Día lluvioso y yo que no veo
el peligro me voy con mis amigas de compras a una conocida tienda sueca, cuyos
nombres son impronunciables.
Apenas habíamos recorrido la
mitad, cuando una llamada me puso en alerta.
—¿Mami, tenemos seguro? —Y
la llamada se corta.
Mi corazón da un vuelco y
comienzo a marcar desesperada. A ver qué demonios está pasando que, con la que
estaba cayendo en esos momentos, tampoco era muy difícil de imaginar.
En la tienda no hay cobertura
y a mí me va a dar un parraque. Mi amiga me deja su móvil y consigo hablar de
nuevo con el pequeño monstruito, no por edad, sino por tamaño, que ha salido a
su madre.
—¿Me puedes decir, qué
demonios está pasado? Que no respondes ni a los WhatsApps.
—Estaba recogiendo agua
mami, que se ha inundado el salón.
Yo cuento a tres y como veo
que no es mucho, cuento dos más antes de intentar aclararlo.
—¿El salón? —Pregunto
contenida y vuelvo a contar… ¿No serán goteras en los dormitorios?
—No mami, se ha inundado el
salón.
—¿Y por dónde a entrado el agua si no hay balcón?
—No mami, si no ha entrado. !Ha salido!
Ahí, es justo donde colapso.
—A ver nena, que eres la
inteligente de la familia. ¿Por dónde demonios está saliendo el agua, que me va
a dar algo?
—Por el radiador, iba a
cerrar la ventana y me he apoyado sin querer, con tan mala suerte
que se ha salido el tubo.
Es en esos momentos, es
cuando piensas: «Casi prefería inundación que lo cubre el seguro». Y sigues preguntando.
—Pero, ¿cómo te las has
apañado, alma de cantaro? Vete corriendo al baño y cierra la llave de vaciado,
para que deje de salir el agua del radiador.

Se vuelve a cortar y yo me
caguen en toooo, en el sueco que puso la tienda, en la niña, en el
radiador y en la cobertura de este barrio que, en pleno siglo XXI, va a pedales.
¿Para qué narices queremos el 5G, si nos hemos saltado el 1, el 2, el 3 y el
4?
La niña vuelve a llamar,
cuando nosotras íbamos en el coche. Mis amigas veían como me salían
humo de la cabeza y temían que fuera a explotar.
—¡Mami!
—¡Qué? —Le digo cabreada
como una mona.
—No te preocupes que
Cristian ha metido él tuvo y ya casi no sale agua.
—¡Cómo va a salir, so
besuga! Se habrá vaciado el circuito cerrado de la calefacción.
—¡Aaaahh! Entonces, llamo al
seguro o…
—¡El seguro no cubre hijas
manazas! —Le interrumpo antes de que termine la frase. —Seca bien el suelo para
que no se levante.
—Creo que eso, si lo incluye
el seguro. —Me dice mi amiga Olga.
—¿Estás segura? —Le preguntó entornando los ojos y ella se encoge de hombros.
—¡Niña, seca el suelo, por
tu madre! —Le digo y salgo corriendo, en cuanto Olga aparca.
En el suelo podrían nadar patos y con dos fregonas no dábamos abasto.
Movimos el sofá, quitamos la
alfombra de lana que pesaba un quintal. Saqué el tuvo, que estaba mal colocado,
lo enrolle con teflón como si no hubiera un mañana y lo metí hasta al fondo
para que no goteara.
Decir que llevo una mala
racha es quedarse corto, por eso, al que esté haya arriba pasándoselo pipa a
mi costa:
—¡Reparta, por Dios, reparta…!