Nuestro último destino en Francia era Carcasona y viajábamos entre nostálgicos y felices por volver, cuando comenzamos a ver gente a los lados de la carretera. Un coche allí, una moto allá…
Nos miramos extrañados, pasaban las ocho de la tarde y los franceses cenan sobre las siete. Pensamos que estarían de picnic, porque había gente joven, familias y grupos de lo más variado.

—Será algún evento deportivo, —Comentó mi chico ante aquel despliegue.
—No lo se. Pero esta carretera
no está alumbrada y comienza a anochecer. Como lo que vaya a pasar, no se alumbre con velas, ya me
dirás que van ver. Si son coches, destellazos y poco más.
—Serán
ciclistas o motos.
—¿Carreras
y oscuridad? Pues va a estar divertido, no va a quedar uno en pie, eso si no se
cargan a todos los que andan en las cunetas.
—También
es verdad. —Dijo mi Lucero que no dejaba de darle vueltas.
El tráfico se ralentizó y teminamos parando. Un grupo de motoristas aparcados en el arcén hablaban de un "Feu".
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—Fuego a dicho fuego.
—No
me fastidies. ¿Estará ardiendo la ciudad?
—No
veo el humo y apenas quedan dos kilómetros.
Llevábamos
desconectados quince días, por eso de descansar plenamente y mucho nos temíamos
que, a lo mejor, habíamos descansado demasiado.
El caso era que la gente parecía feliz. ¿Por qué estaría feliz, si esperaban una catástrofe?
A mi lucero le pareció muy buena idea, pero lo malo era que no había ni un solo hueco donde aparcar. Incluso las motos tenían problemas para aparcar en los pequeños huecos que quedaban.
A menos de un kilómetro de Carcasona, No había cima que no estuviera repleta de gente; autocaravanas, autobuses, coches, motos, camiones. Todos buscaban desesperadamente un lugar donde aparcar, mientras el cielo amenazaba tormenta.
—¿Será
que viene un diluvio? —Dije inconscientemente.
—¿Y por eso se vienen al campo sin paraguas? —Contesto mi Lucero, mientras me
miraba con resignación.
Al
llegar al pueblo, la policía nos desvió de nuestro camino. No dejaban que nadie
entrara en la población.
—¡Esto es gordo! —Dije cogiendo el móvil de nuevo.
—¡Pues
se van a despedir por todo lo alto!
—¡Ya está! Van a prender fuego a Carcasona.
Con
el giro inesperado de los nuevos acontecimientos, buscamos un lugar donde
aparcar y nos hicimos unos bocadillos, por eso de: Haya donde fueras, haz lo que vieras.
Al
final, nuestra despedida de Francia, fue más divertida de lo que imaginamos, es
lo que tiene la vida, cuando menos te los esperas, pasan cosas excepcionales y
algunas incluso buenas.