Como ya os conté,
Manuela tuvo un brote y, en plan chungo, me dejo claro que no era su vecina
favorita y que, en cuanto me descuidara, me mataba bien muerta. Por su puesto,
todo ello aderezado con todo tipo de insultos y amenazas para darle un mayor
efecto a sus amenazas.
Hace unos días tuvimos
el juicio, y como no podía ser de otra manera, empezó siendo un desastre y
acabó convertido en el club de la comedía. ¡Qué le vamos a hacer! Si hay que
morir, por lo menos que nos echemos unas risas.
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¡A tomar morcillas la
estrategia de defensa (si es que la tuviéramos)! Por si eso no fuera
suficiente, el nuestro, era el último juicio y la jueza se quejó de una fuerte
jaqueca en cuanto nos vio entrar. Apenas le dio la palabra a mi abogada, sólo
le faltó decirla: —¡Vamos, vamos, que nos vamos!
Declaré en menos de un minuto, no fuera a declararme culpable por explayarme. Luego llamó a Manuela que reconoció haber llamado a mi puerta, sí, y muchas veces. Aunque sin especificar el día, eso sí, siempre desde el respeto, la educación y la cordialidad.
DEVIANTART |
La interpretación era
sublime y la jueza estaba de su parte. Por lo visto son más condescendientes si
no llevas abogado. Pero, aun así, insistió. Manuela, aparentemente afligida, le
dijo que la única vez que fue a mi casa, no me amenazo, y comenzó a
hablar del dichoso aire acondicionado.
La jueza que no
entendía nada, la cortó y le enseñó la carta que me había mandado para ver si
la reconocía. Ella afirmó con la cabeza, apenas vio el papel, declarando que
también le había mandado otra a mi vecina por meterse con ella e insultarla. Y
apuntó: —Le digo que sea feliz.
—También la llama
ejemplar y le dice que no va a parar. —Le recordó la jueza.
Que yo pensé. «No la
provoque, que ejemplar es lo más
bonito que me ha llamado».
Entonces Manuela le
volvió a explicar que todo venía por el aire acondicionado. La jueza que se
mosquea y le dice que no la entiende y ella que le responde; que las amenazas
tienen un por qué. La jueza le pregunta que si me ha amenazado y ella le dice:
—Solo le dije, que tuviera cuidado por la calle, porque le iba a tirar una
piedra en la cabeza que se la iba a reventar.
A la jueza se le abren
los ojos como platos y le advierte de la gravedad de sus palabras. Manuela le
responde con todo su papo: —Sí, la amenace de muerte, pero no lo he hecho.
«No, si todavía le voy
a tener que darle las gracias». Pensaba yo que no salía de mi asombro.
La jueza que se pone
seria y le recuerda que, si me hiciera daño, terminaría con sus huesos entre
rejas. Pero Manuel iba a lo suyo y lo justificaba todo, diciendo que estaba
harta de recibir cartas del ayuntamiento multándola por haber puesto mal el
aire acondicionado.
—¿De qué me está usted
hablando? —Le pregunta la Jueza a punto de declarar el desacato. Y yo me muevo
en el asiento pensando; «Ahora, es cuando la liamos».
Manuela que se empeña
en contarle su historia, la jueza que lo finiquita diciendo que le dará la
última palabra y hace pasar a mi testigo, que esperaba fuera y no tenía ni idea
de lo que había pasado.
Entra la presidenta y
le pregunta si tiene animadversión por Manuela. La presi se queda a cuadros y
dice que no. La jueza le vuelve a preguntar, cual es el trato que tiene con
Manuela.
—Hola y adiós.
—Contesta la presi.
—Entonces, ¿usted na
la ha insultado? —La presi que niega con la cabeza y Manuela que se levanta
como un resorte diciendo que no ha sido ella, sino mi vecina (una mujer de
ochenta años que está enferma y no sale de casa).
—¿Pero cuantas vecinas
son?
—Veintiocho. —Contesta
la presidenta y yo pienso para mis adentros; «Te faltan dos».
—¡Válgame! Pues le
pido disculpas. ¡Cuénteme! ¿Qué es lo que pasó?
La presidenta que le
cuenta lo ocurrido y la jueza que le pregunta, si conoce el tema del aire que
tanto le preocupa a la denunciada. Ella le dice que sí y le explica brevemente
que la denuncia parte de la comunidad, que yo no tengo nada que ver y que nadie
entiende porque le ha dado conmigo.
La jueza toma nota y
le dice que se siente, dándole la palabra de nuevo a Manuela. Manuela que se
enroca con el aire. La jueza que le dice que eso no le compete a ella y que le
diga cuánto cobra porque la pena va de acuerdo con lo que se gana. Manuela que
le dice dos mil cien y la jueza que le pone una pena de dos meses de multa a
seis euros diarios, total tres cientos sesenta euros.
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ºManuela que se encara
con la jueza y empieza a desvariar, diciendo que la han pegado toda mi familia,
sólo le faltó mi mencionar a mi nieto. La jueza que la ignora y nosotras que
vamos saliendo de puntillas por detrás, no vaya a ser que nos toque algo.
Llegamos a la puerta y
escuchando a Manuela despotricar. Nos despedimos de la abogada y nos largamos
antes de que saliera, no nos la fuera a liar.
Y así pasan mis días,
entre desventuras y desatinos varios que no me dejan parar.