13 abr 2020

UNAS CABRAS TREPADORAS, UNA BRISA HURACANADA Y UN PULPO DE RECHUPETE.





En nuestro pintoresco recorrido, las cabras pastan en las ramas de los árboles de Argán y la gente se mueve de un pueblo a otro, montado en sus animales y transportando mercancías en carros tirados por burros y algún que otro vehículo original del siglo pasado que, debería formar parte de algún museo, pero que, a esta gente le da la vida.


Paramos en un punto de la carretera que va de Marrakech a Esauira, donde tiene su sede, una cooperativa de mujeres que elaboran aceite de Argán y un sinfín de derivados, desde mermeladas hasta jabones. La imaginación de estas mujeres no tiene rival. Todo ello, se hace de una forma muy rudimentaria, desde quitar la cascara al fruto, hasta la extracción del aceite con molinillos de piedra, siguiendo las directrices de un pasado, que no quiere dejar paso al desarrollo, para que muchas mujeres puedan tener una oportunidad.


Justo enfrentito mismo, apareció ante nosotros una especie de almacén. Con un amplio expositor de objetos de barro al aire libre. Era como poner panales de miel, frente a la nariz de un oso. Verlo y correr en buscar de curiosidades, fue todo uno y en mi contra diré, que probablemente fui la peor.

 No lo pude evitar y embriagada por los sabores que rondaban mi inconsciencia, compré un tallín. Consciente de su escaso aprovechamiento, ocupando un lugar del que no dispongo, para generar un recuerdo del que nunca me querer deshacer. Puro autoengaño, innato en el ser humano del que yo no pude o no quise escapar.



 Cual Marco Polo en busca de tesoros, me adentre en la enorme nave que escondía muebles, baúles, estanterías, he incluso mesitas. A la cual más polvorienta, envejecida, he incluso aparentemente carcomidas. Aquellas antigüedades, merecían mejor destino y alguna tenía que salvar. Hubiera sido una irresponsabilidad por mi parte no hacerlo.



Mi Lucero me miró y no necesitó más, se echó las manos a la cabeza y creo que hasta le vi sudar, al verme pasear entre aquellas reliquias. Se distrajo un segundo hablando con David y no fue consciente del peligro. Para cuando pudo reaccionar, yo andaba suspirando por un par de muebles que me tenían loca. Una especie de armario blanco, con las puertas labradas en varios colores que lo hacía perfecto para cualquier rincón y un pequeño baúl de madera oscura tallado y pintado en tonos etnicos.


Mi chico contuvo la respiración, cuando Manuel, amablemente me ofreció su casita-móvil, para cargar aquel mueble blanco, que en la mía no entraba, ni desmantelándolo. Pero tuve que descartarlo, demasiada locura, incluso para mí. Opte por el pequeño baúl y mi pobre lucero respiro, hasta volver a conseguir su color natural. Si es que la criaturita, no gana para disgustos.

David esperaba paciente, por saber si pujaba o no, y mi lucero se adelantó diciendo:

- Regatea. Regatea por tu padre, antes de que se arrepienta, que nos toca cargar el armario y eso pesa un quintal.  

David, ágil cual gacelilla perseguida por león. No tardó ni cinco minutos en conseguir un precio bastante razonable, mientras mi lucero, me echaba. Con dos razonamientos, la primera no cambiara de opinión, la segunda, no fastidiara el regateo.

Más feliz que el emoticono sonriente del whatsapp, iba yo con mi baúl. Vuelta a la carretera, para llegar a las magníficas playas de Esauira.

Mientras preparaba algo de comer. Mi Lucero inspeccionaba la zona. Al entrar le pregunté, si hacía mucho aire y el muy cachondo me dijo – Un poco de brisa.

¡Un poco de brisa, condenao! - Pensé para mis adentros una hora y media después - ¿Pues cómo son los vendavales en su pueblo? Si hasta los camellos de la playa estaban semienterrados. El muy pedorro me dejo salir en bañador y pareo.

Que al solecito se estaba bien, me decía el guasón . Que me dije yo para mis adentros. "Será con un forro polar, no en paños menores". No es de extrañar que nuestro paseo durara lo justo para llegar a la playa y volvernos. Salí como la presentadora de Supervivientes y volví como la bruja Lola. Usando el pareo de bata-manta, para evitar que la arena me dejara cicatriz. Había que ver, con que mala leche la lanzaba el viento. Menuda exfoliación, a poco me desintegra.

Iba yo explicando a mi queridísimo Lucero, las siete diferencias entre brisa y huracán, cuando nos interceptó Sole. La cual, ante las inclemencias del tiempo, se había hecho fuerte en su auto y estaba disfrutando, junto a mis consuegris putativos, de unos dulces marroquíes, cafés y licores. Aunque la ventisca estaba muy bien, no pudimos rechazar tan extraordinaria invitación.

Después de tantos días, empiezo a pensar que llevan la destilería incorporada en la auto, si no, no es explicable. Entre juegos, historias y trucos de magia, pasamos la siesta, hasta que decidimos irnos al parking designado para pernoctar aquella noche y pasear por las calles más curiosas de la ciudad.

Enamorarse de un lugar así, no tiene mérito alguno. Es un pueblo abierto y multicultural, lo que le hace estar a la vanguardia de un país que se aferra a la tradición. La cultura, música y arte, se expande a lo largo de sus calles, haciendo de este pueblo pesquero un precioso lienzo en sí mismo.


Paseamos entre sus calles, hasta que las luces comenzaron a apagarse y buscamos un lugar donde cenar. Encontramos un restaurante escondido tras unos arcos, en el que nos recibieron con las manos abiertas y eso que yo juraría que estaban a punto de cerrar.

Allí pudimos probar unos tallines de pulpo que tenía que mencionar, porque nunca había comido nada igual y estaba de rechupete.

Terminaron dando un pequeño concierto, con los problemas técnicos de la improvisación que, lo hizo más divertido si cabe. Dadas las circunstancias, agradecí el agotamiento de los allí presentes, antes de que me volvieran a pedir alguno de mis grandes éxitos, de los cuales no tengo a bien recordar ninguna letra. 

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