28 dic 2022

AOJAR (CUANDO EL ODIO TRASPASA LA MIRADA)



                        AOJAR (Cuando el odio traspasa la mirada)

AOJAR: Significa echar mal de ojo o malograr.

Es mi segunda novela y a diferencia de la primera, tiene mucho de mí, aunque la historia sea pura ficción. Tan sólo he utilizado todos esos episodios sobrenaturales y situaciones surrealistas que me han sucedido a lo largo de mi vida. Se trata de esos momentos siniestros que solemos ocultar para que no nos tomen por locos, aunque en mi caso, creo que llego tarde. La locura forma parte de mí, hay que estar muy loca para dejarlo todo y dedicarse a contar historias. 

Algunos dirán que me he reinventado, otros que soy una inconsciente y los más, que estoy usurpando la muy noble profesión de escritora. Todos llevan razón y a todos pido disculpas, pero seguiré escribiendo y aprendiendo, que es el mejor regalo que la vida nos puede ofrecer.


Os dejo el primer capítulo de la novela, por si os apetece echarle un vistazo. Espero que os guste. 



                                         1. CAPÍTULO



A

ún era de noche cuando Lys se despertó. Escuchaba a Mario trasteando en la cocina. Pensó que era algo desconsiderado por su parte, no haber cerrado la puerta de la habitación.

Después de cinco años de convivencia, seguía actuando como si viviera solo. ¿Cómo podía hacer tanto ruido para un simple desayuno? Era como meter un elefante en una cacharrería.

Sintió frío en los hombros y decidió darse la vuelta en la cama. Quería hacerse un ovillo con el edredón. No pensaba levantarse hasta que no sonara el despertador.

Se sorprendió al sentir que no podía moverse. Su cabeza mandaba el mensaje, pero algo fallaba en su cuerpo. Era como si estuviera petrificada. Abrió los ojos y se quedó mirando al techo.

Volvió a intentarlo, no podía creer que se hubiera quedado paralizada. No consiguió mover ni un músculo, sus extremidades pesaban como losas de hormigón. Lys sentía aquella rigidez en todo su ser. Estaba atrapada dentro de su propio cuerpo.

«¿Qué demonios estaba pasando? ¿Por qué no podía moverse?» Se preguntó inquieta.

Sus ojos iban de un lado a otro, mientras el resto de su cuerpo parecía muerto. Al parecer, tan sólo la vista y su cerebro resistían al letargo que estaba paralizando el resto de sus sentidos.

En un primer momento, pensó en llamar a Mario. Lo descartó para intentarlo una vez más. Mario tendía a mofarse de las cosas que le pasaban, y Lys, no estaba por la labor de quedar como una idiota.

Lo intentó una y otra vez, pero no lo consiguió. Su cuerpo se mantenía tan rígido como una estatua de piedra.

La situación comenzaba a ser muy angustiosa. Lo que le estaba ocurriendo, no era normal.

Dejó a un lado su amor propio y decidió pedir ayuda a Mario. Tendría que aguantar sus gracietas, con tal, de no quedarse postrada en aquella cama de por vida.

Algo estaba fallando en su sistema nervioso, e iba a necesitar ayuda médica. Estaba segurísima de que se solucionaría con algún tipo de tratamiento o rehabilitación, ya que, no había sufrido ningún tipo de traumatismo, al menos, que ella recordara….

La angustia se convirtió en terror, cuando comprobó que no podía emitir sonido alguno. Era como si la hubieran arrancado sus cuerdas vocales. Apenas conseguía emitir algún gemido imperceptible, incluso para ella.

Los nervios de Lys comenzaron a descomponerse por segundos. El pánico no tardó en apoderarse de ella, quería gritar, salir corriendo.

«¡Cómo si fuera posible!» Se decía llena de rabia, mientras buscaba algo a su alrededor. Tan sólo le llegaban los sonidos de la cocina y no podía ver otra cosa que aquel maldito techo.

Intentó respirar, tenía que calmarse, algo podría hacer….

Una idea asaltó en su cerebro. En alguna ocasión, había oído hablar de un tipo de parálisis nerviosa que podía afectar a la movilidad de brazos o piernas.

Sí, tenía que ser algo así, lo que le estaba sucediendo. Tenía que buscar la manera de hacérselo saber a Mario.

Los últimos días habían sido muy estresantes y probablemente, esa sería la causa de su parálisis. Si era capaz de no ponerse histérica, conseguiría recuperar el control de su cuerpo.

La luz del pasillo iluminó el techo de la habitación. Podía reconocer perfectamente todas las sombras que se dibujaban en el.  Desesperada, quiso girar la cabeza, intentándolo una y otra vez hasta la extenuación.

Tan solo, podía controlar sus ojos, y los mantuvo muy abiertos esperando su momento. Quizás, si Mario veía que estaba despierta, podría darse cuenta de que algo no iba bien.

Todos sus intentos, habían sido infructuosos y su desesperación iba aumentando a medida que escuchaba el latido de su corazón. Era como el tic-tac de un antiguo reloj.

Comenzó a perder la esperanza, pensando en cómo sería su vida. ¿Y, si no conseguía recuperar el control de su cuerpo?

Ante aquella terrorífica idea, lo único que podía desear en aquellos momentos, era la muerte.

Su estómago se contrajo, como lo hiciera en aquellos días en los que todo se volvió oscuridad, y las desgracias cambiaron su vida. Pensar en la muerte, la llevó a un escenario dantesco que llevaba años intentando olvidar.

«¡Cómo si eso fuera posible!» Se dijo y la pena brotó como la mala hiedra.

El peor de los presagios parecía hacerse más real que nunca. La muerte se presentaba en busca de su siguiente víctima. Tal y como se encontraba, sólo esperaba que esta vez, viniera a por ella. No soportaría perder a nadie más, tan sólo le quedaba Mario. Era toda su familia y le quería con toda su alma.

Sintió miedo, angustia, y unas fuertes ganas de llorar. Estaba atrapada en su propia cama y no veía la forma de escapar. ¿Cómo podría llamar su atención?

Esperaba, que en algún momento él se diera cuenta. Quizás, cuando volviera del trabajo y no viera hecha la cena. No era el mejor de los escenarios, pero tampoco tenía ninguna otra opción. Tendría que pasarse todo el día mirando al techo y a la espantosa lámpara que Mario se había empeñado en comprar.

 Aquel pensamiento, la llevó a recordar que no podría ir al baño y le aterró la idea de ser encontrada entre heces y orín. Aquella visión tan desagradable le revolvió las tripas. No podía quedarse así, tenía que llamar su atención antes de que se fuera al trabajo.

Las sensaciones se iban acumulando dentro de ella, angustia, desesperación, miedo, rabia.... Su sistema nervioso estaba a punto de colapsar y ella, iba perdiendo toda esperanza.

Pensó en el despertador y rezó para que sonara. Así, Mario podría escucharlo. Era lo único que la podría salvar.

Las consecuencias de no aparecer por el trabajo, era otra de sus preocupaciones. Resultaba irónico, viendo su situación, pensar en un trabajo ingrato y mal pagado que, lejos de apasionarla, la decepcionaba cada día más.

Laura, había conseguido hacerse con el departamento, y estaba al borde del colapso por los cambios que se estaban acometiendo en la empresa. Cada día entraba en su despacho con la misma cantinela. Presionándola constantemente, para conseguir sacar más trabajo que el resto de departamentos.

Según ella, tenían que demostrar lo competitivas que eran. Era el único departamento controlado totalmente por mujeres y eso jugaba en su contra.

Laura no paraba de mencionar los posibles despidos. — Quizás nosotras estemos a salvo, pero ¿y nuestras compañeras? Pagaran ellas por nuestros errores. — Solía decirle. Sabía que tecla tocar, para que ella bailara hasta la extenuación.

En más de una ocasión, Lys, se había preguntado ¿Cómo había conseguido Laura, hacerse con las riendas del departamento? Ambas ostentaban el mismo puesto y tenían las mismas funciones, pero una mandaba y la otra obedecía como un corderito.

Ella sabía la razón, pero le costaba reconocerlo. Se pasaba la vida evitando la confrontación y eso, siempre terminaba perjudicándola.

Había pensado cambiarse de trabajo, pero la situación no estaba como para embarcarse en nuevas aventuras. Era una locura que ella no se podía permitir en aquellos momentos.

También sabía, que las cosas podrían ser diferentes, pero temía sus consecuencias….

Respiró hondo. Ningún pensamiento, la iba a sacar de la trampa humana en la que se había convertido su cuerpo. Si era estrés o agotamiento, le daba igual, tan sólo, quería que Mario la ayudara a llegar a un hospital.

De repente, se dio cuenta de que los ruidos en la cocina habían cesado. Quizás, Mario ya se hubiera ido al trabajo. Aquello le produjo una sensación muy desagradable, algo más fuerte que la angustia.

Con todas sus fuerzas, intentó revolverse en la cama, pero al cabo de unos momentos, volvió a rendirse. La oscuridad había vuelto a la habitación. Tan sólo, quedaba esperar que alguien la echara en falta. Era como para volverse loca.

El estómago volvió a contraerse. Esta vez, la sensación la dejó vacía, cómo si se le fuera la vida… A punto estuvo de suplicar por ello, pero, ¿a quién? Estaba completamente sola.

No quería sentir aquello que algunos consideraban “un sexto sentido”. Ella no veía muertos, tan solo, presentía su llegada. Más que un “Don”, era un castigo que le provocaba un sufrimiento indescriptible.

Intentó concentrarse de nuevo en su respiración. De algo tenían que servir las clases de relajación, a las que era derivaba una y otra vez por su médico de cabecera.

Respiró y respiró, pero su cuerpo siguió sin reaccionar.

Hubiera preferido la muerte a semejante quietud. Cualquier cosa sería mejor que vivir enclaustrada en una cama el resto de su vida. Pensó, como se deterioraría su cuerpo, mientras esperaba día tras día, a que alguien se ocupara de quitarle los pañales.

«¿Quién la iba a cuidar?» Reflexionó sin poder contener las lágrimas.

Mario la dejaría, no podría ocuparse de ella, nadie podría hacerlo. Estaba sola, completamente sola, y terminaría en alguna residencia, con la mirada perdida en algún techo.

Por su mente pasaron las imágenes de la película “Mar adentro”. En aquel momento, entendió perfectamente el sentimiento del protagonista. La muerte, era la salida menos dolorosa. El único camino hacia la libertad.

Intentó revolverse, mover sus brazos y zafarse de aquel edredón que se estaba convirtiendo en su mortaja. Llena de rabia y dolor, se iba desalentando por momentos, con cada intento, con cada segundo, sumergida en aquel sufrimiento.

Escuchó algo y puso toda su atención. Quizás, Mario no se había ido… Un haz de esperanza, que apenas duró unos segundos.

Era el latido de su propio corazón, haciéndose más y más intenso. El torrente sanguíneo golpeaba en su garganta, en su pecho y en todos los recovecos de su piel. Tuvo la sensación, de tener en el interior de su cuerpo una bomba que estallaría en cualquier momento.

Dejaría las paredes perdidas de sangre y vísceras. No pudo evitar sonreír mentalmente ante lo irónico que resultaba. ¿Qué le importaba a ella, la mugre que quedará tras esparcirse sus vísceras por la habitación? ¿Acaso lo iba a tener que limpiar? Por una vez que limpiara Mario, no pasaría nada. Aunque con lo señorito que era, llamaría a una empresa de limpieza.

Sintió algo cálido que rozaba la piel de su cuello, era sutil como una caricia. Lys se estremeció y volvió a ponerse en alerta.

Más que miedo, sentía impotencia. Fuera lo que fuese, haría con ella lo que le diera la gana.

Percibió de nuevo aquella sensación, seguida de una respiración acompasada, tranquila, y profunda.

Desesperada busco una explicación. No, no se había vuelto loca. Mario debía estar a su lado. Seguramente, se habría dado cuenta de lo que la pasaba y estaría preocupado.

No conseguía escucharlo. ¿Se habría quedado sorda? Rápidamente reflexionó, si estuviera sorda, no podría escuchar su respiración. Cerró los ojos unos segundos. La sordera no sería el peor de sus problemas, comenzaba a tener falta de lucidez. El miedo la estaba dejando tan aturdida, que ya no era capaz de pensar con claridad.

«¿Si Mario estaba a su lado...? — Pensó angustiada. —  También podría estar paralizado como ella»

Quién estuviera en la casa, les habría inmovilizado con alguna droga o gas para robarles. No sería el primer caso.

— ¡Ayuda! — Gritó de forma más mental que física.

«¡Malditos ladrones, malditos todos…!» Pensaba llena de rabia.

De repente, recordó algo que le heló la sangre. Mario no había dormido en casa, había salido de viaje. Recordó con estupor, su beso de despedida, mientras le decía:

— No se te olvide hacer la transferencia del alquiler. ¡Te quiero!

¡Si Mario no estaba! ¿Quién respiraba a su lado? ¿Quién la estaba torturando de una forma tan cruel? Los enmarañados pensamientos se iban sucediendo, como si de una película a cámara lenta se tratara. La incredulidad de lo ocurrido, chocaba de bruces con la puñetera realidad. No tenía escapatoria. Harían lo que quisieran, sin que ella pudiera evitarlo.

Volvió a percibir aquel siseo en sus oídos.

«¡No, por favor!» Imploró en sus pensamientos.

Su vello erizado, intentaba defenderse de algo o alguien, al que ni siquiera podía mirar. Indefensa, inmóvil y aterrorizada, se veía incapaz de poder soportarlo.

¿Hasta dónde llegarían? ¿Por qué no robaban y se largaban de una vez? Pensaba de forma angustiosa.

 Les hubiera dado todo, sin necesidad de hacerla pasar aquel calvario.

La montaña rusa de emociones en la que estaba presa, la estaba consumiendo. No sabía si reír como una loca o llorar desesperadamente. Tan sólo, quería recuperar el control de su cuerpo, y que la pesadilla terminara de una vez por todas.

La habitación comenzaba a iluminarse con las primeras luces del alba. Su despertador, seguía sin sonar

Aquel macabro juego seguiría, y ella, poco o nada podía hacer. Quizás debía rendirse, abandonarse a su suerte y suplicar porque todo fuera lo más rápido posible. Sin embargo, no podía cerrar los ojos, a pesar de sentir que hubiera sido lo más sensato: hacerse la dormida, simular estar inconsciente.

«¡Maldita sea!» Pensó, mientras sentía como una lagrima rodaba por su cara. Se sentía tan estúpida, como impotente. ¿Por qué no la mataban de una vez por todas?

Cerró los ojos vencida por el agotamiento. No podía escapar, y la cabeza le iba a estallar. Estaba sola, y no la quedaban más fuerzas para luchar.

¡Quizás, era su vida la que se apagaba…! 

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