“Estaba en racha” y
no buena, el peligro podía acechar en cualquier lugar, y andaba cual gacela
perseguida por guepardo en la sabana. Mi casa era más peligrosa que llevar la
contraria a Kim Jong Un.
Después de que la batidora quisiera hacerme un socavón en
mis apreciados intestinos y que la
lavadora, secuestrara uno de mis tanga (A Dios gracias, era de los feos) La
cosa no prometía, o bien terminaba asesinada por algún electrodoméstico loco, o
ponía fin a mi época de tangas y me compraba unas “yayobragazas” del tipo paracaídas
con puntillas. Imposible por tamaño, que se cuelen en ninguna de las ranuras de
la dichosa lavadora.
Me había ahorrado 25 €, al no llamar al técnico y todavía
gozaba del subidón, a pesar de ello, la estuve controlando, no fuera a ser, que
mi arreglo terminara saliéndome mucho más caro, pero después de observarla
durante más de dos horas, esta iba genial, no así, mi cabeza que no paraba de
dar vueltas y ya tenía más que batidas las dos neuronas que me funcionan.
Decidí hacer limpieza, por no arriesgar y eso que ya había
tenido los tres percances de rigor, ¿qué más podía pasarme?
¡Infeliz!
Al levantar la persiana de la habitación, para ventilar,
está calló a plomo.
Yo miraba a un lado y al otro, con cara de no me lo puedo
creer
El vecino de enfrente me miraba, con cara de ¡Ostras, la que
ha liado!
¿Podría ser una cámara oculta? No, fue una de las lamas que se
había rajado enterita, de un lado al otro, había que desmontar el tambor de la
persiana y sacarla, para poderla unir a otra lama. Así que tenía que esperar a
que mi lucero me echara un cable y esperaba que no fuera al cuello, porque con
la racha que llevo, me espero cualquier cosa, aunque sea un Santo Varón. Eso
sí, del rapapolvo, no me libraría nadie, ¿no sé porque? se empeña en pensar que
soy la causante de todos los desastres de esta casa, ¡O sí! pero mejor no
remuevo mis antecedentes.
-
¿Cómo puedes ser tan bruta? ¡Estas cosas sólo te
pasan a ti! No puede uno venir, ni un día de trabajar y descansar ¡Hay que ver
qué guerrita das!
Como me sonaba a lo de siempre, esperé paciente a que
termine la retahíla y le planté el juego de destornilladores en una mano y en
la otra la escalera. Me miró con resignación y se puso manos a la obra.
Conseguimos sacar toda la persiana, quitar la varilla rota y
unirla con la siguiente, en mejor estado, aunque tampoco para echar cohetes.
Cuando habíamos terminado la operación el tambor no cerraba, quedaba muy lejano
y no había manera de encajarlo y apretar los tornillos.
Mi Lucero estaba cabreado como una mona y lo peor es que
cuando lo consiguió, fui a colocar la cortina y el enganche, en un arrebato
cariñoso, se desprendió de la pared para venirse vino con migo.
Mi Lucero me miraba con cara de esto no te la perdono y yo le
volvía a poner los destornilladores en la mano, para que pusiera un tornillo
más grande y evitara terminar haciendo un socavón en la pared, cada vez que
quiera correr las cortinas.
Me puse a hacer la cena, con tan mala suerte que la sartén
cayó justo en la esquina, partiendo el cristal de la vitro-cerámica en 2, y yo
me daba cabezazos contra la pared, esto no había quien lo arreglara.
Mi Lucero con los ojos vueltos ya no era capaz ni de
regañarme, lo único que murmuraba es:
-
¡Aquí no
me quedo esta noche! Apreció mucho la vida.
-
¡No seas exagerado! Estás cosas pasan.
-
¡No! Esto te pasa sólo a ti, el resto de la
humanidad va de una en una.
-
Verás cómo mañana, lo vemos con otros ojos,
seguro que hasta nos reímos.
-
Llámame raro, pero a mí no me hace ni pizca de
gracia.
-
Venga anímate, además ya no se puede romper nada
más.
¡No menciones
la vicha! Qué estás en racha.
Él se había sentado en la cama, con cara de un inocente al
que van a ejecutar y yo me senté encima, para consolarle, quizás un poco
bruscamente, bueno de golpe.
Resultado: dos lamas rotas, pero la cama resistió y no se
vino abajo, en cambio mi Lucero, creo que sí, no sabía si reír o llorar o ambas
cosas a la vez, ya no le quedaban ni palabras. Sólo miraba y hacía unos gestos inexplicables,
con pequeños gruñiditos extraños. Me preocupo mucho, pero poco a poco, fue recuperándose,
aunque no dejó que me acercara en un par de días.
Lo único bueno del día, fue su fin. Decidí que una buena
ducha me vendría genial para purificarme y sacudir las malas energías.
Al salir, observé las uñas de los pies, que estaban a punto
de arañar el suelo a modo de garras y toda dispuesta apoyo el pie en el váter y
me dispongo a cortarlas.
El pie se deslizó y terminó dentro de la taza, otra duchita (con
la sequía que tenemos) y deje las garras para mejor momento, no fuera que
terminara en urgencias con la amputación de alguna de mis falanges.
Y así trascurrió otro día tranquilo en villa Odry.