Emprendimos la marcha en nuestra
peculiar carava de casitas-moviles, dirección Azrou. David nos iba describiendo
a través de los walkie talkie, los pueblos o ciudades que atravesábamos, si
había controles y curiosidades sobre su cultura he historia. Era como ir en un
autobús turístico con una enciclopedia andante.
Los taxis esperaban cuando
llegamos. También es verdad que llegamos tarde, dimos un par de vueltas a una rotonda
y cogimos la dirección, directamente contraria al parking. En dos palabras “Nos
perdimos”. Estás cosas pasan en las mejores familias y en la mía es ya una
tradición que forma parte de la esencia de nuestras desastrosas vidas.
Nos dejaron en la puerta
principal del mercado, pero no, en la que David deseaba. Iba de un taxista a otra dando instrucciones, que no entendían, se les hacía difícil entender, porque una panda de guiris locos, querían
meterse en aquel lugar dedicado al ganado, donde además de mucho polvo, sólo
podrías encontrar cabras, corderos, gallinas, mulas y muchos burros, algunos,
incluso de dos patas.
Paseamos entre aquel aparente
caos, entre ojiplaticos y fascinados, tanto, como los autóctonos ante nuestra
presencia y es que íbamos monísimas.
Los puestos de segunda mano, fueron un descubrimiento. Esto
sí que es reciclar y lo demás tonterías, no necesitan ni cubitos de colores.
Aquí tienen un segundo uso, hasta los electrodomésticos más variopintos y antiguos.
Después de hacer algunas compras
y pasear por aquel peculiar mercadillo. Alguien se vino arriba, creo que fue
Angelines y al ver un pequeño carromato para trasportar animales y objetos, no
se le ocurrió otra cosa que decirle a David
David, hombre complaciente donde
los allá, le faltó tiempo para negociar con aquel conductor, que no salía de su
asombro, al ver el interés que despertaba su pequeño y viejo vehículo.
De cómo terminamos metidas cinco
de nosotras y toño en aquel cuadrilátero para cabras. No soy capaz de recordar,
quizás por lo inverosímil de la explicación. Palabrita, que a esas horas de la
mañana, ninguno había consumido una gota de alcohol. A no ser que las aceitunas
que habíamos probado y comprado, tuvieran efectos secundarios. Ni siquiera
llegamos a decir esa frase tan típica de ¡No hay huevos!
La cuestión es, que una vez
acopladas para la dichosa foto, ya no había vuelta atrás. Encajados cual
tetris, algunos en posturas imposibles, resultaba improbable, poder salir sin
amputar algún miembro, para desencajar. Llegados a la conclusión de que nadie
quería sacrificarse por el grupo. David no se complicó la vida y aprovecho la
coyuntura, dando instrucciones precisas de donde nos tenía que dejar. Si no
puedes con el enemigo únete a el. Que digo yo, si el recorrido era de apenas
diez minutos, por mucho que nos deshidratáramos, no íbamos a perder el
suficiente volumen, como para bajar de aquel puzle humano con ruedas. Pero a
pesar de ser homo-spines, no estábamos en nuestro mejor momento.
El señor estaba tan contento con
la misión que, se lanzó a la carretera cual kamikaze, mirando más hacía atrás
que hacía delante, entre risas y gritos de alegría.
¿Es qué no hay ni uno normal? El
peligro lo ví venir, nada más arrancar y estar a puntito de llevarse cuatro
cabras, cinco personas y tres carromatos por delante. De donde demonios saca
está gente el carnet, es todo un misterio, que no conseguí descifrar en todo el
viaje.
Conseguimos llegar vivos y nos
miramos los unos a los otros, como esperando una señal. El capullito de alelí,
bajo del vehículo y en la parte de atrás, corrió un pequeño cerrojo y bajo la
trampilla del corralillo ¿De verdad no podía haberlo abierto en el mercadillo? Bajamos
entumecidos, pero sanos y salvos que dadas las circunstancias, era todo lo que
se le podía pedir al destino.
En este viaje, las ganas de besar
el suelo son más fuertes que las de besar a mi Lucero y empiezo a preocuparme.
Fuimos las únicas en venir de
aquella manera, los demás vinieron en taxi. La versión oficial, es que no
habían encontrado ninguno lo suficientemente limpio. Pero entre nosotros, creo
que después de ver al pobre Toño encajado en cuclillas, debieron pensar que con
seis inconscientes magullados en el grupo, era más que suficiente.
Nos dirigimos al bosque de cedros
de Azrou, donde los monos viven salvajes y felices de pillar a pardillos como
nosotros. Nada más llegar, a Sole le quitaron el paquete entero de cacahuetes,
eso de que se los echara de uno en uno, no les debió de gustar.
La idea de comer a la fresca entre los verdes árboles, en mitad de la naturaleza, donde sólo el canto de los pájaros y la leve brisa que mece las ramas, era muy buena y así lo teníamos planeado. Lo que no teníamos planeado era la visita de los macacos, que decidieron unirse sin invitación y claro, así no había manera. Corríamos con los platos, como almas perseguidas por satán, mientras los monos se lo pasaban pipa, saltando entre los techos de las autocaravanas en busca de su botín. Cuando la cosa parecía calmarse y nos habíamos zampado a cien por hora la escueta comida. Hubiéramos disfrutado de más calma, en medio de la M30. David sacó la sandía de 6 o 7 kilos que habíamos comprado dos días antes y que estaba hasta la coronilla (no de cura, que gasta brillante melena) de tenerla en la despensa.
Los jodios se pusieron las botas
con el néctar de aquella sandía, eso sí, abstenerse de echarle la parte de la
cascara, te miran mal y se cabrean, que son monos, pero no gilipollas y sí, lo
digo desde la experiencia.
VIDEOS Y RESTO DE FOTOS, POR EL GRUPO
Madredelamorhermoso...
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