El tren recorre los cinco pueblos costeros y la muchedumbre, se pasan el día, de estación en estación, con sus caras rojas, despeinados y sudando la gota gorda, por que el sol descarado, penetra hasta lo más profundo del ser, lo invade todo y se venga así de la intromisión de tanto desconocido.
El
siguiente pueblo a visitar fue Monterroso, el último pueblo de la reserva,
aquí, nos encontramos un pueblo más extendido a lo largo de la playa, donde
cientos de sombrillas del mismo color, anuncia que esta playa es de pago.
Aunque siempre queda un recoveco por el que poder acceder al mar y disfrutar de
ese Mediterráneo que acaricia las rocas y arena para hacer felices a propios y
extraños.
Para mí el
pueblo más decorado para la ocasión, todo se acerca a la perfección, las casas
cuidadas y pintadas en tonos ocres, con trampantojos que simulan cornisas y
esquinas, además de decorar puertas y ventanas con esta forma tan
peculiar de simular la piedra, los rincones llenos de plantas de un verde intenso,
salpicadas de flores de colores.
Comimos y
nos bañamos, y llegamos tarde para coger el tren que nos llevaría al otro
pueblo. Menos mal que cada 15, o 20 minutos pasa otro.
Vernazza es un lugar con una mezcla de los dos anteriores, desde la plaza que da al mar, llena de terrazas, donde la algarabía y alegría alcanza todos los rincones de este pequeño pueblo, hasta la piedra de muchas de sus construcciones, que deja de ser fría he inerte, para ser calida y acogedora. Y mientras tanto el mar entra en las pequeñas calas, donde los turistas se bañan sin ningún pudor, ni prudencia, saltando desde cualquier sitio
Cual Dora
la Exploradora y en busca de rincones con encanto, subimos por pequeñas e
insinuosas escaleras que además de llevarnos directitos a las mejores
heladerías del lugar, culminaron en una plaza de cemento muy singular, en el
suelo dibujadas las rayas necesarias para jugar al fútbol, una alambrada
altísima y las porterías pintadas en la pared, anunciaban el lugar de juego de
los niños, pero os aseguro que me sorprendió tanto, como aquel campo
de fútbol en la 8 plata de Tokio, justito al lado del famosísimo cruce, por el
que todos pasamos mil veces, como si fuéramos a salir en la tele. En fin que allí
no gozaban de la brisa del mar y aquí no gozaban de un maravilloso césped
artificial. Así es la vida siempre falta algo.
El cuarto De los pueblos, Corniglia nos destrozó, subimos por unas escaleras infinitas a
eso de las 5 de la tarde, el calor sofocante y los 20 minutos de subida a punto
estuvo de causar bajas entre nosotros, pero conseguimos llegar a la cima. No
puedo decir que fuera el que mas me gustara, ni siquiera el que más encanto
tuviera, el mar besaba suavemente las bases de las montañas, y desde el pueblo
en lo alto de las mismas, se veía grandioso, majestuoso, bajo un sol de
justicia, que hacia que el azul de sus aguas, brillara como una esmeralda expuesta
a la luz.
Caminamos un poco entre las
pequeñas y angostas calles del pueblo donde pequeños detalles salpican sus
fachadas contando historias de un pasado no muy lejano, en el que estos
pueblos, aun siendo igual de hermosos, no se sometían a la tortura de tantos y
tantos viajeros, ansiosos por descubrir como los años han convertido unos
pequeños pueblos de pescadores o de montaña, en una autentica obra de arte, un
simple marco basta para colocarlo en cualquiera de los detalles, calles o
edificios, para tener el regalo más preciado.
El último pueblo nos esperaba, el
sol ya no brillaba tan fuerte, la bajada para coger el tren, en esta ocasión era
hasta agradable, disfrutamos de las vistas inigualables, entre los frutales que
los lugariegos plantan en cualquier recoveco, huertos en pequeñas terrazas
naturales, que hacen las delicias de sus dueños y el mar, ese mar que acompaña
este recorrido tan increíblemente bello, donde lo cotidiano y lo excepcional
van cogidos de la mano.
El agua calida rebajaba la
temperatura de nuestros cuerpos, relajando todos los músculos de nuestro ser y haciéndonos
sentir en el paraíso más absoluto, belleza por do quien, imposible de plasmas
en un lienzo, aunque nos empeñemos en fotografiar todos y cada uno de esos
momentos, que no deseamos olvidar, como si de alguna manera ver esas fotos
pudiera trasportarnos en cualquier momento a ese lugar y hacernos sentir de
nuevo libres y felices viajando por el mundo, disfrutando de todos lo que la
naturaleza nos ofrece y que el hombre a veces cuida y protege y otras destruye
y empobrece.
Mi hijo saco un par de medusas
que parecían partidas por la mitad y los chicos que saltaban, unos americanos,
decidieron que no eran medusas, por más que mi hijo les explicaba, y les decía
que no se dejarán llevar por lo amorfo del ser, ellos decidieron jugar y se la
pasaban de una a otra mano, incluso se la lanzaron a la única chica del grupo,
que en menos de 30 segundo tenía en el sitio del impacto un sarpullido rojo. No
os quiero contar nada, el que estuvo pasándosela de una mano a otra, mi hijo
les dijo en ingles, ya os lo advertí y ellos se fueron en busca de algo para calmar el
dolor.
Disfrutamos de una de las
mejores puestas del Sol de este viaje, y con la nostalgia de lo vivido, pero con mucho hambre, caminamos por las calles en busca de los
cucuruchos de fritanga que hacen las delicias de cualquier paladar, después de
un largo día de emociones, ¿qué mejor manera de despedirse del lugar?, que con el estomago lleno.
La vuelta al tren fue triste, dejábamos atrás, mar, naturaleza,
montaña y unos pueblecitos, con el sabor añejo de sus calles y la historia
escrita en piedra y fachadas, un lugar que jamás olvidaremos, por curioso, por
bello.
Lástima de calor.
ResponderEliminarSi no, hubiera sido perfecto.
Ya te digo, a poco nos deretimos. je je je
ResponderEliminarUn besote guapa.