Me fascinó el
paisaje que teníamos bajo nuestros pies, donde la roca escarpada formaba una
pared de altura considerable, que dividía aquella seca tierra y nos daba paso
en caída libre a un valle donde el cauce del rio, se convertía en un vergel
frondoso y fértil. Cuyos cultivos alimentan un pueblo, acostumbrado a vivir con
los justo y necesario, incluso a veces con menos.
Aquella carretera serpenteante, que acompañaba nuestro viaje y nos llevaba derechitos a lo más profundo de la garganta, era como para perderla el cariño, no acta para sensibles al mareo. Al final de la misma, como surgido de la nada. Aunque por sus características, ya te digo yo que unos cientos de siglos les a costado tanta excavación en la tierra. Lo mejor era el paisaje dejado por la naturaleza variopinto y curioso.
¿La carretera era mala? Sí, pero el paisaje era increíble y fascinante, sólo por ello merece la pena.
Fotos, un
señor pidiéndonos cervezas, que no sé por qué se las dieron fresquitas, con la
crisis de frigoríficos que teníamos. Si las dejo al sol, el muy cazurro. Que
ganitas me dieron de decir: ¡Hombre de Alá! Si bebe a pesar de tus creencias,
por lo menos no se fustigue bebiéndola del tiempo, que los 40º a la sombra, no
son precisamente la mejor temperatura este apreciado néctar. Según me han explicado, mis compañeros de
viaje y su buen paladar.
Sin embargo,
los niños nos pedían golosinas y chocolate (manteca de cacao con leche), no nos
llamemos a error, por mucho que existan mitos al respecto y creo que os
imagináis por donde voy. A cambio, los pequeños nos regalaban unos camellos
hechos de hojas de palmeras, que quedarán estupendos como marca páginas.
A la hora de
comer aparcamos en las Gargantas del Todra, un lugar increíble, donde la roca
se abre para dejar que fluya el agua cristalina y pura entre ambos acantilados.
Donde las gentes de la zona, vienen a pasar el caluroso día de fiesta, mientras
los niños se zambullen entre gritos, risas y juegos.
Cualquier
lugar es bueno para colocar un puesto de regalos y en esta bucólica garganta,
no podía faltar. Paco decidió ponerse el traje oficial de Marruecos y colocarse
una chilaba que acaba de comprar y le convirtió en menos que canta un gallo en un
autóctono, le faltaba algo de colorcillo dorado en la piel, pero lo completaba
con mucho arte y una gran disposición para los idiomas.
Comimos a la
sombra de aquellos gigantescos salientes de roca, entre los que nos
resguardamos. Con la panza llena y con retraso, seguimos nuestro viaje hacía
Skora. Donde llegaríamos más tarde de lo previsto y es que nos entretenemos con
cualquier cosa digna de ser perpetuada, o sea sé todo, hasta el cabrero que
anda entre los riscos con su rebaño a puntito de despeñarse, el pobre hombre. Tú te llegas a preguntar, donde demonios ven la hierba está gente.
El resultado fue miles de fotos que circularan por nuestros saturados wassap, plasmando momentos y situaciones, que será la delicia de nuestros recuerdos el día que la nostalgia nos envuelva y necesitemos mirar atrás, para mantener vivos esos momentos, que tanta felicidad nos produjeron.
El resultado fue miles de fotos que circularan por nuestros saturados wassap, plasmando momentos y situaciones, que será la delicia de nuestros recuerdos el día que la nostalgia nos envuelva y necesitemos mirar atrás, para mantener vivos esos momentos, que tanta felicidad nos produjeron.
Llegamos al
atardecer y fuimos directamente a visitar la Kasbah Amridil. Junto con un guía
encantador que disfrutaba de la historia, más que un niño con una bolsa de
caramelos, cuyo sentido de humor nos sacó más de una sonrisa y algún que otro sobre salto a lo largo de la visita.
Entre las
curiosidades, nos explicó por qué en muchas construcciones de kasbahs
marroquíes, los escalones tienen diferente altura. Aplicando una lógica
aplastante y es que sí en algún momento, alguien decidía invadir, se
tropezarían en más de una ocasión, lo que produciría ruido y les dejaría tiempo
para huir o prepararse a luchar.
No faltaron
las anécdotas sobre la logística y la forma en que se dividía la casa, nada se
dejaba al azahar, todo tenía alguna razón de ser, desde cómo defenderse, hasta donde
colocar las cocinas o las habitaciones destinadas para el ganado.
Llegamos a la
parte superior, justo cuando el atardecer, se empeñaba en mostrar todos sus
matices y colores, los últimos destellos del sol, iluminaba nuestras fotos, en
aquel lugar mágico lleno de energía.
Con cada
anochecer moríamos un poco, al igual que nuestro viaje nada es para siempre, de
ahí mi empeño en seguir contando mis andanzas, con la esperanza de que algún
día renazca de mis cenizas y sea capaz no sólo de rememorar aquellos días, si
no de volver a vivir más aventuras…
Hola preciosa, que excursiones mas fantásticas nos cuentas, gracias por hacer fotos para el blog. Un abrazo
ResponderEliminarGracias a tí por visitarme.
ResponderEliminarUn besazo guapísima