Con el
suave vaivén que tiene el vehículo mientras subes y bajas las pequeñas colinas,
por las que surca la angosta carretera atravesando, campos de viñedos, cultivos
y arboledas, surge como si de un espejismo se tratara las torres de San Gimigniano.
La pequeña
Manhattan de la época se sitúa en lo alto de una colina, desde donde rodeada de
los campos más bellos de la Toscana, recibe a propios y extraños, para
deslumbrarles con su belleza y señorío.
San
Gimigniano, tiene origen etrusco (siglo III a.C) Tomo el nombre a un obispo,
que le defendió en el siglo X de los Hunos de Atila. Paso de peregrinos que
viajaban a Roma en la edad Media. En la actualidad, conserva 13 torres, de las
72 que llego a tener en los momentos de mayor apogeo.
Llegamos a
eso del medio día, bici en mano, que el área para autocaravanas estaba a un kilómetro
y medio de la entrada a la pequeña población, donde las puertas de la muralla, anuncian
que vas de visita el pasado, rodeada de presente en forma de multitud.
Comimos en
un restaurante situado a unos metros de la muralla, las vistas de los campos de
Toscana, eran una postal viva, el sol inundaba de luz todos y cada uno de los
rincones, haciendo que los colores se intensifiquen con fuerza, como un cuadro
impresionista. Una buena comida, un café fuerte e intenso, como el carácter de
los italianos y de nuevo en marcha.
Como niños curiosos, nos dejamos
deslumbrar ante tanta belleza, calles empedradas, edificios envejecidos, pero
majestuosos a los que los poderosos de la época añadían las torres, en pos de
demostrar quien la tenía más grande (la torre, por supuesto) y evidenciar su
poderío económico.
El sabor
dulce y cremoso del helado y un paseo por sus calles, hasta llegar a la Piazza
de la Cisterna, rodeada de olivos, una puede ver toda la población y las vistas
te dejan embobada. Recorrer La Piazza Duomo, donde está la colegiata, La
Piazza Pecori, y Piazza delle Erbe y dejarte llevar por la atmósfera de
alegría y bullicio que causan durante el día, cientos de turistas, van de una lado
a otro, de tienda en tienda. Hasta que llega el anochecer y todo empieza a
calmarse poco a poco y los vecinos del pueblo cierran sus comercios y se
dirigen a sus casas, y el aroma de la albahaca cocinada se impregna en el
ambiente, mientras las luces de los faroles dan paso a la noche cerrada, he
iluminan sus torres, sus calles, sus plazas, sin perder la belleza de la piedra
tallada.
Y una vez más
partimos con nostalgia, atrás quedan torres y murallas, nos espera la
carretera, llena de subidas y bajadas, entre los campos sin fin, que nos
acompañan. Mañana será otro pueblo, otro sueño, otra muralla, mucha historia y
un agradable sentimiento en el alma.
Bonito
ResponderEliminarEs verdad.
ResponderEliminarUn besote.
Lo recuerdo tan bonito como aparece en tus fotos, y el helado...uhm,,,qué helado.
ResponderEliminarQue pandilla tan estupenda Odry!
Gracias preciosa.
ResponderEliminarInteresante cultura la etrusca y mucho más ese super reportaje ilustrado de vuestra visita a tierras del obispo con nombre raro. Despues de tres o cuatro meses ausente vuelvo a dejarte un fuerte abrazo.
ResponderEliminar