Lo que mas me gusta de viajar en autocaravana
es la incertidumbre de cada día. ¿Dónde dormiremos? ¿Qué y dónde comeremos?
¿Con quien nos encontraremos? Y por supuesto ¿Qué lugares descubriremos? Y todo
ello después de pasar meses planeando nuestro viaje, pero los viajes son así,
lugares encantadores, donde deseas pasar más tiempo, lugares abarrotados de los
que quieres escapar y el tan temido clima, calores que pueden convertir un
viaje en un infierno, como al comienzo de esta ventura o lluvia y frió que
empujan a uno a cualquier otro lugar. En fin, clima, gentes, lugares, percances
y demás hacen que todo lo planeado cambie en un chasquido de dedos, lo que le
da al viaje una emoción difícil de superar.
Con el estomago rugiendo, cual
león de sabana en busca de antílope despistao, andábamos todos en busca de un
lugar donde disfrutar de manjares de la tierra y una vez saciado el apetito y
bajo un sol que no daba tregua, nos pusimos en marcha en busca de la playa,
encontramos un área que estaba a unos pasos de la playa. Sentir la arena bajo los pies y sumergirnos en unas calidas aguas fue como llegar al extasis, lo que nos hizo pensar que
el día de hoy mereció la pena vivirlo en toda su intensidad, sobre todo por que
la noche junto al mar con la brisa y el sonido de las olas, que nos llevo
directitos a los brazos de Morfeo, y por fin dormimos como angelitos, que ya
era hora y es que, una es insomne, pero después de dos días sin pegar ojo, no me sentía
ni persona.
Al día siguiente dejamos atrás la
playa de Narbonne y nos pusimos en marcha, hacía el interior de la Provenza donde
los viñedos se extienden junto con campos de girasoles y árboles frutales,
haciendo del paisaje una postal, donde los colores son tan intensos, que forman
miles de lienzos de belleza sin igual.
El sol inunda los campos de luz y los girasoles les siguen en un lento baile que se repite cada día, no es de extrañar que tantos pintores terminaran adorando el Sur de Francia y la luz que aportaba a sus obras, desde los pequeños pueblos del interior, hasta los campos salpicados de Chatous y bodegas, uno siente que ha llegado al paraíso y no quiere despertar, lastima que nuestro viaje tuviera que continuar, ya que para nuestro destino todavía quedaba un poco, y como siempre nos pasa a todos el ansia por vivir el futuro, a veces nos impide disfrutar el presente o cuando menos saborearlo al máximo.
Aunque yo, mujer previsora donde las haya, me compré algunas botellitas de vino, tintos añejos y con cuerpo, blancos sutiles y delicados, por si alguna vez se me olvida lo vivido, abrir una botella y recordarlo...
Qué fotos más bonitas, creo que yo también voy a abrirme una botellita de vino para ir mirándolas más despacito.
ResponderEliminarBesos
Gracias tesoro, que tendrá el vinillo, que nos hace verlo todo mucho mejor.
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