Henry Bacon |
Un precioso día de julio de 1864, una diligencia que hacía el trayecto de
Concarneau a Quimper (donde se encontraba la estación de ferrocarril), iba Henry Bacon, pintor americano, asentado en Paris.
La diligencia tenía parada en Pont Aven, y fue esta parada, la que cambió
la vida de este precioso pueblo que limita con el rio Aven, Henry quedó tan hechizado por lo autentico de este lugar, donde la naturaleza, los molinos, el rio y todo lo que veía a su alrededor, formaba parte de un maravilloso
cuadro viviente. Tanto es así que nada más llegar a Paris, habló a sus amigos artistas, de tan idílico lugar. Pont Aven se convirtió en lugar de inspiración para un sin fin de pintores, que buscaban en lo sencillo, en
lo autentico y en la naturaleza la inspiración necesaria, para poder sacar todo el talento, arte y genialidad que llevaban dentro.
Desde Henry a Gauguin, muchos son los pintores que pasaron por esta especie de escuela al aire libre, hoy en día la pequeña población esta completamente entrega al arte, las galerías están en todas y cada una de las calles más comerciales, donde puedes encontrar todo tipo de pinturas, esculturas y arte de lo más diverso. Impresionismo, realismo, abstracto, cubismo y un sin fin de estilos, que hacen de un paseo por esta pequeña ciudad, una visita a un museo de arte, comercial eso sí, pero arte al fin y al cabo.
Debo decir en mi contra, que no se me pegó nada, yo pasee, respire e intente
absorber toda la magia que rodea esta población, desde el embarcadero, al camino del bosque de los amantes, pasando por el paseo de Xavier-Grall, que te conducen de una orilla a otra por puentecitos escondidos, junto a los
lavaderos y molinos, vestigio de un pasado rural y encantador.
En fin que volví a la auto con una depresión de caballo, me quería quedar
allí, recorrer una y otra vez las laderas del río, sentarme en su puerto, recorrer los senderos, una y otra vez, esperando esa musa, que haga de mi una pintora de provecho y observar como el arte fluye a mi alredor al igual
que el río que lo acompaña.
Unos meses después, doy fé que las musas estaban de vacaciones y yo frustrada
como una mona y es que, ni reboso arte, ni pinto (las paredes y las uñas, sí) ni escribo, ni nada, mira que soy negada.
Menos mal que mis depresiones duran lo gusto, en lo que descubro cualquier otra
cosa que llame mi atención y es que, en cuanto llegue a Corcaneu, se me pasaron todos los males ( si soy una veleta, en un día de ventisca y feliz que me hace).
Esta ciudad era allá en la alta edad media una pequeña isla, a la cual se
podía acceder cuando la marea bajaba y desde la que se dominaba la pequeña bahía, lugar indicado para protegerse de las invasiones, es por ello que terminó por convertirse en un guarnición militar, rodeada de murallas,
a la cual sólo puede accederse por un punto.
ha desarrollado a lo largo de la bahía y sigue siendo
un puerto pesquero importante, pero ha quedado una pequeña parte de historia, construida en piedra gris, que te lleva a sentirte pirata, que yo no ando ya para ser princesa, pero pirata de pata de palo y parche en el ojo,
que estoy para pocos trotes.
Los cañones, las puertas de la fortaleza , la casa del gobernador y los restos de la iglesia Saint Guénolé, te alejan de la realidad y trasforman todo lo que hay alrededor, enfocando al turista en forma de tiendas de suvenier, pero no le quitan ni un ápice de belleza a este coqueto lugar.
Sigo persiguiendo musas, pero las jodias son más rápidas y listas que yo, si consigo pescar alguna, lo notaréis (lo mismo hasta aprendo a escribir en condiciones), por que ha día de hoy sigo siendo desastrosa y sin remedio.
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