A las cinco y
media de la mañana, en el cielo se iba desdibujando de forma tenue, el negro
azabache salpicado de millones de destellos que componían el infinito y que han
ayudado a navegar y guiarse a lo largo de miles de años a comerciantes, nómadas
y aventureros. Los mismos destellos que me había tenido eclipsada toda la noche,
entre cabezada y cabezada.
Poco a poco,
nos íbamos despertando, ante aquella claridad que anunciaba un nuevo día. Apenas
habíamos descansado unas horas y de nuevo nos disponíamos a seguir nuestras
andanzas. Observando con cierta incredulidad y algo de compasión, como aquellos
críos, hechos hombres por la dureza de su hábitat. Dormían envueltos en las
mismas mantas que, llevaban sus camellos y en las que los turistas
depositábamos nuestras posaderas. En medio del desierto, junto a sus animales,
sin todas esas cosas que en occidente consideramos “imprescindibles”. Ellos tan
sólo tenían la arena por somier y el cielo por techo.
Mientras el sol
nos daba los buenos días, brillando como si no hubiera una mañana. La luna perezosa
se negaba a abandonar el horizonte. Con tanta luz, nuestras pequeñas miserias
quedaron expuestas y entre legañas y peinados imposibles. Descendimos de
aquella montaña, rebozaditos de arena, cual croquetas, para volver a montar en
nuestros camellos y regresar a la realidad. Dejando atrás los sueños de una
noche de verano, de la que jamás podremos olvidar.
El chico de la
parejita romántica, iba andado junto al camello que montaba su amaba. Por su
cara, muchos deducimos que no había sido su gran noche. Cierto es, que
contribuimos a que así fuera, porque mira que dimos guerra. Sólo espero, que
esa pequeña maldad no recaiga en mi karma. Aunque mucho me temo, que mi karma
me tiene manía y no me pasa una.
La primera
pista me la dio mi camello. No sólo, por lo maltrechas y amoratadas que tenían
mis posaderas, dado el trajín del día anterior, además, el jodio bicho, se quedó
con las piernas delanteras dobladas y las traseras levantadas a la hora de tener
que bajarme. El ratito se me hizo largo, mientras me aferraba a aquel manillar de
hierro con todas mis fuerzas para evitar el descenso de cabeza.
Y en esos
momentos críticos ¿Dónde estaba mi Lucero, en vez de acudir ayudarme, cual
caballero andante y amado esposo? El susodicho, se dedicaba a inmortalizar el
momento, mientras se moría de risa y avisaba a la gente para que no se lo
perdiera, sólo le faltó vender entradas (esta va al tarro)1. Esto
sí, que es romántico y una cena con velitas.
Gracias al
cuidador que, envuelto en su gran turbante (el cual impide que la luz del sol,
les deje ciegos, por la sombra que proyectan sobre sus ojos). Le convenciera
para que bajada y pudiera salir corriendo, directa al hotel, jurando en arameo.
Sólo esperaba que el karma de mi lucero, fuera tan efectivo como el mío, que
tiene una suerte, que no se la merece.
David, que
debió de pensar “Donde voy yo con está panda
de desaliñaos sin lustre”. Consiguió habitaciones de ensueño, para darnos
una maravillosa ducha. Además de organizarnos un desayuno, donde el zumo de
naranja, no viene de bote, si no del dulce fruto del naranjo y el té sabe a
menta fresca y una se siente princesa de los cuentos de las mil y una noches.
Sólo me faltaba el príncipe, porque el sapo, lo llevaba yo de casa. Después del
cachondeo con el camello, mi lucero había quedado degradado.
Iniciamos
nuestro recorrido en cuatro por cuatro, por aquella zona inhóspita, donde
todavía queda gente, lo suficientemente fuerte y arraigada a su tierra, como
para subsistir en condiciones extremas en una tierra inerte.
Nuestro chofer
hablaba algo de español y nos deleitó con una música muy agradable, propia para
un paisaje árido y empedrado que se acercaba más a Marte que a la tierra. Como
compañeros de coche, Toño y Paz. Otra increíble pareja, que con el resto
compuso este grupo de exploradores, dispuestos a llegar hasta el final del
mundo, aunque fuera arrastrándonos…
1. Tarro: Discusión en la que una aprovecha para recordar todas las picias que el susodicho te haya echo a lo largo de la relación, vamos lo que viene siendo "el cajón de mierda".
¡Qué chulo el viaje y las fotografías también!
ResponderEliminarLa primera foto me gusta mucho.
ResponderEliminarLo tuyo con el camello...se veía venir...