Los días pasan muy rápido cuando
una disfruta de todo aquello por lo que vive, amor, familia, amigos y los
pequeños placeres en lugares increíbles.
Dejamos atrás los días de relax
en las playas cercanas a Roma, pero como atraídos por el azul del infinito que
se refleja en el agua, terminamos en Bracciano, un pueblo precioso, con un
castillo de cuento, al pie de un lago de ensueño que lleva el mismo nombre,
lago al cual se asoman otros dos pequeños pueblos. Postal de la que
disfrutamos, después de un paseo corto, pero intenso por el pueblo, para
terminar en la orilla del lago, dando de comer a los patos y disfrutando de un
merecido chapuzón.
Con el atardecer, nos ponemos en
marcha esta vez rumbo a Civita di Bagnoregio (la ciudad que no muere)
Como describir un lugar, que en
los días de niebla queda suspendido en el cielo, en la cúspide de la pequeña
montaña que lo alberga, unido tan solo por un puente, donde los cascabeles se
mecen al son del viento, anunciando que el cielo está cerca.
Los culpables de está joya una
vez más fueron los etruscos, construyeron una fortaleza inexpugnable, que sobrevivió
a los ataques de ejércitos, pero hoy en día lucha contra su peor enemigo “el
tiempo”. Construida sobre terreno arcilloso está condenada a la lenta muerte de
la erosión.
Mientras recorríamos
el largo puente peatonal que da acceso a este pintoresco lugar, no dejaba de
admirar toda la belleza que lo envuelve, los valles que lo rodean, las murallas
que lo proteger.
Una vez
pasado el pequeño arco que da acceso al pueblo una siente algo especial, no hay
rincón en el que la belleza más añeja no resurja para llamar la atención, la
madera vieja en tonos grises, las bisagras oxidadas, la piedra de los muros de
las casas y las verjas de hierro forjado retorciéndose en la lenta agonía del
tiempo.
A veces nos
empeñamos en contar lo bello que es un lugar, pero en este caso más que en
cualquier otro, “una imagen vale más que mil palabras”.
Cenamos en
un restaurante del pueblo y ya de noche con la luz de los farolillos nos
despedimos de uno de los sitios más increíbles que he visto en este viaje, no
se si el más hermoso, por que elegir entre el abanico de ciudades y pueblos que
hemos recorrido hasta el momento es muy difícil, lo único evidente es lo diferente
que es, quizás sea esto, lo que lo hace tan especial.
Embebidos
de tanta belleza, nos echamos a la carretera, la noche estrellada invitaba a
recorrer unos kilómetros más, para adelantar la marcha y llegar a Arezzo.
Quien nos iba a decir que nos
íbamos a recorrer cerca de cien kilómetros de más, y es que cada vez que
decidíamos coger el peaje para adelantar, en Italia, resultaba nefasto, la
salida de Arezzo estaba cerrada, nos dimos la vuelta con la esperanza que sólo
fuera la ida, pero que va, la de vuelta también, y sin indicación alguna, terminamos
en la carreteras comárcales, que son las únicas fiables, pero después de un día
perfecto, quien me mandaría a mí querer seguir disfrutando, olvidando por
completo quien soy. “Odry desastrosa y sin remedio”
Qué paraje más precioso, tomo nota sin duda.
ResponderEliminar¿qué sería de un gran viaje sin esas "anécdotas negativas"?
Besos
Es verdad, que las anécdotas son las que hacen que con el tiempo, te rías con más ganas...
EliminarCómo han crecido los chavales... tu nos has cambiado ... te invito a mi casa... a ver si sabes quién soy
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