Kaysersberg, era nuestro próximo destino. Un pequeño y
bonito pueblo, que el sol de un precioso día de verano convertía en una
magnifica postal.
Pequeñas calles con las típicas casitas de Alsacia, antiguas
y pintorescas, dignas del mejor cuento de los hermanos Grimm, donde ilusión y
fantasía van de la mano, haciendo que las historias fluyan, te atrapen y te
emocionen.
Para rematar la postal de este idílico pueblo, mucho más si
cabe, sólo hay que acercarse al riachuelo, que corre de forma libre y salvaje,
dividiendo la pequeña población, dejando a cada uno de los lados, un precioso y
encantador paisaje. Todo ello decorado con un millón de flores de colores, que
consiguen que el cuadro, sea prácticamente perfecto, no se le puede poner un “pero”,
sólo disfrutar de largos y tranquilos paseos, para no perderse ninguno de los
rincones, que componen este maravilloso lugar.
Como de costumbre, nos costó dejar Kaysersberg atrás, mientras nos despedíamos con nostalgia, pensábamos en que seguro que volveríamos y más animados, comenzamos a ilusionarnos con la siguiente
visita. Lo mejor es, que, entre pueblo y pueblo, una puede disfrutar de un
montón de viñedos, alineados de manera casi perfecta, a lo largo de toda la
carretera, perdiéndose en mar infinito de tonos verdes, imágenes que
quedan en nuestras retinas y nos hacen disfrutar más si cabe de nuestros
peculiares viajes.
Entre viñedo y viñedo, cobrando el protagonismo que se
merece, emergen muy de vez en cuando, pequeños campos repletos de girasoles, que terminan de rematar un encuadre perfecto por
el color vivo y deslumbrante en las horas más centrales del día, siguiendo al
sol en un baile, sereno y tranquilo, día a día.
Si os soy sincera, me encanta las lluvias de verano, cuando
el calor es sofocante y el cielo descarga agua de forma repentina, me resulta
irresistible quitarme las sandalias y pisar los charcos, como los niños,
mientras las gotas de agua recorren mi cara.
Cierto es, que a veces son peligrosas, pero no era el caso y
el rato en el que la cortina de agua cubría el pueblo, le terminó dando un
aspecto casi mágico, sólo faltaba cualquier personaje de cualquier cuento
paseando por allí, para rematar faena. Todos y cada uno de los pueblos
visitados, son tan bonitos y están tan cuidados, que terminan por dar rienda suelta
a la imaginación, si a esto le sumas que yo de imaginación voy sobrada y que
además estoy para que me encierren, el coctel resultante termina por explosivo.
La tormenta paso tan rápido como vino y el sol volvió a
brillar tímidamente, para esconderse por la llegada inminente de la luna. Ver
anochecer en un día de verano, después de la tormenta, fue una de las mejores imágenes,
de las que he disfrutado a lo largo de este maravilloso he increíble viaje.