Ver como las
posesiones son algo intangible, cuando en nuestra sociedad parece lo único importante,
da mucho que pensar. No es cuestión de tirarlo todo por la borda, si no, de
valorar más nuestras vidas y a las personas que nos rodean que en ocasiones,
pasan inadvertidas ante la vorágine de conseguir algo más.
Circunvalamos
el mar de dunas Erg Chebbi. La escasez de agua, es palpable en esta tierra árida.
Lo peor es que no aprendemos, seguimos dañando y contaminando nuestro entorno,
como si eso no fuera a repercutir en nosotros.
Nos llevaron a
una pequeña laguna, azul por el reflejo del cielo que, contrastaba con el entorno desértico, como si de un espejismo se tratara. Toda una atracción turística que
compartimos con las cigüeñas y demás aves que se aprovisionan de agua para
seguir su camino. En verano al norte, en invierno al sur.
Visitamos un pozo, donde los niños y las mujeres recogían el agua, tan vital para todos, con botellas y cacharros, para llevarla a sus hogares.
Desde la distancia mis recuerdos no son muy fiables, pero las fotos de Paco y Borja, me han hecho recordar un terreno de cultivo. Donde cada familia disponía de un espacio para sus productos, el sistema de riego, consistía en unos surcos que llegaban hasta la pequeña entrada a la acequia central, por donde el agua fluía de forma suave y que se taponada con barro, cuando el tiempo de riego se agotaba.
Desde la distancia mis recuerdos no son muy fiables, pero las fotos de Paco y Borja, me han hecho recordar un terreno de cultivo. Donde cada familia disponía de un espacio para sus productos, el sistema de riego, consistía en unos surcos que llegaban hasta la pequeña entrada a la acequia central, por donde el agua fluía de forma suave y que se taponada con barro, cuando el tiempo de riego se agotaba.
Atravesamos
una cantera de fósiles, miles de piedras en las que habían quedado atrapados,
aquellos animales que un día habitaron bajo el agua y que los sedimentos
convirtieron en recuerdos del pasado. Hoy son señuelo fácil de turistas y
autóctonos que pulen las piedras para sacar algo de dinero como souvenir.
Pasamos por un
pequeño poblado y paramos cerca. Como de la nada, seis o siete niños aparecieron
con pequeños objetos para vender. Nunca he aprobado que a los niños se los
exploté para sacar dinero, pero aquí, no se trata de explotación, si no de
supervivencia. Sólo hay que mirar alrededor, para ver que el desierto es el
único parque de juegos que tienen. Así que, no me resistí a aquel pequeño de
sonrisa perpetua, que me ofreció un dromedario hecho de tela. Él condenado quería
quedarse las vueltas. Al final se lo cambié por una piedra fosilizada, carente
de valor, un buen trato para él y para mí. Él por qué pensaba que me había
engañado y yo porque me estaba dejando engañar con mucho gusto.
Recorrimos las
pequeñas casas de adobe, construcciones sencillas levantadas en medio de un
hábitat hostil y seguimos camino hacía una cantera abandonada, apenas algunas
familias se resistían a dejar aquel fantasmagórico lugar, lleno de edificios
ruinosos bajo un calor asfixiante. A pesar de todo, como si de un gran almacén
se tratara, encontramos un vendedor de objetos varios. Por supuesto, hubo
regateo, es esencial en estos lares.
-
Te ofrezco 40 Dihans por la piedra – Le decía
Paco muy serio, ante la atenta mirada de su interlocutor, que le recordaba que
tenía que mantener a una familia.
-
¿Y quieres que la mantenga yo a toda? Le
respondía Paco, con su habitual sentido de humor.
El regateo funcionó y al final se
la dejó en 40 Dihans. Yo descubrí una negra, teñida de roja en su interior y
decidí que quizás fuera mi forma a contribuir ese día con aquel hombre que
había conseguido buscar su sustento, en tan inhóspito lugar.
Cuando me fue a dar las vueltas
de los 50 Dihans, le dije;
-No, para su familia. - Él me
sonrió como pensando. “Estos occidentales, definitivamente están locos, uno me
regatea y el otro me lo devuelve”.
A partir de aquel día, me
declararon la peor regateadora del grupo y no me dejaron volver a negociar.
Pero aquella mirada de felicidad, era tan contagiosa, que terminó convirtiéndose
en una especia de droga adictiva, a la que no podía resistirme. Además, yo no
era la única, en el fondo éramos un grupo de blandengues conscientes de lo que
veíamos a nuestro alrededor. Personas con ropas ajeadas por el uso, algunas descalzas,
viviendo en condiciones muy precarias y aun así, muchas sonrisas, he incluso
algo de magia. Sólo por eso merece una buena negociación y ¿por qué no? Algún
regalo inesperado.
Recorrimos tramos del
Paris-Dakar, que tanto bien le hacía a África, pero que, por la hostilidad de
unos pocos, se tuvo que abandonar, quitando un sustento necesario para muchas personas.
En el mar
negro de estas tierras áridas, nos encontramos una familia Nómada, en un
minúsculo campamento que consistía, en unas jaimas; Una convertida en salón,
sobre postes y ramas, cubierto por telas que no llegaban al suelo, así dejaban
pasar algo de aire, un par de tiendas dormitorio, donde niños y mujeres se
guardaban del sol abrasador del medio día, más de 50º en verano.
Tenían dos cocinas, una de alto standing, construida con ramas y algo de adobe, consistía en un horno formado por una
tinaja metida en la tierra, donde depositaban las brasas y la otra con un par de ramas, con una tela a modo de toldo y las brasas en el suelo. ni muebles, ni encimeras, ni gas, ni luz, tan sólo fuego, barro y mucha maña Porque el pan
recién hecho, que nos ofrecieron calentito y crujiente, fue uno de los más
deliciosos que he probado. Té, cacahuetes y sonrisas, que nunca abandonan a
estas gentes que te reciben llenos de agradecimiento y felicidad.
Nos contaron
cómo levantaban sus campamentos y emprendían la marcha, sin pereza, sin
aferrarse a una tierra y sin miedo a lo desconocido. Sus mascotas no son
perros, ni gatos, son zorros del desierto, sus mejores aliados, capaz de
alertar sobre las serpientes venenosas y los escorpiones que habitan estas
tierras y que tan peligrosa puede resultar su picadura
Después de
agradecer a aquella familia tan buena hospitalidad, nos pusimos nuevamente en
marcha.
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