8 nov 2019

AMANECE QUE NO ES POCO.




A las cinco y media de la mañana, en el cielo se iba desdibujando de forma tenue, el negro azabache salpicado de millones de destellos que componían el infinito y que han ayudado a navegar y guiarse a lo largo de miles de años a comerciantes, nómadas y aventureros. Los mismos destellos que me había tenido eclipsada toda la noche, entre cabezada y cabezada.

Poco a poco, nos íbamos despertando, ante aquella claridad que anunciaba un nuevo día. Apenas habíamos descansado unas horas y de nuevo nos disponíamos a seguir nuestras andanzas. Observando con cierta incredulidad y algo de compasión, como aquellos críos, hechos hombres por la dureza de su hábitat. Dormían envueltos en las mismas mantas que, llevaban sus camellos y en las que los turistas depositábamos nuestras posaderas. En medio del desierto, junto a sus animales, sin todas esas cosas que en occidente consideramos “imprescindibles”. Ellos tan sólo tenían la arena por somier y el cielo por techo.



Cómo no habíamos tenido suficiente con la subida a la duna del día anterior, donde nuestra dignidad anidaba, donde amargan los pepinos. Nos dispusimos a subir a otra duna, para ver el amanecer, mientras los primeros rayos de sol comenzaban a aparecer en el horizonte. Paco y Borja, intentaban inmortalizarlo en algunas imágenes, para que no callera en el olvido un pedacito de lo vivido.

                 

Mientras el sol nos daba los buenos días, brillando como si no hubiera una mañana. La luna perezosa se negaba a abandonar el horizonte. Con tanta luz, nuestras pequeñas miserias quedaron expuestas y entre legañas y peinados imposibles. Descendimos de aquella montaña, rebozaditos de arena, cual croquetas, para volver a montar en nuestros camellos y regresar a la realidad. Dejando atrás los sueños de una noche de verano, de la que jamás podremos olvidar.


El chico de la parejita romántica, iba andado junto al camello que montaba su amaba. Por su cara, muchos deducimos que no había sido su gran noche. Cierto es, que contribuimos a que así fuera, porque mira que dimos guerra. Sólo espero, que esa pequeña maldad no recaiga en mi karma. Aunque mucho me temo, que mi karma me tiene manía y no me pasa una.


La primera pista me la dio mi camello. No sólo, por lo maltrechas y amoratadas que tenían mis posaderas, dado el trajín del día anterior, además, el jodio bicho, se quedó con las piernas delanteras dobladas y las traseras levantadas a la hora de tener que bajarme. El ratito se me hizo largo, mientras me aferraba a aquel manillar de hierro con todas mis fuerzas para evitar el descenso de cabeza.


Y en esos momentos críticos ¿Dónde estaba mi Lucero, en vez de acudir ayudarme, cual caballero andante y amado esposo? El susodicho, se dedicaba a inmortalizar el momento, mientras se moría de risa y avisaba a la gente para que no se lo perdiera, sólo le faltó vender entradas (esta va al tarro)1. Esto sí, que es romántico y una cena con velitas.
Gracias al cuidador que, envuelto en su gran turbante (el cual impide que la luz del sol, les deje ciegos, por la sombra que proyectan sobre sus ojos). Le convenciera para que bajada y pudiera salir corriendo, directa al hotel, jurando en arameo. Sólo esperaba que el karma de mi lucero, fuera tan efectivo como el mío, que tiene una suerte, que no se la merece.

David, que debió de pensar “Donde voy yo con está panda de desaliñaos sin lustre”. Consiguió habitaciones de ensueño, para darnos una maravillosa ducha. Además de organizarnos un desayuno, donde el zumo de naranja, no viene de bote, si no del dulce fruto del naranjo y el té sabe a menta fresca y una se siente princesa de los cuentos de las mil y una noches. Sólo me faltaba el príncipe, porque el sapo, lo llevaba yo de casa. Después del cachondeo con el camello, mi lucero había quedado degradado.



Iniciamos nuestro recorrido en cuatro por cuatro, por aquella zona inhóspita, donde todavía queda gente, lo suficientemente fuerte y arraigada a su tierra, como para subsistir en condiciones extremas en una tierra inerte.


Nuestro chofer hablaba algo de español y nos deleitó con una música muy agradable, propia para un paisaje árido y empedrado que se acercaba más a Marte que a la tierra. Como compañeros de coche, Toño y Paz. Otra increíble pareja, que con el resto compuso este grupo de exploradores, dispuestos a llegar hasta el final del mundo, aunque fuera arrastrándonos…

                


1. Tarro: Discusión en la que una aprovecha para recordar todas las picias que el susodicho te haya echo a lo largo de la relación, vamos lo que viene siendo "el cajón de mierda".

2 comentarios:

  1. ¡Qué chulo el viaje y las fotografías también!

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  2. La primera foto me gusta mucho.
    Lo tuyo con el camello...se veía venir...

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