Nuestro primer destino en Francia era Burdeos, ciudad patrimonio de la UNESCO, que
además es famosa por ser tierra de viñedos y buenos caldos.
El tiempo acompañaba en un precioso día de verano, aparcamos nuestra casita móvil
y nos preparamos para disfrutar la visita a esta preciosa ciudad, pero nada más llegar a la parada del bus que nos dejaría en el centro histórico. Comenzó a llover como si no hubiera mañana ¡Que chaparrón! ¡Que manera
de caer! Para cuando conseguimos ponernos el chubasquero (que mi previsor Lucero siempre lleva en la mochila), ya estábamos empapados, está visto que mi pelo esta vacaciones, está abocado al fracaso.
Andar entre calles repletas de gente con paraguas y chubasqueros, mientras la lluvia
los acaricia con su constante goteo, disfrutando de unos edificios llenos de historia, hace que termines por sentirte dentro de un cuadro viviente que no te deja indiferente, entre la nostalgia y la admiración de una buena
obra.
Las imágenes que quedan de por vida gravadas en nuestra mente, a través de nuestras
retinas. Convierten casi en obsesión mantenerlas vivas, y nos dedicamos a fotografiar todo aquello que nos resulta curioso o bello, aunque la mayoría de las veces nos quedamos muy alejados de aquello que nos enamoró y es
que un encuadre, no es suficiente para trasmitir todo lo que se respira, mientras lo disfrutas con tus cinco sentidos.
El aguacero nos dio un respiro y la luz de la ciudad cambió por completo y igual
que nuestro ánimo para seguir disfrutándola.
El rio da a está ciudad otra perspectiva, algo que la embellece y la hace mágica,
es curioso lo bellas que son las ciudades cercanas al agua, ya sea un lago, un río o el mar.
Al atardecer y una vez pateadas todas las calles de esta preciosa ciudad, nos pusimos
en ruta, había oído hablar de un pequeño pueblo, rodeado de viñedos y chatous y donde teníamos un buen lugar para pernoctar con nuestra casitamovil.
Según llegábamos, mientras el sol se iba poniendo, en ese lento y delicado baile de
cada día, se habría ante nosotros las imágenes de los cientos de viñas que se alineaban de forma métricamente milimétrada en los campos, por un momento, nuestras mentes se trasladaron al viaje del año pasado a la Toscana,
los paisajes se confundían, tan sólo la belleza de los Chatous que se encontraban a los lados de la carretera, nos traía hasta este bello país.
Llegamos agotados del viaje y después de un picoteo y una ducha, dormimos como bebes
en brazos de Morfeo, sólo cuando los pájaros y los tractores acabaron con el silencio de la noche, anunciando un nuevo día, nos levantamos para dispuestos a vivir la pequeña aventura del día de hoy.
El pequeño, pero cuidado pueblo, era una postal, sus casas construidas en piedra de
un preciosos color vainilla, sus ventanas de madera y sus maceteros llenos de flores de mil colores, hacían de el un lugar diferente y embriagador, todo cuidado al detalle, estos franceses son increíblemente meticulosos y lo
tratan todo con una delicadeza infinita, que hace embellecer todo lo que tocan.
Un día casi perfecto, un lugar idílico, una compañía maravillosa ¿Qué más se
puede pedir?
Más no os llaméis a engaño, las cosas no son como empieza si no como termina y yo no
dejo de ser Odry...
La lluvia adorna lo que ya es bello, regalando el reflejo en un charco o las risas huyendo de un goterón que viene de recorrer quién sabe que canalones. Y Burdeos es hermosa en gris como en colores.
ResponderEliminarMe ha encantado ese claustro, tomo buena nota.
Venga, que estoy impaciente por saber qué has hecho ahora ;)