El atardecer, intensificaba los
tonos rojizos de las montañas que habíamos visto kilómetros atrás y que en
estos momentos comenzábamos a franquear, para adentrándonos en lo más profundo
del valle del Ziz, a través de las angostas curvas de una carretera dibujada
entre arcos cavados en la roca y salientes al borde del abismo, donde el
paisaje era tan sorprendente, como peligroso, si se cruzaba algún vehículo de
grandes dimensiones.
En lo profundo del cañón, entre
montañas terracotas y acantilados imposibles, se encontraba el Camping que
había elegido David para sorprendernos. Situado junto al rio, en un lugar
privilegiado rodeado de naturaleza. Donde acampar se iba a convertir en un auténtico
placer para disfrutar de noche encantadora en la mejor compañía.
Lo primero que hicimos, fue
ponernos los bañadores e irnos directamente a la piscina de agua natural que,
aunque fresca, resultaba tremendamente relajante. Las sensaciones que tuve en
esos momentos, son imposibles de narrar, desde el primer momento en el que
decidimos el viaje, todo había ido tan rápido, que apenas era consciente de lo
privilegiada que era en esos momentos, me sentía tan afortunada y feliz que, ni
siquiera salí del agua, para tomarme el té que nos sirvieron, acompañado de aceitunas
y frutos secos.
La noche, se abría paso y las
estrellas comenzaban a mostrarnos un cielo diferente, estaban más cercanas y
brillantes que en cualquier otro lugar. En las ciudades el exceso de luz,
impide ver más allá de las farolas. Pero aquí, el
cielo mostraba su esencia y una que es soñadora, no podía por menos que dejarse
llevar en aquella noche mágica que nos habían preparado. Probablemente, el
resto, no opinaría lo mismo, después de la serenata que les di, pero son daños
colaterales de una abrumadora felicidad, a la que una no me pude resistir,
porque forma parte de la esencia. Nunca fui mujer de término medio, si soy
feliz, toco el cielo y si me siento triste, me muero a chorros con un dramatismo
digno del mejor Óscar de Hollywood.
Nos prepararon la cena en la
terraza, con una deliciosa Jarira y un magnifico cuscús con pollo, todo ello
regado con un extraordinario vino, obsequió de David. Al que nos autorizaron a
beber, ya que no hay que olvidar que es un país musulmán y se supone está prohibido
en lugares donde no disponen de la licencia oportuna.
Para culminar tan opíparo banquete,
terminamos comiendo unos dulces que Sole y David, nos ofreció por su
aniversario de boda. Celebrándolo como dos enamorados, que siguen teniendo
ganas de compartir y disfrutar de todo lo que la vida les pueda ofrecer. El cava
y sidra hicieron el resto, mientras corrían por la mesa llenando los vasos, que
se vaciaban casi al mismo ritmo que marcaban los tambores propios del folklore
autóctono amazigh.
Ante aquel cúmulo de
acontecimientos y sensaciones, junto con el buen beber, me vine arriba dándolo
todo en la pista de baile, junto a unas mujeres que nos observaban desde una
pequeña distancia, con la curiosidad propia de una timidez que se muere por
superar, para formar parte de la fiesta y que con la inestimable ayuda de Sole,
que las empujaba hacía la provisional pista de baile, donde yo las esperaba,
para unirlas al grupo. Hasta el punto de intentar, no con mucho éxito,
enseñarme al ritmo de los tambores, los contoneos de un baile que podría
resultar sensual, pero en mi caso, una disléxica corporal declarada, podría ser
más un estadillo arrítmico de movimientos espasmódicos.
Por si no fuera suficiente con aquel despliegue
de movimientos internacionales y bajo el clamor de un público entregadísimo, no
sé si por ebrio o por las ganas de cachondeo, Decidí deleitarles con mi ya
clásico exitazo “Maria de la O”, con muy buena acogida por propios y extraños.
En un delirio colectivo, arriesgaron al grito de “Otra, otra”. Pudiera ser, por
falta de oído musical o por la falta de voluntarios para cantar. Menos mal que
sólo teníamos que andar unos metros para llegar a nuestras casitasmoviles, que
además estaban situadas cuesta abajo, con lo cual, muy mal se nos tenía que
dar, para no llegar de una u otra forma.
Serían cerca de las dos y media
cuando nos acostamos, no sin problemas que, en mi auto yo duermo en la cama de
arriba y si ya me cuesta subir sobría, no os hacéis a la idea de lo que puede
costar bolinguilla. Sobre todo a la hora de bajar, que como no aciertes a poner
bien el pie, te puedes ahorrar la escalera, eso sí, con posibilidad de pérdida
de crisma en cualquier saliente de este mi pequeño hogar.
Despertarse y ver el amanecer
dentro de aquel espectacular cañón, fue otro de los regalos de este viaje y
mira que han sido generosos. Los rojos y terracotas se iban desvaneciendo,
dejando el paso a los anaranjados que dibujan cientos de formas en los
escarpados. Algo que difícilmente olvidaré, como las risas y los momentos de
felicidad compartidos con aquella diversa y maravillosa pandilla. Donde todos
tenían cabida, bajo el nexo de unión de un guía y su adorable mujer, que habían
decidido hacer de aquel viaje, uno de los más inolvidables de nuestras vidas.
FOTOGRAFÍAS REALIZADAS POR PACO MORENO VÁZQUEZ Y BORJA MORENO.
VIDEOS Y RESTO DE FOTOS, POR EL GRUPO
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