27 sept 2014

NARA















Un precioso día soleado, decidimos recorrer los 42 Km. que separan Kyoto de Nara, sin más intención que disfrutar de sus maravillas y sumergirnos en su historia.
                               
            Como el GPS que descargamos estaba incompleto, digamos que en vez de una hora y cuarto, tardamos un par de horas. Es verdad que en determinado momento estuve a punto de ser linchada, por ser la copiloto, pero la sangre no llego al río, y yo no volví a ser la copiloto.

            Cuando una se centra más en disfrutar del paisaje y las carreteritas angostas y sinuosas, bordeadas de una vegetación frondosa de árboles y arbustos que te hacen sentirte en paz contigo mismo, una no teme ni motines, ni la muerte.









            Llegamos y aparcamos el vehículo. En principio pensamos que sería complicada esta operación, pero hay parking en todos los sitios turísticos, la media a pagar era de unos 500 yenes (3€ al cambio).

Nuestra nueva aventura al pasado, comenzaba con una antesala muy especial, un parque situado a los pies del monte de wakakusa y donde cientos de ciervos Sika, andan felices y salvajes, ya que se consideran sagrados, sin más problema que comerse el periódico que algún despistado lee en un banco o cualquier otra cosa que les parezca apetecible.

            Por supuesto no faltan los puestos con unas enormes galletas especiales, que por 100 Yenes, harán su delicia y que te sigan cual perrito, aunque la impaciencia les puede y comienzan a embestir de manera suave pero persistente, es aquí donde no faltan las anécdotas, debido a las confianzas que se toman los muy descarados.









           Comenzamos por el Templo budista Horyu-ji. Este templo se divide en dos, una es, la Sai-in que está en occidente y la Tō-in en oriente. En la parte occidental se puede ver Kondō o el Salón Dorado y la pagoda de cinco plantas, muy importante por creerse que es uno de los edificios de madera más antiguos del mundo. Mientras que en la otra está el salón Yumedono o de los sueños que tiene una forma octogonal, también se encuentran, salones para comer y salones de lectura

            De vuelta a la realidad, seguimos caminando al Templo Todaji. Unos estudiantes, que hacían un trabajo para el colegio, hicieron una pequeña encuesta a mi sobrino, amables, curiosos y simpáticos, pudimos encontrarlos no sólo aquí, si no en casi todos los sitios turísticos que visitamos.

            A diferencias de otros templos no sólo pudimos entrar también lo pudimos disfrutar. Unos demonios gigantes vigilan mostrando sus feroces rostros, para proteger al Buda más grande de Japón (Daibutsu) de aspecto apacible y sereno, situado en el centro del templo. Es complicado no mirar a uno u otro lado sin quedar sin palabras ante tanta belleza y grandiosidad, grandes estatuas, pequeños detalles, no podía ser de otra manera, el japonés cuida al límite los detalles y como en otras culturas conservan sus leyendas como el tronco de la felicidad, en el cual hay un agujero por donde hay que pasar para conseguirla.

               Fui la primera en intentarlo y no me costo encontrar el truquillo para atravesarlo, con facilidad, después de conseguirlo todos, seguimos nuestro paseo, por lugares de difícil descripción, pero al fin y al cabo mágicos, cientos de póster de piedra, en un parque lleno de vida. Cual cuento sólo me faltaba la caperuza, por que ciervos, ardillas y pajarillos había para dar y tomar.
Ya en el centro de la ciudad, una sigue fascinada, la zona de tiendas era de lo más cuqui, menos bulliciosa que otras ciudades, daba gusto pasear  por sus calles, descubrimos pequeñas tiendas, llenas de artesanía y antigüedades, prohibitivas pero preciosas. Pasear por calles estrechas, con sus casitas de madera, recordando como fue en un tiempo la ciudad, es fácil olvidarse de la época en la que estás, del tiempo, la prisas, sólo dejarte inundar por la maravillosa ciudad de Nara.  La cual torpemente he intentado describir, pero que no se parecerá a nada de lo que cada uno pueda ver en ella.

8 sept 2014

KIOTO

Como no podía ser de otra manera, lo primero que queríamos visitar, era aquellos templos que hemos visto hasta la saciedad, en cualquier guía o documental sobre esta preciosa ciudad.

En algunos, no se permiten acceder al interior del templo, así que, nos teníamos que conformar con las maravillosas fachadas de los templos y pagodas.

El templo de pabellón de oro “Kintakuji”, junto a al lago donde se refleja alargando el dorado de su fachada en una bella estampa, rodeada de jardines de ensueño, donde no hay nada fuera de su sitio, todo esta meticulosamente pensado y trabajado. Desde que el árbol es una simple vara, y los jardineros comienzan a darle forma. Lo vendan cual momia, dejando al aire sólo aquellos lugares donde desean que aparezcan los brotes, que terminaran siendo ramas, y a su vez, las ramas son moldeadas, así hasta conseguir que un sencillo pino, termine convirtiéndose en una obra de arte, sólo a base de paciencia y tesón.
                
Sólo en Japón una puede ver a tres jardineras, cortar el musgo fino con una tijeritas pequeñas, para darle la altura deseada. O recoger a mano hoja por hoja. Cada flor, cada planta, por simple e insignificante que sea, es tratada con cuidado y  con respeto, ese del que no he dejado de hablar, desde que comencé mi andadura. Veneran la naturaleza y eso se nota en todos y cada uno de los muchos jardines que hemos podido visitar, ya sean la antesala de algún otro monumento o simples parques. Incluso en las plantas que muchos ponen en las aceras de las calles con su macetita y que a nadie se le ocurre llevársela o hacerle daño alguno.        

   Además de los maravillosos santuarios sintoístas, visitamos alguna que otra Pagoda, en Kyoto se encuentra la más alta del mundo, la Pagoda To-ji con cinco plantas. Hecha de madera, como todos los santuarios y templos, su vida es efímera, por ello no escapan al fuego y otros desastres. Aquí, mas restaurar lo que queda, lo reconstruyen desde el principio siguiendo todos los pasos que dieron sus antepasados.



Dentro de algunos templos o santuarios a los que tuvimos acceso, no encontramos muebles pomposos, ni lámparas majestuosas o suelos de mármol. En el interior solo encontramos salas con tatamis vegetales o suelos de madera, con sus enormes puertas correderas, dando a los jardines. La sencillez daba paso a lo más hermoso, la naturaleza. Esa que ellos adoran y representan en sus paredes, junto con escenas de la vida de antaño cubriendo toda la sala. Escenas que muestras hombres toscos y delicadas mujeres de piel blanca, o paisajes sencillos de árboles tallados, garzas o cigüeñas en reposo, quietas, mientras que en otra de las paredes el tigre majestuoso, muestra la fiereza a través de sus ojos. Es imposible pasar por esas salas y no sentir nada. ¿Cómo es posible que con tan poco se pueda decir tanto?
En el otro lado los templos budistas, a los que si se suele tener acceso, visitamos muchos pero, hubo uno que me fascinó, el templo Kiyomizu-dera (Templo del agua pura).
                            



Para llegar a él, subimos por una de esas calles llenas de tiendecitas y casas típicas, llamada Ninen-zaka, que junto con la de Sannen-zaka cuya traducción es callejón de los dos y tres años. Referidos a la mala suerte que te puede caer, si tropiezas en alguna de ellas. Podrás entre multitud de visitantes que concluyen atraídos por el templo, sentirte como un niño chico en una tienda de juguetes, donde puedes encontrar souvenir para turistas, dulces de la zona o diferentes tés, con los aromas más variados.

                                          

En lo alto, dos leones de piedra se miran al pie de unas escaleras que te llevan a la entrada Niou del templo, donde habrá que seguir subiendo para llegar hasta el Hon-Do, edificio principal del templo. Tan al borde mismo de la montaña, que su balcón boladizo la sobrepasa, sostenida por cientos de pilares de madera. Justo allí podrás disfrutar de una vista impresionante, rodeado de un bosque frondoso, donde un millar de tonos verdes se mezclan, para mostrar una postal viviente, que cambia sus tonos, según la luz o la estación del año en que lo visites.                                                                                                                                                      

Aquí si que puedes entrar y admirar todos y cada uno de los pequeños detalles, de las figuras que no te dejarán indiferente y su figura central Okuninushinu-Mikoto de una apariencia bonachona y simpática.
Seguimos en el complejo y subiendo llegamos al otro templo, este Sintoísta dedicado al amor Jishu Jinja, en el destacan dos piedras, una enfrente de la otra, la tradición dice que si consigues bordearlas con los ojos cerrados, encontraras el amor.

Vuelta a bajar para llegar a la fuente que da nombre al complejo. Otoño no taki, donde tendremos que elegir uno de los tres chorros de agua, que significan, longevidad, sabiduría y éxito, beber de los tres está mal visto, dado que significa codicia.

Y entre templos y pagodas, se iba esfumando el día, hasta llegar la noche, con su capa negra, salpicada de luces de neón y farolillos.


           



3 sept 2014

CAMINO DE KYOTO

Tan sólo tres días después emprendíamos el camino a Kyoto, la gente suele elegir el tren como trasporte, pero nosotros al ser ocho, decidimos alquilar un coche, haciendo números salía mucho más barato, previamente mi Lucero y cuñado, solicitaron en trafico el carné internacional. Es así como comenzó nuestra aventura motorizada por la izquierda.
                             
Nada más salir descubrimos que el GPS del coche, aunque daba las indicaciones en inglés, había que meterle las direcciones en japonés, este escollo lo salvamos con la paciencia de algunos japoneses requeridos a traición y con momentos gloriosos de incertidumbre sobre todo en las autopistas sobrealzadas, las cuales pueden sumar dos carreteras, una encima de la otra y cada una con un destino, pero al final siempre conseguimos llegar a nuestro destino.



Os parecerá surrealista, que cuente mi primera parada en un área de carretera japonesa, pero si no lo hago exploto. Mi hija y yo nos disponíamos a entrar en el baño, cuando vimos una caja de cartón en un rincón, con periódicos en el suelo, entonces pensé ¿Una papelera?, pero mi hija me saco de mis pensamientos, indicándome algo en el techo. Un nido de golondrinas, la caja de cartón era para recoger la posible suciedad que los pajarillos produjeran. No era un gesto aislado, lo pudimos ver en otros lugares, algunos tan protegidos por ellos, como los templos, lo que nos resulto más sorprendente.

Al entrar en un baño japonés, una vive una experiencia única, los he visto de todos tipos, vanguardistas, humildes, clásicos, súper lujo, minimalista, etc., pero en todos, absolutamente en todos, había papel higiénico, parece que no es importante, pero leí que fuera preparada y después de cargar con un paquete de papel higiénico sin abrir por todo Japón, tenía que desmitificar la historia. Es en China donde no encuentras papel en muchos sitios. Aclarada la cuestión, seguiré alabando los baños japoneses. No sólo están limpios, además puedes encontrar detalles de lo más variado y curioso. Empezando por el Toto, ese vater es la novena maravilla. Cierto es que sería conveniente antes de utilizar uno, haber realizado un master o doctorado, para saber donde demonios estaba el botoncito de la cadena, más que nada, por que si no, nunca sabrás que es lo que te enchufara, ni donde y lo más importante a que temperatura. Mi hijo sin ir más lejos tuvo un pequeño percance en el hotel. Andaba trasteando, cuando un tubito traidor le salio por la retaguardia hasta que le rozo salvase la parte y mientras el gritaba y saltaba al otro lado de la diminuta habitación, el chorrito traidor regaba a diestro y siniestro, poniéndolo tibio. Había que ver a ese hijo salir de semejante situación, chorreando y maldición al señor Toto y a toda su familia, días más tarde ya no podía vivir sin el, sobre todo cuando descubrió el botón del agua caliente.
                           
Además de los botones en los baños públicos podías encontrar, sillitas adaptadas para bebes, para que sus madres obren con tranquilidad, adaptadores infantiles, líquido desinfectante, para la limpieza del lugar, quizás sea esta la razón por la que están tan sumamente limpios, e incluso en algunos te lavas las manos mientras se llena la cisterna, a través de un grifo que sobresale en lo alto del Toto, y algún que otro aparetejo o botón que no fuimos capaz de adivinar su fin.
                             
En fin que me disperso, y es que las aventuras en los urinarios públicos, fueron muchas y variadas, una vez pasada la cajita de cartón, admirada las sillitas para bebes y flipar con la cantidad de botones que pueden tener un simple retrete, decidimos lavarnos los dientes, había una habitación en el centro del gran aseo, donde un dibujo parecía indicar, que era allí, donde deberíamos realizar la operación. Cuando entramos, las dos nos miramos con incredulidad. Era una habitación roja con espejos de estrella de cine, con sus lucecitas y todo, unas mesas y sus correspondientes sillas frete a los espejos, incluso tenía un secador de pelo, sin candado ni nada y una polvera de mujer, para los retoques, debo reconocer que mi incredulidad, me dejo atontada, es por ello, que espero confiéis en mi palabra, ya que no se me ocurrió hacerle una foto, a semejante lugar en un área de carretera, una vez más, la delicadeza y el detalle, nos dejaba sin palabras.
                                      

Los viajes en Japón, suelen ser largos en lo que a tiempo se refieren y es que sus límites de velocidad son bajos. Este pueblo es paciente, hasta para conducir, que ya tiene mérito. Llegamos a Kyoto por la tarde, a eso de las siete de la tarde, encontramos el hotel sin problema, y todas las dudas que habíamos tenido, por ser muchísimo más barato que los hoteles de Tokio, desaparecieron. Un hotel de aspecto occidental, nuevo, céntrico, limpio y muy cuco, ¿qué más podíamos pedir?
                              

JUICIO LEVE DE FALTAS

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