18 dic 2023

RODA DE BARA Y UNA INFLUENCER FRUSTADA

 

El calentamiento global nos hizo cambiar nuestros planes. Nada más cruzar la frontera, cambiamos nuestra visita a Girona por unos días en la playa.


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En esta ocasión escogimos Roda de Bara, una pequeña población costera poco masificada en la que se encuentra un área a pocos metros de la playa. Todo un paraíso que, como no podía ser de otra manera, estaba lleno por ser domingo. En espera de que algunos visitantes fueran dejando plazas libres, nos quedamos a pasar la noche en el parking que había a unos metros de la playa.


Deviantart
Si yo fuera una influencer, mis comentarios hablarían de los maravillosos paseos por la playa, de los deliciosos baños en el Mediterráneo y del dulce sonido del mar en su incesante balanceo, pero soy Odry y siempre hay algo que falla. En este caso fue el tren, lass vías pasaban entre el parking y la playa. Lo que hacía inhabitable escuchar el traqueteo y los pitidos. Nuestro paraíso hacía aguas, pero nosotros aguantamos como jabatos.


Resistimos una noche, fue tiempo más que suficiente para sacar lo peor de mí. Entre bocinazo y bocinazo, yo imagina mil y una formas de torturar al infame maquinista que lo hacía sonar sin parar, no le bastaba con un solo pitido, no, él tenía que insistir e insistir como si la gente fuera sorda.


A la mañana siguiente, con la cabeza como un bombo por la falta de sueño, nos instalamos en el área dispuestos a descansar por fin, ilusos…


flickr
 Si hubiera sido influencer, estaría en un hotel de cinco estrellas haciéndome selfis como loca. Pero como no lo soy, mi Lucero y yo, nos conformamos con aparcar entre unos pinos, donde a los sonidos del tren se les sumaban los pajarillos y una autovía que había pegadita a uno de los laterales del área.


Nos instalamos en el lugar más alejado dispuestos a disfrutar de unos relajantes días. Tres autocaravanas había en el área, cada una en un rincón, tres, y entra una cuarta que se sitúa justo a nuestro ladito. No nos importaba tener vecinos, pero, ¿de verdad no había otro lugar entre las cincuenta plazas vacantes que había?


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Atónitos, fuimos testigos de un despliegue de acampada sin precedentes. Hasta el canario viajaba con ellos, que no es que tuviéramos nada en contra de Piolín, que cantaba como si lo estuvieran degollando. Lo que nos intrigaba, era saber cómo demonios conseguían que el pobre pajarillo sobreviviera al ajetreo de la autocaravana durante el viaje.

Aunque, después de oírlo cantar todo el puñetero día, nuestra perspectiva cambió por completo. Aquellos dos no viajaban con el canario por amor, no, viajaban con él, para ver si con un poco de suerte, en alguna curva se atizaba contra los barrotes en la cocorota y no lo contaba.

Aquello no fue lo único que llamó mi atención, y es que como no conseguía concentrarme en mi novela, se convirtieron en mi distracción. Pazguata me quedé, cuando vi sacar las hamacas y colocar sobre ellas, unos tapetitos de croché en tono beis a juego con las rallas de la colchoneta. La mesa no podía ser menos y solo le faltó el bikini para el canario. Aquellos dos, tenían que ser dos psicópatas y mi imaginación se puso a trabajar sin poder evitarlo, cuando ella se colocó en el pelo un pañuelillo y el se subió los pantalocintos de algodón por encima de la cintura apretando bien el cordel.

Pensé que irían a la playa, pero en realidad, aquellos dos se preparaban para una limpieza general. Fue algo hipnótico, no podía quitar ojo al impresionante despliegue de productos de limpieza y utensilios que sacaron de la bodega del vehículo. ¡Ríete tú de mister Proper! Con el trapo en la mano se pusieron a frotar su flamante autocaravana, recién sacada del concesionario. Le daban con tanto brío, que temí por el esmaltado de la pintura. Él, en lo alto de una escalera, que con un terreno tan inestable y pedregoso, ya eran ganas de correr riesgos con lo reluciente que estaba; ella, por los bajos dejándose las rodillas en el intento. Hasta los tapacubos terminaron relucientes.

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Ganitas me dieron de pedirles que frotaran un poco la nuestra. Que no es, que quisiera echarle morro, sino por proteger al planeta. Al paso que abrillantaban aquellos dos, iban a tener problemas hasta los satélites de la NASA por deslumbramientos. 

Al final, no les dije nada. Mi lucero me lo impidió. Me dijo que nada de hacerme amiguitos raros, que para rarita ya estoy yo.

Pensé en limpiar yo también, pero más que un trapo y jabón, iba a necesitar una buena lija de las de 200 de grano, para desincrustar algunos de los churretes de nuestra pobre auto.

Un par de días más tarde, descubrimos que no eran raros, sino diferentes y con pesar les dijimos adiós a nuestros adorados vecinos, a su canario, al pito del tren y la autovía con más tráfico del mundo que recuerdo.

Si yo fuera influencer mi siguiente destino sería el paraíso, pero soy Odry, desastrosa y sin remedio.

3 comentarios:

  1. Me recuerda una vez que acampados junto al Rhin, entre la autovía, la vía del tren y los barcos. Un beso

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    1. Jolin! Nos faltaron los barcos, porque las de pedales y la piraguas son la mar de silenciosas, ja, ja, ja, ja,

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