AOJAR (Cuando el odio traspasa la mirada)
Es mi segunda novela y a diferencia de la primera, tiene mucho de mí, aunque la historia sea pura ficción. Tan sólo he utilizado todos esos episodios sobrenaturales y situaciones surrealistas que me han sucedido a lo largo de mi vida. Se trata de esos momentos siniestros que solemos ocultar para que no nos tomen por locos, aunque en mi caso, creo que llego tarde. La locura forma parte de mí, hay que estar muy loca para dejarlo todo y dedicarse a contar historias.
Algunos dirán que me he reinventado, otros que soy una inconsciente y los más, que estoy usurpando la muy noble profesión de escritora. Todos llevan razón y a todos pido disculpas, pero seguiré escribiendo y aprendiendo, que es el mejor regalo que la vida nos puede ofrecer.
Os dejo el primer capítulo
de la novela, por si os apetece echarle un vistazo. Espero que os guste.
1. CAPÍTULO
A |
ún era de noche cuando Lys se despertó. Escuchaba a Mario trasteando en
la cocina. Pensó que era algo desconsiderado por su parte, no haber cerrado la
puerta de la habitación.
Después de cinco
años de convivencia, seguía actuando como si viviera solo. ¿Cómo podía hacer
tanto ruido para un simple desayuno? Era como meter un elefante en una
cacharrería.
Sintió frío en los
hombros y decidió darse la vuelta en la cama. Quería hacerse un ovillo con el
edredón. No pensaba levantarse hasta que no sonara el despertador.
Se sorprendió al
sentir que no podía moverse. Su cabeza mandaba el mensaje, pero algo fallaba en
su cuerpo. Era como si estuviera petrificada. Abrió los ojos y se quedó mirando
al techo.
Volvió a intentarlo,
no podía creer que se hubiera quedado paralizada. No consiguió mover ni un músculo,
sus extremidades pesaban como losas de hormigón. Lys sentía aquella rigidez en
todo su ser. Estaba atrapada dentro de su propio cuerpo.
«¿Qué demonios
estaba pasando? ¿Por qué no podía moverse?» Se preguntó inquieta.
Sus ojos iban de un
lado a otro, mientras el resto de su cuerpo parecía muerto. Al parecer, tan
sólo la vista y su cerebro resistían al letargo que estaba paralizando el resto
de sus sentidos.
En un primer
momento, pensó en llamar a Mario. Lo descartó para intentarlo una vez más. Mario
tendía a mofarse de las cosas que le pasaban, y Lys, no estaba por la labor de
quedar como una idiota.
Lo intentó una y
otra vez, pero no lo consiguió. Su cuerpo se mantenía tan rígido como una
estatua de piedra.
La situación comenzaba
a ser muy angustiosa. Lo que le estaba ocurriendo, no era normal.
Dejó a un lado su
amor propio y decidió pedir ayuda a Mario. Tendría que aguantar sus gracietas,
con tal, de no quedarse postrada en aquella cama de por vida.
Algo estaba fallando
en su sistema nervioso, e iba a necesitar ayuda médica. Estaba segurísima de
que se solucionaría con algún tipo de tratamiento o rehabilitación, ya que, no
había sufrido ningún tipo de traumatismo, al menos, que ella recordara….
La angustia se
convirtió en terror, cuando comprobó que no podía emitir sonido alguno. Era como
si la hubieran arrancado sus cuerdas vocales. Apenas conseguía emitir algún
gemido imperceptible, incluso para ella.
Los nervios de Lys
comenzaron a descomponerse por segundos. El pánico no tardó en apoderarse de
ella, quería gritar, salir corriendo.
«¡Cómo si fuera
posible!» Se decía llena de rabia, mientras buscaba algo a su alrededor. Tan
sólo le llegaban los sonidos de la cocina y no podía ver otra cosa que aquel
maldito techo.
Intentó respirar, tenía
que calmarse, algo podría hacer….
Una idea asaltó en
su cerebro. En alguna ocasión, había oído hablar de un tipo de parálisis
nerviosa que podía afectar a la movilidad de brazos o piernas.
Sí, tenía que ser
algo así, lo que le estaba sucediendo. Tenía que buscar la manera de hacérselo
saber a Mario.
Los últimos días
habían sido muy estresantes y probablemente, esa sería la causa de su
parálisis. Si era capaz de no ponerse histérica, conseguiría recuperar el
control de su cuerpo.
La luz del pasillo
iluminó el techo de la habitación. Podía reconocer perfectamente todas las
sombras que se dibujaban en el. Desesperada,
quiso girar la cabeza, intentándolo una y otra vez hasta la extenuación.
Tan solo, podía
controlar sus ojos, y los mantuvo muy abiertos esperando su momento. Quizás, si
Mario veía que estaba despierta, podría darse cuenta de que algo no iba bien.
Todos sus intentos,
habían sido infructuosos y su desesperación iba aumentando a medida que
escuchaba el latido de su corazón. Era como el tic-tac de un antiguo reloj.
Comenzó a perder la
esperanza, pensando en cómo sería su vida. ¿Y, si no conseguía recuperar el
control de su cuerpo?
Ante aquella
terrorífica idea, lo único que podía desear en aquellos momentos, era la
muerte.
Su estómago se
contrajo, como lo hiciera en aquellos días en los que todo se volvió oscuridad,
y las desgracias cambiaron su vida. Pensar en la muerte, la llevó a un
escenario dantesco que llevaba años intentando olvidar.
«¡Cómo si eso fuera
posible!» Se dijo y la pena brotó como la mala hiedra.
El peor de los
presagios parecía hacerse más real que nunca. La muerte se presentaba en busca
de su siguiente víctima. Tal y como se encontraba, sólo esperaba que esta vez,
viniera a por ella. No soportaría perder a nadie más, tan sólo le quedaba Mario.
Era toda su familia y le quería con toda su alma.
Sintió miedo,
angustia, y unas fuertes ganas de llorar. Estaba atrapada en su propia cama y
no veía la forma de escapar. ¿Cómo podría llamar su atención?
Esperaba, que en
algún momento él se diera cuenta. Quizás, cuando volviera del trabajo y no
viera hecha la cena. No era el mejor de los escenarios, pero tampoco tenía ninguna
otra opción. Tendría que pasarse todo el día mirando al techo y a la espantosa
lámpara que Mario se había empeñado en comprar.
Aquel pensamiento, la llevó a recordar que no
podría ir al baño y le aterró la idea de ser encontrada entre heces y orín. Aquella
visión tan desagradable le revolvió las tripas. No podía quedarse así, tenía que
llamar su atención antes de que se fuera al trabajo.
Las sensaciones se
iban acumulando dentro de ella, angustia, desesperación, miedo, rabia.... Su
sistema nervioso estaba a punto de colapsar y ella, iba perdiendo toda
esperanza.
Pensó en el
despertador y rezó para que sonara. Así, Mario podría escucharlo. Era lo único
que la podría salvar.
Las consecuencias de
no aparecer por el trabajo, era otra de sus preocupaciones. Resultaba irónico,
viendo su situación, pensar en un trabajo ingrato y mal pagado que, lejos de
apasionarla, la decepcionaba cada día más.
Laura, había
conseguido hacerse con el departamento, y estaba al borde del colapso por los
cambios que se estaban acometiendo en la empresa. Cada día entraba en su despacho
con la misma cantinela. Presionándola constantemente, para conseguir sacar más
trabajo que el resto de departamentos.
Según ella, tenían
que demostrar lo competitivas que eran. Era el único departamento controlado
totalmente por mujeres y eso jugaba en su contra.
Laura no paraba de
mencionar los posibles despidos. — Quizás nosotras estemos a salvo, pero ¿y nuestras
compañeras? Pagaran ellas por nuestros errores. — Solía decirle. Sabía que
tecla tocar, para que ella bailara hasta la extenuación.
En más de una
ocasión, Lys, se había preguntado ¿Cómo había conseguido Laura, hacerse con las
riendas del departamento? Ambas ostentaban el mismo puesto y tenían las mismas
funciones, pero una mandaba y la otra obedecía como un corderito.
Ella sabía la razón,
pero le costaba reconocerlo. Se pasaba la vida evitando la confrontación y eso,
siempre terminaba perjudicándola.
Había pensado cambiarse
de trabajo, pero la situación no estaba como para embarcarse en nuevas aventuras.
Era una locura que ella no se podía permitir en aquellos momentos.
También sabía, que las
cosas podrían ser diferentes, pero temía sus consecuencias….
Respiró hondo.
Ningún pensamiento, la iba a sacar de la trampa humana en la que se había
convertido su cuerpo. Si era estrés o agotamiento, le daba igual, tan sólo,
quería que Mario la ayudara a llegar a un hospital.
De repente, se dio
cuenta de que los ruidos en la cocina habían cesado. Quizás, Mario ya se hubiera
ido al trabajo. Aquello le produjo una sensación muy desagradable, algo más
fuerte que la angustia.
Con todas sus fuerzas,
intentó revolverse en la cama, pero al cabo de unos momentos, volvió a rendirse.
La oscuridad había vuelto a la habitación. Tan sólo, quedaba esperar que
alguien la echara en falta. Era como para volverse loca.
El estómago volvió a
contraerse. Esta vez, la sensación la dejó vacía, cómo si se le fuera la vida…
A punto estuvo de suplicar por ello, pero, ¿a quién? Estaba completamente sola.
No quería sentir
aquello que algunos consideraban “un sexto sentido”. Ella no veía muertos, tan
solo, presentía su llegada. Más que un “Don”, era un castigo que le provocaba
un sufrimiento indescriptible.
Intentó concentrarse
de nuevo en su respiración. De algo tenían que servir las clases de relajación,
a las que era derivaba una y otra vez por su médico de cabecera.
Respiró y respiró, pero
su cuerpo siguió sin reaccionar.
Hubiera preferido la
muerte a semejante quietud. Cualquier cosa sería mejor que vivir enclaustrada
en una cama el resto de su vida. Pensó, como se deterioraría su cuerpo,
mientras esperaba día tras día, a que alguien se ocupara de quitarle los
pañales.
«¿Quién la iba a
cuidar?» Reflexionó sin poder contener las lágrimas.
Mario la dejaría, no
podría ocuparse de ella, nadie podría hacerlo. Estaba sola, completamente sola,
y terminaría en alguna residencia, con la mirada perdida en algún techo.
Por su mente pasaron
las imágenes de la película “Mar adentro”. En aquel momento, entendió
perfectamente el sentimiento del protagonista. La muerte, era la salida menos
dolorosa. El único camino hacia la libertad.
Intentó revolverse,
mover sus brazos y zafarse de aquel edredón que se estaba convirtiendo en su
mortaja. Llena de rabia y dolor, se iba desalentando por momentos, con cada
intento, con cada segundo, sumergida en aquel sufrimiento.
Escuchó algo y puso
toda su atención. Quizás, Mario no se había ido… Un haz de esperanza, que
apenas duró unos segundos.
Era el latido de su propio
corazón, haciéndose más y más intenso. El torrente sanguíneo golpeaba en su garganta,
en su pecho y en todos los recovecos de su piel. Tuvo la sensación, de tener en
el interior de su cuerpo una bomba que estallaría en cualquier momento.
Dejaría las paredes
perdidas de sangre y vísceras. No pudo evitar sonreír mentalmente ante lo
irónico que resultaba. ¿Qué le importaba a ella, la mugre que quedará tras esparcirse
sus vísceras por la habitación? ¿Acaso lo iba a tener que limpiar? Por una vez
que limpiara Mario, no pasaría nada. Aunque con lo señorito que era, llamaría a
una empresa de limpieza.
Sintió algo cálido
que rozaba la piel de su cuello, era sutil como una caricia. Lys se estremeció
y volvió a ponerse en alerta.
Más que miedo,
sentía impotencia. Fuera lo que fuese, haría con ella lo que le diera la gana.
Percibió de nuevo
aquella sensación, seguida de una respiración acompasada, tranquila, y
profunda.
Desesperada busco
una explicación. No, no se había vuelto loca. Mario debía estar a su lado.
Seguramente, se habría dado cuenta de lo que la pasaba y estaría preocupado.
No conseguía
escucharlo. ¿Se habría quedado sorda? Rápidamente reflexionó, si estuviera
sorda, no podría escuchar su respiración. Cerró los ojos unos segundos. La
sordera no sería el peor de sus problemas, comenzaba a tener falta de lucidez.
El miedo la estaba dejando tan aturdida, que ya no era capaz de pensar con
claridad.
«¿Si Mario estaba a
su lado...? — Pensó angustiada. — También
podría estar paralizado como ella»
Quién estuviera en la
casa, les habría inmovilizado con alguna droga o gas para robarles. No sería el
primer caso.
— ¡Ayuda! — Gritó de forma más mental que física.
«¡Malditos ladrones,
malditos todos…!» Pensaba llena de rabia.
De repente, recordó
algo que le heló la sangre. Mario no había dormido en casa, había salido de
viaje. Recordó con estupor, su beso de despedida, mientras le decía:
— No se te olvide hacer
la transferencia del alquiler. ¡Te quiero!
¡Si Mario no estaba!
¿Quién respiraba a su lado? ¿Quién la estaba torturando de una forma tan cruel?
Los enmarañados pensamientos se iban sucediendo, como si de una película a cámara
lenta se tratara. La incredulidad de lo ocurrido, chocaba de bruces con la
puñetera realidad. No tenía escapatoria. Harían lo que quisieran, sin que ella
pudiera evitarlo.
Volvió a percibir
aquel siseo en sus oídos.
«¡No, por favor!» Imploró
en sus pensamientos.
Su vello erizado, intentaba defenderse de algo o alguien, al
que ni siquiera podía mirar. Indefensa, inmóvil y aterrorizada, se veía incapaz
de poder soportarlo.
¿Hasta dónde llegarían? ¿Por qué no robaban y se largaban de
una vez? Pensaba de forma angustiosa.
Les hubiera dado
todo, sin necesidad de hacerla pasar aquel calvario.
La montaña rusa de emociones en la que estaba presa, la
estaba consumiendo. No sabía si reír como una loca o llorar desesperadamente.
Tan sólo, quería recuperar el control de su cuerpo, y que la pesadilla
terminara de una vez por todas.
La habitación comenzaba a iluminarse con las primeras luces
del alba. Su despertador, seguía sin sonar
Aquel macabro juego
seguiría, y ella, poco o nada podía hacer. Quizás debía rendirse, abandonarse a
su suerte y suplicar porque todo fuera lo más rápido posible. Sin embargo,
no podía cerrar los ojos, a pesar de sentir que hubiera sido lo más sensato:
hacerse la dormida, simular estar inconsciente.
«¡Maldita sea!» Pensó, mientras sentía como una lagrima
rodaba por su cara. Se sentía tan estúpida, como impotente. ¿Por qué no la
mataban de una vez por todas?
Cerró los ojos vencida por el agotamiento. No podía escapar,
y la cabeza le iba a estallar. Estaba sola, y no la quedaban más fuerzas para
luchar.
¡Quizás, era su vida la que se apagaba…!
Oh, muchas gracias, pinta interesante, me lo guardo para terminarlo mas tarde. Un abrazo
ResponderEliminar¡Que angustia!
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