El día estaba resultando de lo
más completo y por si no tuviéramos suficiente. Sole y David, animados por el
grupo (estos se apuntan a un bombardeo) tuvieron la brillante idea de visitar
un Hammam, pero no el típico Haman para turistas, no. Ellos buscaron uno
autóctono, sin lujos, compartiendo baño con la gente de la zona. Tal era la
cosa, que cuando lo estábamos buscando, casi nos lo pasamos de largo. Lo
encontramos en una modesta calle de adobe rojizo y con una puerta pequeña que
daba a un conjunto de estancias que iban siendo más grandes, cuanto más al
fondo llegábamos. Nosotros queríamos vivir la experiencia, desde la
cotidianidad de sus habitantes y vamos que si la vivimos.
Habíamos ido dando un paseo a por
nuestros bañadores y toallas. Debo reconocer, que no tenía ni idea de en qué consistía
exactamente un Hammam y como una tiene una imagen. Aunque a estas alturas ande
algo distorsionada, debe ser la presbicia, que no yo. Decidí en un momento de
enajenación mental transitoria, colocarme un triquini verde para la ocasión.
¿En qué momento pensé que era el
mejor atuendo para recibir una buena exfoliación, acompañada de un baño y
masaje? La respuesta era evidente, en ninguno “No pensé”. Le echaría la culpa
al alcohol, pero dado que sólo bebí agua, lo único que me queda es el cordero
de la comida. A saber, con que lo habían condimentado.
Una vez en el pequeño Hammam. David
negoció el precio y nos propuso écharle un vistazo al lugar. A simple vista
podía ser una carnicería o unos baños públicos, tenía el mismo azulejo sencillo
en blanco mate cuadrado de ambos, lo que confundía un poco, también es cierto
que yo soy muy impresionable y dada a la tragicomedia.
La mujer de camiseta a rayas, comenzó
a desnudarse, quedándose en bragas y por un instante aquel lugar tomó
diferentes connotaciones, si no fuera porque las bragas eran idénticas a las de
mi santa madre. Totalmente actas como paracaídas en caso de emergencia.
Pensé de todo, mientras la mujer
nos guiaba hacía el final de aquel lugar. Menos en la trata de blancas. Para
eso, no estoy en edad. Llegamos a una sala del Haman menos iluminada que el
resto, La mujer abrió los grifos y comenzó a llenar unos cubos. Nosotras nos
mirábamos como si esperáramos algo y ella nos miraba, como si no fuéramos las
aventajadas del local, por decirlo finamente.
Al ver el panorama, la mujer pasó
a la acción y cogiendo unos cazos, nos comenzó a regar cual margaritas en
primavera. Sin contemplaciones, tan cual lo hacía mi abuela. Con una energía
que me decía yo para mis adentros, “¡Si nos tira así el agua! ¿Cómo exfoliará
está mujer? No os creáis, que no me dieron ganas de salir corriendo, pero el
suelo resbalaba cosa fina y me hubiera escorromoñao en la primera curva.
Una vez limpitas y sin secarnos,
casi se agradecía dado los cuarenta grados que debíamos tener allí dentro. No
sentamos en espera de que comenzara el espectáculo, nos iba cogiendo una por
una y tumbándonos en una especie de camilla de obra con un azulejo que
resbalaba que para que te cuento, comenzó el ritual. Alguna tuvo que sujetarse
para no salir disparada cual misil. La sangre no llego al río, pero no por que
la mujer no exfoliara con fuerza, la jodia.
La temperatura iba en aumento y el
sudor se confundía con la humedad de nuestros cuerpos, sólo podíamos aliviarnos
de una manera, regándonos con más agua fresquica. No seáis mal pensados. Una
vez embadurnadas de aquel jabón de argán, nos sentaba en una silla y con un
cepillo que todas compartimos. Cualquiera ponía una hoja de reclamación, nos
peinaba y lavaba el pelo a la antigua usanza, con unos meneos, que de haber
sido de pelo frágil, ahora estaría calva. Mientras, el resto se quedaban
esperando quietecitas y como mucho, de vez en cuando cogíamos el cazo y nos regábamos
un poco, para bajar la temperatura.
La mujer pasaba aquel guate de
lija por todos los recovecos de mi cuerpo, incluso los más sensibles. Y no, no
disminuía la presión, creo que mis zonas erógenas no volverán a ser las mismas.
Y yo preocupada por el PH del gel de baño, “infeliz”. Por si no fuera suficiente,
de la piel salían pelotillas como si fuera un criadero de champiñones, no me
quedó una célula muerta en el cuerpo, creo que viva tampoco, pero salí de un
suave que ni “Mimosin”.
Entre cubazos, cachondeo y unos masajes
que llegaban mucho más allá de las capas más profundas de la piel, se nos pasó
media tarde. Salimos deshidratadas. Tomás nos esperaba con más paciencia que el
santo Jo, apoyado en un saliente de la pared. Para avisarnos, que los chicos
lejos de haber tenido suficiente con su aventura en el Haman, se habían ido al
barbero.
No tardamos en encontrarlos,
estaban esplendidos, afetaditos y muy guapos, mi chico, cada día se parece más
a Cary Gran, creo que después de treinta y tres años juntos, parece que he
acertado y eso que no se cortó el pelo, que tampoco le hubiera venido nada mal,
ya que los rizos le tapan los ojos y mi Cary, siempre fue muy bien peinao.
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