Estaba está mañana, escribiendo frente a la ventana, disfrutando del solecete, mientras apuraba mi infusión, cuando el teléfono comienza a sonar.
Lucero
que se pone al aparato y yo que le veo descomponerse por momentos.
«¡Ya
ha pasado algo!» Pienso, mientras le escuchó decir:
—
¡Sí, es mi hijo…! No, no vive aquí… ¡No me diga! —Lucero que cuelga el teléfono
y a mí que no me quedan uñas que morder.
—
¿Qué ha pasado?
—
¡Tú hijo!
«Va
a ser malo. — Pienso. — Acaba de negar su paternidad».
—¿Qué ha hecho nuestro hijo? — Recalco el “nuestro”, para que no se le olvide quien puso la semillita del mal.
— Que ha dejado el coche mal aparcado y no pueden pasar.Yo
que respiro aliviada. Por lo menos el “Querubín” está sano y salvo.
—
¡Pues llámalo al móvil! — Razonó, como si nuestro hijo fuera normal.
—Dice la policía que lo lleva llamando cinco minutos y que no lo coge. Este, seguro que lo ha puesto en silencio. ¡No sé, para qué demonios lo quiere sino lo coge nunca!
—¡Habrá
que ir a su casa para avisarle!
—Si
tiene el telefonillo roto. — Dice mi Lucero agobiado.
—Pues
me llevo el palo de la escoba y le doy golpes a la ventana. Verás que como se
despierta, cuando el perro empiece a ladrar.
Cojo el cepillo de barrer y le endiño a mi Lucero la fregona, por si no llegamos y tenemos que ampliar. Ni la santa comparsa en sus mejores tiempos, menos mal que vive a un par de calles.
—¡Hay mi madre!—Dice mi Lucero, cuando ve el coche de su chaval.— ¿Cómo vendría tú hijo anoche, para dejarlo ahí?
—¡Y
dale! Que también es tuyo, aunque debo reconocer, ciertos genes maternos a la hora de aparcar.
Por fin se asoma, y se pone a protestar.
—¡Déjate
de tontas! Y coge las llaves del coche que menuda tienes lía.
—¿Qué
dices? Si lo deje en la esquina de siempre y ahí, no molesta a nadie.
—Eso,
se lo dices tú a los agentes que te están esperando. ¡Verás que risas nos
vamos a echar!
Niño
que sale cabreado, con cara de mis padres están paya y con tal de hacerme
madrugar, no saben que inventar. Se asoma a la esquina y ve su coche en medio del cruce.
—¡Ostras! — ¿Qué hace mi coche ahí?
—Como vendrías para no enterarte. — Le dice mi lucero con el palo de la fregona en la mano.
—¡Papa,
que no bebí! Si venía de trabajar...
—¡Hay Dios, que es peor de lo que pensábamos!
—¡Mamá,
no dramatices, que tampoco me meto nada!
—Pues no sé, si eso me deja más tranquila.
Me haces sonreir con tu manera bella de escribir.
ResponderEliminarGracias por ser como eres
Mil gracias por tus palabras, ese es mi único fin
ResponderEliminarUn besote enorme.
Eso de negar la paternidad por los padres es de lo más sintomático que hay cuando existe un problema gordo, jajaja
ResponderEliminarYa te digo, ja ja ja.
ResponderEliminarUn abrazo
tRACY UNA POBRE MUJER CON DINERO QUE VIAJA Y O ES FELIZ SALUDOS
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