El sol brillaba con la misma
fuerza, con la que el fresquito viento, evitaba su mágico poder y nos tenía
arreciitos de frío.
Había que ver ese castañeteo de
dientes, con algún que otro rechinar, para acompasar la melodía. Mientras
Hassan, nuestro guía, nos llevaba a través de sus envolventes historias por la
entrada de la fortificación de la luminosa medina, hasta el centro de su
corazón. A diferencia de otras ciudades marroquíes, no forma un laberinto, sino
una construcción ordenada. En la cual, y sin proponérselo tuvieron que ver los
romanos, no porque la construyeran, si no, por qué el encargado de hacerlo, se
basó en sus conocimientos a la hora de diseñarla.
Esauira es una ciudad, el viento
reina unos doscientos cincuenta días al año y sus construcciones combinan todas
las arquitecturas de los navegantes que transitaron por ella. Portugueses,
franceses y por supuesto bereberes dejaron su sello en tan idílico lugar.
Preciosas casas blancas, rodeadas de fortificaciones, desde las que disfrutar
de un maravilloso horizonte azul, te lleva a sentirte como un pirata.
Uno de los pueblos de pescadores
más importantes de la costa atlántica marroquí, donde compaginan lo tradicional
de sus pequeñas barcas y pesqueros, con las nuevas formas de ocio. Disfrutando
del centro de windsurf más famoso de Marruecos y de los más diversos festivales
de música. La cultura, tiene una parte muy importante en esta pequeña ciudad,
donde todos tienen cabida y se respira prosperidad.
Comimos en un restaurante del
puerto, donde llegan las barcazas con sus capturas, alegrando los paladares de
propios y extraños.
Sole, Toño y yo, fuimos a buscar
al señor de los dulces que nos había ofrecido en el puerto y al cual nos había
resistido, tan sólo unos minutos antes, por eso de no poder más. A poco que
dimos unos pasos, hasta la terraza donde paramos a tomar cafés y zumos, nos
pudo la tentación, tanto que, apuntito de comprar una magdalena de la felicidad
estuvimos, si no hubiera sido por la sensatez de Sole.
-
La próxima vez no vienes con nosotros. – Le
decíamos muy indignados Toño y yo, que andábamos planeado trastadas.
-
¡No veis que me cierran el chiringuito! – Decía
ella, desde la coherencia de una persona responsable
-
¡Es una experiencia más del viaje! – Explicábamos
desde una irracionalidad propia de personas a las que le ha dado mucho el sol
en la cabeza, para seguir intentando convencerla con frases tan elocuentes como.
- ¡Verás que risa! La ponemos en la mesa en pequeños trozos y haber pica.
-
Era lo único que nos faltaba, para terminar
todos entre rejas, dejaos de risas, que bastante cachondeo estáis teniendo a mi
cosa y vamos, que no hago vida de vosotros.
A duras penas y refunfuñando como
críos, nos dimos por vencidos. Hasta que llegamos al grupo y lo contamos en
busca de la solidaridad de nuestros perturbados amigos, que no tardaron en
mostrarnos su apoyó. Si señores, ganó por mayoría la inconsciencia, pero el
hombre ya no estaba y no era cuestión de complicarse la vida buscando a un
vendedor de risas. Bastante nos reímos tan sólo con pensarlo.
Por la tarde volvimos a recorrer
calles en busca de aquellos rincones que nos habían mostrado por la mañana,
pero que a pesar de que la medina no estaba desordenada. Los desordenados
éramos nosotros que, no dábamos pie con bola y eso sin probar las dichosas
magdalenas, no me imagino cual hubiera sido el resultado en el caso contrario.
Por supuesto no perdimos el tiempo, lo aprovechamos para ultimar algunas
compras. A pesar de los días que llevamos practicando tan didáctica actividad,
es un vicio difícil de ignorar cuando te tientan haya por donde vas.
De nuevo otro precioso atardecer,
anunciando que había que retirarse en busca de un nuevo lugar para descansar y
reponer fuerzas. Aunque entre visitas, comilonas y sobremesas eternas, más que
reponer, apurábamos las que nos quedaban.
David había encontrado un lugar
de ensueño entre tierras de arboledas. Lo inexplicable es que la encontrara.
Este hombre no deja de sorprendernos, es como las lagartijas se mete por
cualquier resquicio, para husmear y al final de tanto buscar, consigue
encontrar lugares como el camping en el que pernoctamos aquella noche. Apartado
de todo, en medio de un campo intransitable, con unos caminos de tierra
imposibles y alejados de cualquier tipo de población. Vamos, lo que viene
siendo “un oasis” en toda regla.
Cena al aire libre y Palinka para
todos, ríete tú de las magdalenas de la risa marroquíes. No me preguntéis de qué
demonios está hecho semejante brebaje. Te quema el esófago a la misma velocidad
que baja por él. A poco que nos despistábamos, Mª José, Tomas y Mari José, nos
atizan aquel brebaje, como remedio para todos nuestros males. No sé, si porque realmente
tenía propiedades curativas o tan sólo intentaban deshacerse de aquel licor,
que no entiendo, como dejaron pasar por la aduana. Así que, en pos de no sé,
qué familiar agregado de tierras húngaras, donde por lo visto se fabrica de
forma artesanal (Lo que viene siendo en la cocina o bañera de uno) es costumbre
de beber.
Mucho tiene que sufrir esa pobre
gente, para preparar semejante pócima que a diferencia de Asterix y Ovelix,
estos se lo atizan al contrincante y ya te digo yo que no necesitan ni sacar
las armas. Los puñeteros nos lo vendían como digestivo (Que no puedo por menos
que preguntarme, como son las digestiones en su pueblo) El dichoso licor, lo
funde todo, hasta los jugos gástricos, quizás sea ese si secreto, fundir los órganos
vitales por los que transita.
De ¿cómo conseguimos llegar a la
cama? Es un auténtico misterio, que he desistido en investigar, no me deben
quedar muchas neuronas después de la ingesta del Palinka. Eso sí, dormimos como
niños chicos, aunque tampoco tiene mucho misterio, lo raro hubiera sido
mantenerse en pie…
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