Incluso en el
desierto, la diversidad enriquece un pueblo.
“La Pizza berebere” se convirtió en uno de mis platos favoritos. En el
poblado negro de Khemliya, llamado así, por albergar población procedente de la
África negra subsahariana. Nos ofrecieron música y canciones. Yo no sé, si en
mi cara llevó escrito “Juerguista” porque me sacaron a bailar. Que no nos vamos
a engañar, no les costó nada que yo me animara, tanto es así, que me vine
arriba y solicite un plus a nuestro queridísimo guía David, como animadora del
grupo. A David, no le dio un ataque de risa, pero a punto estuvo y con su
habitual elocuencia, me dijo - ¡Anda, anda! Con lo bien que te lo estás pasando
y encima quieres cobrar. Baila y disfruta, que para eso estamos aquí.
No conseguí el
plus, pero por fin David, nos dio una tarde libre. Le costó un poco, pero dado
el lugar donde estábamos, como no nos dedicáramos a pasear a los camellos por
el desierto, a eso de cincuenta grados a la sombra, no había mucho más que
hacer. Hubo agradecimiento he incluso aplausos (pueden que fueran sólo míos)
que no podíamos ni con nuestra alma. Mucha juerga, pocas horas de sueño y unas
temperaturas extremas, a este ritmo, iba a necesitar unas vacaciones extras, para recuperarme de estas.
Nos faltó
tiempo para colocarnos el bikini y correr a la piscina del hotel a
refrescarnos. Media hora de remojo y un clásico español, en este caso
merecidísimo, “la siesta”.
Marruecos es
un país maravilloso, pero no podemos olvidar que, es un país con un sentimiento
bastante marcado a lo que la mujer se refiere, por mucho que nos fascinen sus
gentes, paisaje y gastronomía. Si ya encontramos manadas de animales en países
desarrollados, ¿Cómo no vas a encontrar algún listillo en estos lares? Nunca
está demás tener cierto cuidado, tal y como me dijo ella misma. Es
importantísimo no dar ninguna confianza, para evitar situaciones complicadas. Por
muchos derechos que tengamos, si damos con un tonto a las tres, no nos libramos
de pasar un mal rato.
Cenamos en la
terraza del hotel, junto a la piscina, riendo y contando anécdotas,
compartiendo una copa de vino. Todavía no sé, dónde demonios lo llevaban almacenado.
Coincidimos con un grupo de coreanos y me
sobrecogió, lo que para mí, resultaba una auténtica tristeza, su forma de
interactuar los unos con los otros sin cruzar una palabra, tan sólo, centrado su universo en sus móviles, sólo levantaban la mirada para hacerse selfiels. No atendían a nada de lo que ocurría a su alrededor.
Nosotros hablábamos como cotorras y bailábamos al borde de la piscina, mientras la música sonaba en directo, intentando mostrarnos parte de su cultura, con aquella sonrisa perpetua que te la vida y te alegra el alma.
Puede que sea ignorante por mi parte, quizás esté fuera de honda o me haya quedado anclada en el pasado en cuanto a relaciones se refiere, pero sentí algo de lástima, al ver, aquellos humanos abducidos y prisioneros de un aparato que, y de ahí lo triste de la paradoja, nació con el fin de mejorar la comunicación, cosa que al parecer, ha trasforma esta sociedad y avanzamos sin remedio hacía lo que describió con mucho acierto Andrew Stanton, en la película Wall-e. Donde la humanidad vaga por el espacio, después de dejar su planeta inundado de basura y donde las personas han olvidado vivir, sin una pantalla de por medio.
La vida está compuesta por sensaciones, habrá máquinas
que nos producen algunas y no voy a negar que tienen su punto, pero donde esté
el contacto piel con piel y no seáis mal pensados (aunque ese también está, pero que muy
bien), que se quité todo lo demás. Conocer gente maravillosa como aquella chica
de Galicia merece la pena, más que mil “likes” de Instagram. Puede que sea ignorante por mi parte, quizás esté fuera de honda o me haya quedado anclada en el pasado en cuanto a relaciones se refiere, pero sentí algo de lástima, al ver, aquellos humanos abducidos y prisioneros de un aparato que, y de ahí lo triste de la paradoja, nació con el fin de mejorar la comunicación, cosa que al parecer, ha trasforma esta sociedad y avanzamos sin remedio hacía lo que describió con mucho acierto Andrew Stanton, en la película Wall-e. Donde la humanidad vaga por el espacio, después de dejar su planeta inundado de basura y donde las personas han olvidado vivir, sin una pantalla de por medio.
La
maruja economista que llevo dentro salió mientras pensaba, “Para eso te pones en el you tuve,
madrileños por el mundo o similar y te ahorras una pasta en aviones y hoteles”.
Si alguna vez me convierto en semejante robot, por Dios desactivarme.
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