Un precioso día soleado, decidimos recorrer los 42 Km. que separan
Kyoto de Nara, sin más intención que disfrutar de sus maravillas y sumergirnos
en su historia.
Como el GPS que descargamos estaba
incompleto, digamos que en vez de una hora y cuarto, tardamos un par de horas.
Es verdad que en determinado momento estuve a punto de ser linchada, por ser la
copiloto, pero la sangre no llego al río, y yo no volví a ser la copiloto.
Cuando una se centra más en disfrutar
del paisaje y las carreteritas angostas y sinuosas, bordeadas de una vegetación
frondosa de árboles y arbustos que te hacen sentirte en paz contigo mismo, una
no teme ni motines, ni la muerte.
Nuestra nueva aventura al pasado, comenzaba con una antesala muy
especial, un parque situado a los pies del monte de wakakusa y donde cientos de
ciervos Sika, andan felices y salvajes, ya que se consideran sagrados, sin más
problema que comerse el periódico que algún despistado lee en un banco o
cualquier otra cosa que les parezca apetecible.
Por supuesto no faltan los puestos
con unas enormes galletas especiales, que por 100 Yenes, harán su delicia y que
te sigan cual perrito, aunque la impaciencia les puede y comienzan a embestir
de manera suave pero persistente, es aquí donde no faltan las anécdotas, debido
a las confianzas que se toman los muy descarados.
Comenzamos por el Templo budista
Horyu-ji. Este templo se divide
en dos, una es, la Sai-in que está en occidente y la Tō-in en oriente. En la
parte occidental se puede ver Kondō o el Salón
Dorado y la
pagoda de cinco plantas, muy importante por creerse que es uno de los edificios
de madera más antiguos del mundo. Mientras que en la otra está el salón
Yumedono o de los sueños que tiene una forma octogonal, también se encuentran,
salones para comer y salones de lectura
De
vuelta a la realidad, seguimos caminando al Templo Todaji. Unos estudiantes,
que hacían un trabajo para el colegio, hicieron una pequeña encuesta a mi
sobrino, amables, curiosos y simpáticos, pudimos encontrarlos no sólo aquí, si
no en casi todos los sitios turísticos que visitamos.
A
diferencias de otros templos no sólo pudimos entrar también lo pudimos
disfrutar. Unos demonios gigantes vigilan mostrando sus feroces rostros, para
proteger al Buda más grande de Japón (Daibutsu) de aspecto apacible y sereno,
situado en el centro del templo. Es complicado no mirar a uno u otro lado sin quedar
sin palabras ante tanta belleza y grandiosidad, grandes estatuas, pequeños
detalles, no podía ser de otra manera, el japonés cuida al límite los detalles
y como en otras culturas conservan sus leyendas como el tronco de la felicidad,
en el cual hay un agujero por donde hay que pasar para conseguirla.
Fui
la primera en intentarlo y no me costo encontrar el truquillo para atravesarlo,
con facilidad, después de conseguirlo todos, seguimos nuestro paseo, por
lugares de difícil descripción, pero al fin y al cabo mágicos, cientos de
póster de piedra, en un parque lleno de vida. Cual cuento sólo me faltaba la
caperuza, por que ciervos, ardillas y pajarillos había para dar y tomar.
Ya en el centro de la ciudad, una
sigue fascinada, la zona de tiendas era de lo más cuqui, menos bulliciosa que
otras ciudades, daba gusto pasear por
sus calles, descubrimos pequeñas tiendas, llenas de artesanía y antigüedades, prohibitivas
pero preciosas. Pasear por calles estrechas, con sus casitas de madera, recordando
como fue en un tiempo la ciudad, es fácil olvidarse de la época en la que estás,
del tiempo, la prisas, sólo dejarte inundar por la maravillosa ciudad de
Nara. La cual torpemente he intentado describir, pero que no se parecerá a nada de lo que cada uno pueda ver en ella.