Llegamos a Colmar con mucha ilusión,
habíamos oído hablar mucho acerca de su arquitectura, arte y belleza, que
además figura en todas las guías como cuna del vino alsaciano ¿Se podía pedir
más?
¡Pues sí! Un poco de buena suerte,
para variar.
Y no, no es que la ciudad nos
defraudara, es una preciosidad, pero la verdad es, que, a lo largo de todo el
viaje, he usado todos los adjetivos que me sabía y sus sinónimos. He intentado
describir todo tipo de pueblos y ciudades, algunas con ciertas similitudes. Con
lo cual la descripción de esta ciudad se me hace harto difícil. Es lo que tiene
visitar tantos sitios increíbles y bellos, que al final hablar de sus canales,
de las flores de sus fachadas o de la arquitectura que la caracteriza, termina
siendo repetitivo y monótono, por no decir obvio.
Si que pasamos por una pequeña
feria vinícola que ofrecía tapas y vinos a muy buen precio y que recorrimos
hasta el último rincón en busca de ese edificio o lugar curioso, donde poder
sacar la mejor de las imágenes para el recuerdo.
Si mencionaré a pesar de haberlo
hecho durante todo el viaje, es el calor sofocante, pero en este caso es para
añadir otra catástrofe a la serie que este verano ha tenido a bien acompañarme
y que aún hoy llevo conmigo, como una crucecita.
Cuando el
generador, decidió pasar a mejor gloria, por segunda vez, que yo creo que nos
tiene manía. Por si no tuviéramos suficiente, con no tener gas, ahora tampoco
teníamos luz, menos mal que el viaje estaba a punto de terminar, si no a ver
quién aguantaba a mi lucero sin su café mañanero, hasta llegar a la primera
cafetería.
Primero dijo adiós a su cafetera
italiana, por falta de fuerza en el gas, ahora también decía adiós a su
cafetera de George Clone, por falta de generador, que largo se me iba a hacer
el viaje de vuelta.
El área estaba situada en el parquin de una bodega, al principio nos chocó un poco, pero está buena gente debe abrir sus puertas a todo el mundo. Lo digo porque mientras nos poníamos en marcha, los vecinos de enfrente, que habían debido celebrar algo, venían cargados con mesas y taburetes que dejaron en el interior de la nave central de la pequeña bodega. Por si todo eso no fuera suficiente, nos ofrecía a los autocaravanistas todos los servicios, incluidos agua y luz, sin ningún tipo de coste y confiando en el buen hacer de todos los visitantes.
Como los dueños no se encontraban,
decidimos ir a visitar el pueblo y a la vuelta, intentaríamos saludarlos.
El pueblo es pequeño, pero tiene un
recorrido en forma de circulo que bordea una especie de anillo que lo envuelve,
que es una delicia. Sus calles de adoquines y sus casitas antiguas
acompañándote todo el recorrido, hacen que sea uno de los pueblos con más
encanto de todos lo que he visitado.
Eguisheim, ha sido la guinda a este
viaje. Pueblo pequeño, pero encantador, diferente a todo lo visto, he
imprescindible para un recorrido por Alsacia. La cual perdurara por siempre en
mi cabeza y en mi corazón, por lo visto y lo vivido, a lo largo de este pequeño
gran viaje, que tanto he disfrutado y tanta felicidad me ha dado.
Pues lo tendré en cuenta.
ResponderEliminarque maravilla de viaje
ResponderEliminarTe envidio
Adorei seu blog. Gosto
ResponderEliminardas suas postagens e do
carinho com que vc trata
as pessoas.
Um beijo e, continuo te
seguindo.
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Son bonitas las imágenes.
ResponderEliminarBesos.