Diez
de la mañana y cartero que llama al telefonillo preguntando por mi hijo. Cruzo
los dedos y abro la puerta dispuesta a recoger el disgusto. Porque las
felicitaciones, no vienen certificadas.
El
tipo se dispone a meter los datos en la Tablet y yo veo el emblema del
ayuntamiento y me digo para mis adentros. «Va a ser multa».
El
cartero empieza a dar paseos de un lado para el otro y yo esperó paciente a que
me dé el primer disgusto de la mañana.
—
Está zona, no tiene mucha cobertura.
—Ni
mucha ni poca, no tiene. Quizás, si se coloca en la mitad del patio, lo mismo
coge algo.
Hombre
que se va al centro del patio, al sur-este, al sur-oeste y hasta sube los
escalones de algún descansillo, a ver si en las alturas hay más suerte.
—
Lo mismo el frio ha congelado la señal, si ves que tal, lo dejamos para mañana.
— Le digo a ver si cuela.
—No
puedo, tengo que entregarlas hoy o sino, dejarle el aviso y que vaya a recogerla.
Que
pienso: «¡Sí hombre! Encima de cornuda, apalea». Y le digo al señor que ni
hablar.
Hombre desesperado que sale a la calle y a mí, me dan ganitas de cerrarle la puerta y no dejarle pasar. En vez de eso, me quedó esperando en el quicio de la puerta, que diría la copla, mientras el hombre va, Tablet para arriba, Tablet para abajo, recorriéndose toda la calle hasta llegar al parque.
—
¿Qué haces aquí y sin abrigo, que te vas a congelar? — Me pregunta mi vecina
Carmen, que venía de comprar el pan.
—
No te preocupes que estoy bien calentita y en cuanto el cartero me dé la multa,
lo mismo hasta hecho humo.
—
¿Qué cartero y qué multa? No me digas, que ahora te avisan como si fueran los
repartidores.
—
¡No mujer! El cartero está allí. — Le digo, indicándole al
hombre que va por el medio del parque con la Tablet en todo lo alto de su
cocorota.
—
¿Y qué hace ahí?
—Buscando cobertura, para darme el regalito.
—
¡Qué cabrona eres!
—
¿Tú, de que parte estás?
—
¡Mira, ya viene corriendo!
—
Será que ha conseguido la conexión.
—
O que le ha tocado los huevos al perro que le persigue.
—
¡Que instinto el de los animales! ¿Verdad?
—
Ya te digo, si lo alcanza se lo come. Lástima, que sea un chiguagua.
Al perro lo llama su dueño y el chico que llega con la lengua fuera.
—¡Aquí tienes su carta!
—No
sabes cuánto me alegro, hijo.
—¿En
serio? — Dice mi amiga.
—
¿Tú qué crees…? Le respondo con mala cara.
Ja,ja,ja,ja....
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