las
personas se muestran tal como son. Es lo que me hace querer ser mejor persona,
porque seguro que todavía no estoy a la altura de todos ellos.
Así es la vida, uno piensa salvar
al mundo y al instante siguiente, tan sólo quiere proteger lo poco que lleva
encima, sobre todo la documentación, imprescindible para volver a nuestro
hogar.