La ley de Murphy existe y yo doy fe de ello, «si algo puede salir mal, ríndete y date por jodio» (versión Odry).
Si no, no hay forma de explicarlo. desde que comenzamos
nuestro viaje, encontramos pequeñas zonas de picnic a los lados de la carretera por todo el trayecto, con sus arbolitos, mesitas de madera y detalles mil, que en un día soleado como el que teníamos, hacía del picnic algo
idílico.
En fin que estábamos de vacaciones y no podíamos dejarnos llevar por el pesimismo, disfrutamos del sol y me mojé las rodillas, que el agua estaba como para no meter nada más, si no querías sufrir la amputación de miembros por congelación. Mi Lucero dice que soy un exagerada y se metió hasta el cuello, anduvo rígido durante cinco minutos, pero luego la sangre le volvió a circular y dejo de tener ese color entre gris y morado que tan preocupada me tenía.
La noche llegaba y decidimos buscar algún área para pasar la noche y poder descansar- ¡Infelices!
¿Cuando comenzó la pesadilla? Yo fui consciente a eso
de las tres de la mañana. El reloj de la iglesia replicaba cada hora en punto, marcando las horas a base de campanazos y cada media, por si no te habías enterado. A eso de las seis de la mañana, también daba los cuartos,
ni que fuera nochevieja. Hubo un momento en que pensé, que en cualquier momento aparece la pedroche en porretas y con la copa de cava en la mano.
Pues lo mismo no me creéis, pero a eso de las ocho y media, cuando pusimos en marcha ya había fieles en la puerta de la iglesia, que pensaba yo, cualquiera se salta la misa, con este cura.

Mi lucero aprovechó que era domingo y la ciudad parecía
deshabitada (¡Claro, si estaban todos en el atasco!) aparcando en el centro, justo a los pies del puente que te lleva a las murallas del impresionante castillo. Pero entre murphy y yo (desastrosa y sin remedio) algo tenía
que ir mal. En este caso fueron mis sandalias preferidas (las negras y doradas), que decidieron pasar a mejor vida, justo cuando yo me sentía una princesita que visita el castillo.
En vez de princesita, parecía Lina Morgan en la mejor de
sus interpretaciones, intentando andar con la sandalia colgando, por el tobillo, al final me dí por vencida y esperé a que mi pobre Lucero, me trajera otras, lo peor es que no iba a ir combnada, pero así es la vida y
el dichoso Murphy ¡al que le e cogido una incha!.
Como no sólo de quejas vive el hombre, os comentaré que
Nantes, es precioso, callecitas que recuerdan a París, un montón de lugares con encanto y llenitos de arte, hay que admirar el buen gusto de estos franceses, capaces de crear atracciones como la del elefante gigante que hace
las delicias de grandes y pequeños, con está imaginación, como no iba a ser la ciudad que vió nacer a Julio Verner.
Descubrir la historia de Nantes, a traves de sus
calles y en el museo del Castillo.
Darse una vuelta por el imaginario de Julio Verne
a bordo de un elefante gigante
Tomar una copa en la cima de la Torre de Bretaña en el
«Nido»
Ir de tiendas bajo las arcadas del Pasaje Pommeraye.
Perderse en el jardín japonés de la Isla de Versalles.
No os preocupéis por Murphy el pobre se ha quedado rendido
después de tanta tarea y es que es muy difícil seguir el ritmo de un desastre sin remedio como yo.

Seguro que el resto del viaje fue como la seda, quizás sea mejor una colorada que cien amarillas como decía mi abuela.
ResponderEliminarBesos
Lo que no te pase a ti....
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